Mar, David y Jeroni empiezan su turno a primera hora de la mañana en la sede central del SEM en Hospitalet de Llobregat. Los tres trabajan en las ambulancias del Servei d’Emergències Mèdiques (SEM), ella es enfermera y ellos, técnicos. La irrupción del coronavirus ha transformado su trabajo y lo ha hecho más difícil, tanto a nivel profesional cómo emocional.
Son las 9 menos diez de la mañana y nos encontramos en el aparcamiento del centro de operaciones, donde hay cerca de una treintena de vehículos entre ambulancias y coches medicalizados. Todos los que operan en la ciudad de Barcelona empiezan y acaban sus turnos de 12 horas aquí, donde pasan por el taller, se limpian y, ahora, también se desinfectan.
En esta sede, hay uno de los centros de coordinación de llamadas que, junto con el de Reus, atienden el 061 y el 112. El servicio se ha tenido que reforzar con la creación de un tercer centro también en Hospitalet para gestionar la gran avalancha de consultas de los últimos meses. Después de unos días de colapso, ahora ya se da respuesta al 99% de las llamadas.
Mar y David preparan dentro de la ambulancia el material necesario para el servicio de hoy: batas, guantes, gafas, gel desinfectante, etc. Todas estas protecciones no eran habituales en su equipamiento básico, pero desde la llegada del coronaviurs las tienen que utilizar en todos el servicios, sean o no sospechosos de covid-19. Para los casos en que hay que intubar al paciente, tienen que utilizar los monos amarillos que se compraron para la alarma del Ébola, el verano de 2014.
Hiperprotegidos hasta que llegue la vacuna
"El calor nos mata, me he mareado más de una vez", explica Mar sobre las nuevas medidas de protección. "No tienes agilidad visual, te das golpes contra las cosas", añade. Además de la bata y las gafas, también tienen que llevar tres pares de guantes, cosa que hace perder el tacto y dificulta procedimientos delicados, como por ejemplo, poner una vía intravenosa. Siendo realistas, no contemplan poder dejar de utilizar esta hiperprotección hasta que haya una vacuna para el coronavirus, es decir, en un plazo de al menos "un año y medio o dos".
La atención hacia los pacientes también ha cambiado. Ahora sólo la enfermera entra en el domicilio para hacer una primera valoración del caso. Apartan a los familiares, abren las ventanas para que corra el aire y ponen una mascarilla al paciente. Después de la primera valoración, se decide si se puede atender al enfermo en su casa o si necesita ser trasladado a un centro hospitalario.
"Quizás era la última vez que se veían"
Llevarse a los pacientes es un momento duro tanto para las familias como para los sanitarios. No se permite que nadie le acompañe, excepto en casos de menores o de personas con discapacidades. "Estas situaciones son muy duras, se te llenan los ojos de lágrimas" explica Mar, rememorando los despidos que ha presenciado entre pacientes y familiares sabiendo que no podrían visitarlo en el hospital. "Eras consciente que quizás sí que era la última vez que se veían".
A pesar de estas situaciones, que califica de "inhumanas", asegura que no han tenido problemas en ningún servicio y que "no ha habido familias que no lo entendieran". Recuerda un caso que le impactó especialmente: una madre sospechosa de covid dio a luz a su bebé prematuro por cesárea en la Maternidad. Justo después de la operación, la mujer fue trasladada al Hospital Clínic y el padre -también sospechoso de covid- pedía, de rodillas, al equipo del SEM poder ir con ella o ver a su criatura, que había sido ingresada en la UCI neonatal. Nada de eso era posible.
La amenaza de la falta de recursos
Desde que se declaró la pandemia, se ha intentado que acudir a los centros hospitalarios sólo cuando fuera extremadamente necesario como es el caso de un infarto o un ictus. En el caso del seguimiento de enfermedades crónicas, por ejemplo, se han evitado estos desplazamientos con una atención más intensa y personalizada desde los CAP mediante llamadas regulares a los pacientes.
El coronavirus ha puesto a los profesionales sanitarios en situaciones a las que nunca antes se habían tenido que enfrentar, intentando dar la mejor atención en unos momentos críticos y con la sombra de la amenaza de una posible falta de recursos en el horizonte. Algunos notan el peso de haber tenido que proponer a las familias aplicar cuidados paliativos a sus enfermos ante la virulencia del virus y la imposibilidad de poder dar otra alternativa.
"El personal de enfermería somos la mano que ha tenido que aplicar medidas paliativas, a veces en contra de tu criterio deontológico", explica una enfermera que quiere mantener el anonimato. "Una cosa es estar en la fase final de la vida y ayudar para que no haya dolor, y otra cosa es conducir a alguien al final de la vida porque no le puedes dar el tratamiento que necesita", dice, apuntando a la falta de respiradores o a la imposibilidad de intubar un paciente de edad avanzada que después no podría ser atendido en un hospital. "Entiendo que hay un momento en que, si no hay recursos, tienes que escoger con quién utilizarlos, pero a veces no los hemos utilizado por miedo a no tenerlos", lamenta, viendo que "el colapso completo no ha llegado, en parte, porque los pacientes ya se habían cribado antes, a veces acertadamente y a veces, no".
