Un trance inimaginable. La peor pesadilla ha mutado en horror y barbarie. Una decisión impulsiva e injusta —la de Vladimir Putin— ha desencadenado e instalado el terror desde el 24 de febrero en las calles de Ucrania. La deriva ha resultado en una guerra que, desgraciadamente, está condicionando y poniendo en riesgo la vida de millones de ciudadanos. Muchos de ellos se han visto forzados a volver su día a día y a dejar atrás gran parte de su vida en busca de una brizna de esperanza, de un refugio seguro, de una vía de supervivencia. Cerca de 6.000 personas de origen ucraniano han llegado a Catalunya en las últimas semanas a consecuencia del conflicto bélico que hay en su país. Cinco de ellas están en Calonge i Sant Antoni, un municipio bajoampurdanés que tiene 11.484 habitantes. Desde el 9 de marzo, Annia, su madre Tatiana y sus hijos Froisia, Stefan y Serafin —acompañados de su perro Spock— son parte de la población calongina.
El punto de inflexión
La noche y mañana del 24 de febrero fueron espeluznantes. Conciliar el sueño era imposible. Gritos, sirenas en marcha, ruido aturdidor. En una casa de Uman (Ucrania), aquel día, hay una conversación telefónica. Es Tatiana, que se ha puesto en contacto con su hija Annia, situada en Bucha, para explicarle que los peores augurios se habían vuelto reales. "Escuchamos el estallido de varias bombas. El ruido de los aviones sobrevolando la ciudad era espantoso. Daba miedo andar por la calle", recuerda visiblemente conmovida y afectada Annia. Con sus hijos, se desplazaron hasta el domicilio de unos familiares que está situado a unos 20 kilómetros de la capital ucraniana, Kyiv. A medida que pasaban los días, la catástrofe adquiría una dimensión mayor e insostenible.
Para la familia de Annia, el 4 de marzo marcó un antes y un después. El incendio cerca de la central nuclear de Zaporiyia fue un auténtico punto de inflexión. Annia narra que, al ser conocedora de este suceso, ya no había marcha atrás: era el momento de salir de Ucrania. "Lo hice por mis hijos, por mí. Había decidido que teníamos que ir a Polonia, sin ni siquiera pensar qué haríamos y dónde iríamos después", explica Annia a ElNacional.cat. Fue un instante duro, fue un dilema. Pero la necesidad era clara: subsistir.
Una decisión de vida trascendental en la frontera
El camino hasta Polonia fue tenso y conmovedor. Llegados a la ciudad de Przemysl, Tatiana fue hacia el centro de refugiados en Medyka. Allí encontró a un montón de voluntarios que les proporcionaron ayuda de todo tipo y, muy especialmente, apoyo moral y psicológico. Ellos eran, desde la perspectiva de Annia, la primera muestra de un horizonte seguro. Uno de ellos, Tom, se dirigió a Tatiana. El voluntario le relató que estaban organizando y encontrando maneras para llevar a todas estas personas hacia otros países o ciudades polacas, hacia refugios acogedores.
Para entender el papel de Tom, hace falta rebobinar unos días atrás y recorrer unos 2.500 kilómetros. En el ayuntamiento de Calonge i Sant Antoni, las noticias de la invasión perpetrada por Rusia en el territorio ucraniano les preocupaban mucho e hicieron "tomar conciencia de la situación anómala" que se estaba produciendo, afirma Jordi Soler, alcalde del municipio calongense. Es desde esta reflexión que surge el origen de una ola de solidaridad de la ciudadanía de esta población. Inicialmente, se puso en marcha una campaña de recogida de alimentos, ropa y productos sanitarios, entre otros, que se concentraba en el Palau Firal de Sant Antoni. Con todo este material recogido durante estas semanas, desde el consistorio han podido destinar 12 furgonetas llenas de material para llevarlo hasta la frontera de Polonia con Ucrania. En paralelo, se abrió la posibilidad de acoger a alguna familia ucraniana. Soler precisa que tenían una vivienda disponible, la antigua casa de los maestros, "que la acabábamos de habilitar y tiene espacio para seis personas, que era donde podíamos ubicarlos".
