Paseando por Djemà-el-Fna, la principal plaza de Marrakech, todavía es habitual encontrarse entre puestos de especias, piel y cerámica, monos ligados con cuerdas, tortugas enjauladas con una hoja de lechuga o encantadores de serpientes que intentan sacarse algunos dírhams a los turistas curiosos que se aproximan y les piden fotografías. Un hecho habitual que no es único de Marruecos, sino que todavía está bien presente en lugares como Egipto -de donde surgió-, o bien en la India, donde se repite la práctica de forma habitual. A pesar de no ser conscientes de ello, el turista contribuye a este maltrato animal, cuando se aproxima, cuando pide la fotografía y cuando paga algunas monedas a cambio de la instantánea que después mostrará al volver a casa. De aquí que la tradición no se extinga y que, por eso, todavía sea un hecho habitual encontrarse en las plazas o calles de estos países, animales maltratados sujetos a estas prácticas.
¿Sin embargo, de dónde salen estas serpientes y cómo se lo hacen los encantadores para manipularlas al sonido del pungi o de la flauta que hacen sonar? La mayoría de serpientes, que acostumbran a ser cobras, víboras sopladoras o cornudos -todas ellas, especies muy venenosas-, son capturadas de su hábitat natural y enjauladas desde jóvenes. Todas ellas, acostumbran a pasar a vivir en unas condiciones deplorables donde, a menudo, incluso les falta alimento, curas o sufren deshidratación que en algunos casos acaba con su vida. Además, para evitar riesgos entre sus encantadores y, sobre todo, con el público que se acerca para hacerse las fotografías, les acostumbran a extraer el veneno y los colmillos, una práctica que pretende evitar los riesgos en un mordisco que pueda acabar resultando ser mortal.
El origen de una tradición milenaria
Aunque la práctica, tal como existe hoy día, probablemente surgía de la India, donde los espectáculos con serpientes contribuyen todavía hoy una imagen icónica y están prohibidos desde hace años por el estado en que tratan estos reptiles, su origen se remonta al antiguo Egipto. Con el tiempo, estos se han extendido por todo el sureste asiático, el oriente medio y el norte de África. A día de hoy, la profesión se encuentra en peligro de extinción, debido en parte a la ley que en 1972 surgió en la India que prohibía su práctica.
¿Las serpientes, hipnotizadas?
A diferencia de lo que nos quieren hacer creer, estos reptiles no están encantados con ninguna fórmula mágica, ni bailan, ni son hipnotizadas con el sonido del pungi o de la flauta que hacen sonar a sus "encantadores". El lamentable estado en el cual se encuentran, sumado al estado de inanición en lo que viven, hace que las serpientes se encuentren en situación de defensa, sacando la cabeza del capazo o cesta de mimbre en respuesta a la flauta o pungi, que lo interpretan como posible depredador -así las entrenan- que las hace estar alerta para su supervivencia. Por eso, es importante que el encantador de serpientes, mantenga cierta distancia con el reptil para evitar incidentes y lo llegue a atacar.
Ahora que ya sabemos el motivo, está en manos de todos que estas prácticas dejen de ser consideradas tradiciones y se sigan convirtiendo en atracciones turísticas donde sus "encantadores" se beneficien a cambio de recibir dinero para la instantánea. Solo así, se evitará perpetuar una práctica de maltrato animal, extendida todavía a una parte importante del planeta.