"Se ha trasladado a todos los pacientes que se ha creído necesario"
Desde el centro de control de Barcelona, la subjefa territorial Zulma Itzaina asegura que "se ha trasladado a todos los pacientes que se ha creído que se tenían que trasladar" y que se les ha dado el "tratamiento adecuado" teniendo en cuenta la historia clínica, la calidad de vida y sus necesidad actuales.
Sobre la polémica por el documento que recomendaba evitar ingresos 'con escaso beneficio', Itzaina defiende que en todo momento ha mandado el criterio clínico del equipo asistencial, "como siempre se ha hecho". "No tiene ningún sentido dejar a un paciente en casa, cuando la red se estaba ampliando y en ningún momento se ha llenado", añade, e insiste en que, cuando se ha evitado el traslado a un hospital, se ha cuidado igualmente de los pacientes a domicilio.
"Te llevas a los muertos a casa, me levanto llorando y tengo flashbacks"
El peso de estas decisiones, sin embargo, está pasando factura a nivel psicológico a algunos de los profesionales responsables de decidir el 'criterio clínico'. "No poder ayudar a una persona crea mucha ansiedad, mucho dolor interno," explica la misma enfermera, que cree que incluso le ha cambiado el carácter.
La dureza de todo no se acaba cuando acaba el trabajo: "Te llevas a los muertos a casa, algunas noches me levanto llorando y tengo flashbacks de los servicios". Ella no es la única. Otros enfermeros y técnicos explican que también tienen problemas para conciliar el sueño y se despiertan a menudo de madrugada a causa de la ansiedad. "Cuando la fase aguda de todo eso acabe habrá mucho personal sanitario que necesitará ayuda psicológica", augura.
Para lo que pueda venir, el SEM ya ha puesto a disposición de sus trabajadores y también de la ciudadanía un servicio profesional de atención psicológica por vía telefónica. Quien lo necesite puede recurrir llamando al 061 o en gestioemocional.cat.
"Hemos parado el golpe para dar tiempo al sistema de Salud"
Este servicio es sólo uno de los cambios que el SEM ha introducido en su día a día desde la irrupción de la covid-19. Itzaina explica cómo el servicio se ha tenido que adaptar a esta presión extraordinaria en tiempo récord. "Durante las primeras dos semanas había nervios, no habíamos gestionado nunca una pandemia", dice, pero celebra que se ha sabido transformar el sistema y convertirlo en una "pieza fundamental" en la gestión del coronavirus.
"Hemos estado una presa, conteniendo la corriente y parando el golpe, para dar tiempo al sistema de salud para que pudiera organizarse y dar mejor respuesta a la pandemia". El SEM ha trabajado dando apoyo al sistema y asumiendo funciones inéditas como la realización de pruebas de covid a domicilio, la gestión de una plataforma logística para distribuir material sanitario por toda Catalunya o el traslado interhospitalario de casos de covid. "El coronavirus iba por delante nuestro, pero nos pusimos las pilas y le adelantamos", celebra Itzaina. "Ahora ya sabemos qué tenemos que hacer".
Miedo a ir al hospital
Aparte de cambiar sus funciones, también han visto cómo cambiaban los servicios que tenían que atender. Desde el principio del confinamiento, las emergencias relacionadas con accidentes de tráfico o laborales se han reducido drásticamente, así como también los casos de ictus o infartos. "La gente ha tenido miedo a los hospitales porque los veían como un foco de infección", asegura la subjefa territorial, así que muchos pacientes rechazaban ir o, directamente, no avisaban al servicio de emergencias.
Durante los días críticos -final de marzo y principio de abril-, sólo los llamaban por los casos estrictamente necesarios, muchos de ellos, paradas cardiorrespiratorias en domicilios particulares. "Barcelona entera era un hospital", describe uno de los técnicos del SEM que lo vivió de primera mano, "escuchar la radio era deprimente".
Ahora, pasada aquella fase, la preocupación se centra en el riesgo de rebrote del coronavirus y en todas aquellas patologías que no se han atendido durante la crisis. "Dentro de unos meses pagaremos todo lo que está pasando ahora: las visitas no realizadas, los cánceres no detectados...", avisa Jeroni, técnico del SEM y bombero. A estas alturas, ya confirman que se ha notado un aumento de los infartos subagudos -detectados días después de haberse producido- o de enfermedades crónicas descompensadas por falta de control médico.