En este punto, el ayuntamiento activó todos los trámites pertinentes. Dani Planàs, adjunto al gabinete de alcaldía, pudo contactar con el grupo de voluntarios en Medyka para trasladarles la predisposición del consistorio a acoger a alguna familia. El encargado de hacer la gestión e identificar a la familia fue Tom, que se encargó de comunicar a Tatiana —y, posteriormente, al resto de la familia que ha acabado llegando a Calonge i Sant Antoni— la posibilidad de ir a Catalunya y las garantías que tenía esta opción. Annia, con sus hijos, se desplazó hasta donde estaba su madre Tatiana para conocer de primera mano este escenario que se abría y los detalles del mismo. La decisión empezaba a tomar forma.
La tarde del 5 de marzo, una furgoneta llena de material partía hacia Polonia. Al volante estaba Dani Planàs, acompañado de dos amigos que fueron con él hasta Praga. Desde la capital checa hasta la frontera polaca, Planàs hizo la ruta solo. 24 horas después de salir desde Calonge i Sant Antoni, llegó a Medyka. A lo largo de dos días, el trabajador del ayuntamiento calongense ayudó a descargar alimentos y productos que llegaban para los refugiados. Califica la solidaridad que vio como "muy destacable" y elogia el trabajo llevado a cabo por los voluntarios. Para Dani Planàs, aquella vivencia fue "muy complicada". "Lo que vi fue bastante horrible, había mucha gente dejándolo todo detrás suyo, acompañados de una simple maleta. Me afectó al momento y todavía lo hace unos días después, porque vas pensando y vas identificándote con lo que les pasa a ellos. Vas viendo a tus hijos, tu pareja. Podrían ser ellos. Es un choque emocional bestial", apunta emocionado.
Sólo quedaba que Tom presentara a Planàs a la familia. Sobre aquel momento decisivo, el adjunto a la alcaldía de Calonge i Sant Antoni destaca que "posiblemente, se querían asegurar que era una persona normal. Tiene que ser muy difícil marcharse con alguien que no conoces de nada a tantos kilómetros de casa. Estuvimos hablando un rato y acabaron deliberando que éramos una buena opción". Para Annia, "lo más importante era estar fuera de peligro" y valoraron que esta posibilidad que les surgía era "adecuada". Tomada la decisión, Annia y su familia emprendían un nuevo rumbo con pocas certezas, pero con una fundamental: "Alejarse del terror".
El viaje hasta Calonge i Sant Antoni duró en torno a 36 horas. Annia se decantó por ir con su coche y llevárselo para, una vez aquí, no tener que depender de nadie". La furgoneta y el vehículo de ella llegaron al destino hacia las 19 horas del 9 de marzo. Les esperaba el alcalde Jordi Soler y concejales del gobierno municipal. Además de ellos cinco, el perro y Dani Planàs, venían cuatro personas más que hicieron noche en el pueblo y al día siguiente los acompañaron hasta el tren con destino Madrid. "Al principio, era muy complicado para nosotros. No conocíamos nada ni a nadie, sólo a Dani, a quien le estoy profundamente agradecida por todo lo que ha hecho por nosotros", precisa Annia.
Primera semana en el pueblo
La familia ucraniana recibe a ElNacional.cat una semana después de que toda su vida cambiara de manera tan repentina. Aunque siguen impactados y "en fase de estabilización", quieren recuperar la sonrisa. En pocos días, se ha conseguido agilizar y gestionar los trámites vinculados a su situación administrativa. El alcalde calongense, Jordi Soler, admite que son "procesos farragosos", pero que "a veces, la necesidad hace que estés más atento y seas más diligente". En este sentido, sostiene que "al venir todos de golpe, se mecaniza un poco todo el sistema". Ante esta situación excepcional, explica que "desde el municipio, se pueden empezar a hacer trámites con extranjería y la policía, podemos pedir hora desde aquí. En cambio, antes hacía falta ir a la comisaría de Sant Feliu de Guíxols o bien desplazarse hasta la subdelegación del Gobierno en Girona".
