Mujeres que cuidan personas mayores por300 euros o limpian más de 25 habitaciones al día por 600. Son algunos de los ejemplos de los colectivos de trabajadoras como el Sindicato de Cuidadoras sin Papeles, las limpiadoras de Can Ruti o las Kellys, que han cogido la lucha organizada como vía para salir de la precariedad. Y es que la brecha de género se amplía cada vez más en el peldaño más bajo de la escala salarial. Según datos del 2017, las mujeres con sueldos más bajos cobran un 34,4% menos que los hombres.
Las trabajadoras reivindican su trabajo de cara a la huelga del domingo 8 de marzo, un día que, recuerdan, no es festivo para muchas mujeres del sector de los cuidados, en la hostelería, en el comercio, en la atención al cliente, en los hospitales, o en el transporte.
El trabajo de cuidados, del hogar, la limpieza, la hostelería y la restauración son los sectores que ocupan la franja más precaria del mercado y están muy feminizados. Y la gran mayoría de estos trabajos son ocupados por mujeres que no pueden aspirar a una promoción profesional, un fenómeno conocido como el 'tierra pegajoso', apunta la doctora en Derecho y profesora titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social a la UB, Raquel Serrano.
"Todas las desigualdades que vemos en el mercado laboral están atravesadas por la infravaloración del trabajo femenino, ni el trabajo de cuidados está valorado ni tampoco los sectores feminizados", afirma. Una situación que, según dice, se puede agravar en el futuro, ya que estas profesiones poco calificadas pueden desaparecer en el proceso de digitalización de la economía.
El futuro del movimiento feminista tiene que pasar por sindicarse y movilizarse, apunta Vania Arana, portavoz de las Kellys, en la asociación en defensa de las camareras de piso. La representante del grupo que ha sido la punta de lanza de la reivindicación para la mejora de las condiciones de trabajo de estas trabajadoras pone de ejemplo su movilización desde el 2016, que comportó el cambio del convenio de hostelería. El acuerdo ha permitido que, entre otras cosas, las trabajadoras subcontratadas puedan beber agua de los hoteles donde trabajan.
Arana ha trabajado 20 años como camarera de piso en una empresa externalizada en hoteles de Barcelona, cobrando menos de dos euros por cada habitación, un sueldo muy inferior al de los camareros que desarrollaban una tarea en el mismo establecimiento. Según la normativa vigente, las diferencias de sueldo entre estos tipos de trabajos se tienen que justificar de manera "objetiva y razonable".
El trabajo que llevan a cabo las Kellys y otras mujeres de la franja más baja de la escala salarial no entra dentro de la categoría de 'tierra pegajoso', dice Arana. "Nosotros estamos por debajo, en el inframundo. No podemos ni llegar a este suelo, porque estamos esclavizadas", asegura.
La lucha de las Kellys se ha hecho al margen de los sindicatos mayoritarios, "liderados y pensados exclusivamente por hombres", y que han hecho un trabajo "nulo" para ayudar a las mujeres precarias, apunta Arana.
También al margen de las organizaciones de trabajadores mayoritarios se ha tejido el Sindicato de Cuidadoras sin Papeles, una agrupación creada este febrero por una veintena de mujeres para salir de la situación de precariedad en que se encuentran las extranjeras con que trabajan ofreciendo servicios del hogar.
Las trabajadoras del hogar mayoritariamente son mujeres migradas que llegan a Catalunya sin una red familiar. Según datos de la Encuesta de Población Activa, de las 105.200 personas que trabajan con afiliación al sistema especial del hogar, 65.000 tienen nacionalidad extranjera, y entre 35.000 y 43.000 están en situación de economía sumergida.
Flavia Ovejero, una de las fundadoras del sindicato, explica a la ACN que en el primer trabajo que encontró en Catalunya sufrió acoso sexual y, cuando decidió marcharse, sus jefes se negaron a pagarle todo el tiempo que había trabajado. "Se piensan que si no tienes contrato ni papeles no tienes derecho, y no es así," lamenta.
Las creadoras de la organización quieren que funcione como una oficina de reclamaciones y derechos para las trabajadoras del sector. Tenemos que luchar, ahora sólo estamos empezando, pero tenemos que enseñar a las otras a que no se tiene que tener miedo. Nosotros ya hemos dado la cara y seguiremos", dice otra de las miembros, Sílvia Sánchez. Sánchez vio en el sindicalismo una manera de "recibir apoyo emocional", se informó sobre trámites para conseguir los permisos de trabajo, y tener una presencia política y mediática para defenderse de la "violencia de género" que implica trabajar sin horario ni contrato.
Otro ejemplo de lucha sindical de un colectivo feminizado es el de las trabajadoras del Hospital Germans Trias, conocido como 'Can Ruti'. Vinculadas a la UGT, el personal protesta porque no han recuperado los derechos perdidos durante la crisis tanto con respecto a salario, como por los días personales de libre disposición. El conjunto de limpiadoras de la empresa CLECE reclaman mejores condiciones para coger bajas o vacaciones o reducción de la jornada laboral. Unas mejoras que, según la presidenta del comité de la empresa CLECE, Antonia Morejudo, sólo se han revertido en el caso del personal médico, pero no del de limpieza. "La unión hace la fuerza, animamos a todo el mundo que hagan pública la precariedad que tienen y que se unan a nosotros porque es todo lo que tenemos", asegura Morejudo.
El trabajo de cuidados remunerado se añade al no remunerado: la limpieza, el cuidado de los niños y familiares o la gestión de la agenda familiar. Un trabajo que representó el 14,9% del PIB en el Estado en el 2018 y que recae mayoritariamente en las mujeres.