Dos minutos para llegar a la ambulancia
Entre servicio y servicio, el equipo de Mar, David y Jeroni espera en el CAP de la calle Manso, uno de los centros de ambulancias que hay en Barcelona. Tienen una sala con butacas, mesas y un ordenador en la planta baja de la CAP. Allí comen, hablan y pasan el rato con compañeros de otras unidades mientras no tienen que salir a atender ninguna emergencia. Algunos aprovechan para seguir formándose a través de cursos online.
Cuando suena una de las emisoras que llevan se hace el silencio para escuchar si hay alguna petición del centro de operaciones para su unidad. De golpe, llega una: un atragantamiento en un domicilio del barrio de Sants. El equipo tiene dos minutos para recoger las cosas y llegar a la ambulancia aparcada en la puerta de la CAP. Acto seguido, salen a toda velocidad hacia la dirección que el centro de control les envía directamente al GPS del vehículo.
Al llegar, sólo Mar, la enfermera, entra en el piso con todas las protecciones para ver como está el paciente. El resto del equipo espera en el rellano de la escalera. Parece que el hombre ya puede respirar pero sigue notando molestias a la vía digestiva y tuvo un ictus recientemente, así que la unidad le traslada al hospital Clínic. Sube a la ambulancia solo, la familia se tiene que quedar en casa, y lo primero que se hace es comprobar si tiene fiebre, uno de los síntomas más habituales del coronavirus.
Justo después de dejarlo en el Clínic, avisan de otra urgencia. Una mujer de edad avanzada que ha superado el coronavirus ha llamado al 112 al notar taquicardias. Con poco más de cinco minutos, hemos ido del Clínic al corazón de Nou Barris, en la otra punta de la ciudad. Allí, Encarnación, de 74 años, se queja de dolor en el pecho al respirar y habla con dificultades. Después de descartar que se trate de una trombosis o de un infarto, el médico decide que no hay que trasladarla y le recomienda ir al día siguiente a su CAP.
"La gente nos mira con cara de miedo"
Fuera, la ambulancia aparcada en medio de la calle ha llamado la atención y muchos vecinos observan con recelo a los equipos de emergencia desde sus balcones. El protocolo marca que, al terminar el servicio, todos los trabajadores que hayan estado en contacto con el paciente tienen que quitarse la bata o el mono y ponerlo dentro de tres bolsas de plástico, una por encima de la otra, para evitar que pueda contaminar.
Mientras lo hacen, todo el mundo mira y nadie dice nada, pero no siempre es así. Jeroni explica que les han llegado a gritar y a gravarlos con el móvil por quitarse las protecciones en la calle al creer que eso era peligroso. Mar también ha vivido experiencias tensas. "En un servicio, bajamos a una persona en situación crítica por la escalera de su bloque y un vecino empezó a gritarnos exaltado: '¡¿Y ahora qué hago?! ¡¿Cómo lo limpio?! ¡¿Ahora no podremos salir?!'". Más allá de los incidentes concretos, tienen una percepción general: "La gente nos mira con cara de miedo".
La situación actual es de una "calma tensa" también para el propio SEM, tal como lo describe la subjefa territorial Zulma Itzaina. "Es una situación de normalidad anormal que nos mantendrá expectantes hasta que salga la vacuna", explica, descartando que nunca podamos volver a la normalidad absoluta. "Queda el miedo de si volverá a rebrotar, si volverá a hacer daño". El foco está puesto ahora en los 14 días posteriores al cambio de cada fase de desconfinamiento para ver qué efectos tiene sobre la población y si hay un aumento de casos nuevos.
"La realidad de las UCI se ha escondido y se tenía que mostrar"
Insisten sobre todo en que hay que respetar las limitaciones de cada fase, porque sino "en otoño volveremos a estar igual", dice Mar. "La gente lo hace muy mal", añade y explica que, en general, "en el sector sanitario estamos muy enfadados con la gente". "Hagamos un tour gratis por una UCI y se les pasarán las ganas de saltarse las normas, las imágenes eran dantescas", explica de primera mano. Mar hace años que no trabajaba en una UCI pero ha vuelto para echar una mano durante la pandemia y lo combina con las guardias en el SEM. "Es una realidad que se ha cerrado y creo que se tenía que haber mostrado porque sólo con cifras la gente no se hace en la idea de la magnitud de todo eso".
Durante todo el día que hemos pasado con el equipo del SEM, no han dejado de analizar su alrededor fijándose en aquellas personas que, sabiéndolo o no, se saltan unos mínimos protocolos de seguridad. "¡Mira a aquella chica corriendo empapada y con la mascarilla, caerá redonda de reinhalar CO2!". "¡El otro día vi a un chico comiéndose una naranja con guantes, con los microbios que acumulan!". Y así, muchos otros casos, en los que por desconocimiento o inconsciencia se pone en riesgo la salud propia y la de otros.
Regresando del último servicio, la ambulancia para en un semáforo en rojo. Al lado, un chico y una chica se despiden con besos y abrazos. Jeroni los mira de reojo: "No hemos entendido nada".