De hecho, desde esta misma semana, dos de los hijos ya están escolarizados y han podido empezar a ir al colegio. Sólo saben hablar ucraniano y un poco de inglés, pero poco a poco los enseñarán a hablar catalán y castellano. Para más inri, esta próxima semana empezarán a ir a la escuela de música del municipio. Podrán reencontrarse con los instrumentos que les transmiten paz y que disfrutan tocando, el piano y la guitarra. Por otra parte, a lo largo de estos primeros días, Annia ha podido ver algunas calles del municipio y recibe una atención constante por parte de los servicios sociales, que los ayudan en aquello que puedan requerir. Además, subraya el calor y la buena acogida de la gente: "Allí donde voy del pueblo, las personas me sonríen y se muestran predispuestos a ayudarme".
Este "espíritu de hermandad" que ella enfatiza se ilustra con hechos como el encuentro de la comunidad de Ucrania en Calonge i Sant Antoni. El miércoles por la tarde, en la sala de plenos del consistorio, las 85 personas empadronadas de origen ucraniano pudieron tener un espacio donde encontrarse, compartir sus inquietudes y darse apoyo mutuo. Eso llenó a la familia recientemente acogida en la localidad: "Coincidimos con grandes corazones, con grandes personas", dice Annia. Por su parte, el alcalde Soler reivindica "el orgullo" de haber podido organizar esta reunión: "Nos hemos puesto a su disposición para lo que necesiten en estos momentos tan difíciles. Ha servido para que creen grupos de sinergia, fue realmente emotivo". A modo de ejemplo de esta fraternidad y compañerismo, una familia ucraniana que hace años que reside en Calonge i Sant Antoni regalaron a la familia de Annia una bicicleta y un patinete para los hijos. Sólo de explicar la anécdota, las emociones remueven a Annia. Se siente acompañada y con "esperanzas para el futuro".
Entre los lugares que Annia hace bandera, está el castillo de Calonge, del siglo XI, o las playas de Sant Antoni. A ella le fascina pintar y el mundo de la arquitectura le apasiona. En concreto, hace tres años, viajó con unas amigas a Barcelona para visitar la Sagrada Familia e interesarse por las obras de Antoni Gaudí, un arquitecto "de referencia". "Pasear por Calonge i Sant Antoni me hace pensar que estoy en un cuento de hadas", manifiesta Annia. El estilo de las casas, el claro toque medieval del castillo o la naturaleza la han cautivado. También le parece "fantástico" el hecho de tener la playa a sólo tres kilómetros de su nueva casa. Confiesa que ya ha ido más de una vez y que son experiencias que disfruta mucho: "Me da tranquilidad, allí encuentro calma y equilibrio. Me traslada a emociones positivas. Después de todo lo que ha pasado, sentir estas cosas diferentes me gusta".
El viento muge. Es la tramuntana, señal inequívoca del Empordà: aunque sus embates "encogen el cuerpo humano", el clima que este viento desprende es "tónico, vital, amable, prodigiosamente higiénico y purificado·, como dijo Josep Pla. El cielo está tapado. Estos últimos días, las condiciones meteorológicas no son favorecedoras y hay mucha nubosidad. "Al menos, el cielo no es triste ni llora como en Ucrania", se siente. Conmovedor. En las conversaciones, a menudo hay barreras lingüísticas que comprometen la nitidez del mensaje. Afortunadamente, las emociones, los gestos y los sentimientos no conocen topes ni obstáculos. En ocasiones, pueden resultar liberadores. El deseo lo definen de manera concisa: "Que acabe lo que está pasando en nuestro país. Cada persona que nace en el mundo tiene derecho a ser feliz. Queremos felicidad y disfrutar de la vida". Les cojo la mano: el sol saldrá y el cielo sonreirá, Annia, Tatiana, Froisia, Stefan y Serafin.