Los amigos, las clases, los encuentros en el bar de la facultad, los trabajos, las fiestas... La actividad universitaria tiene muchas facetas que acaban marcando la vida diaria de miles de estudiantes. ¿Sin embargo, qué ocurre cuando esta experiencia se convierte en virtual? Esta es ahora la realidad de los universitarios catalanes, que han visto cómo este año el coronavirus les expulsaba de las aulas.
En esta segunda oleada de la pandemia las facultades mantienen cerradas las clases presenciales desde el 14 de octubre. El Departamento de Salut de la Generalitat de Catalunya dictó dos semanas de docencia en línea, que se han ido prorrogando. Desde entonces, las aulas de los centros universitarios catalanes han quedado vacías. Sólo ha habido clase presencial para las evaluaciones y para actividades prácticas.
El nuevo curso universitario se había iniciado siguiendo a un modelo híbrido. Este se basaba en la división de las clases, haciendo que la mitad de los alumnos asistieran presencialmente al aula, mientras que el resto seguía la docencia en streaming desde casa. Esta alternativa no duró ni un mes, las restricciones sanitarias las hicieron imposibles. A partir de aquí, todas las actividades docentes, excepto las prácticas, adoptaron un formato virtual.
Aunque otros sectores se han ido reabriendo, a día de hoy, ya son muchas las universidades que han confirmado a sus alumnos que la docencia se mantendrá no presencial hasta el final del primer semestre. Mientras que sobre el próximo semestre se proyecta una espesa sombra de incertidumbre.
Igualdad de condiciones
Ante esta situación, se ha extendido entre los universitarios un sentimiento de apatía y cansancio. Muchos de ellos tenían claro desde el primer momento que las medidas se prorrogarían, que no sería cosa de quince días. "Teniendo en cuenta que se anularon extraescolares y muchas otras actividades, era improbable que reabrieran las facultades", explica Ànnia Mulero, estudiante de Comunicación e Industrias Culturales de la Universidad de Barcelona, que admite que desde que se les comunicó el cierre de las aulas ya imaginaban que iría para largo.
Otra sensación palpable es la impotencia. El primer confinamiento dejó al descubierto la falta de igualdad de condiciones. No todos los alumnos disponen de un ordenador propio, una buena conexión a Internet o un espacio adecuado donde concentrarse. Así lo explica Àlex de Ramón, estudiante de Traducción e Interpretación a la Universitat Pompeu Fabra, que considera que la universidad es un lugar que ofrece "igualdad de condiciones" para trabajar. "En casa, no hay igualdad de oportunidades para aprender, cada uno tiene una situación diferente", advierte.
Estudiantes de primero
Los estudiantes de primero aparecen como los más damnificados por esta situación. Sin haber dispuesto de un contacto previo con la universidad ni haber tenido oportunidad de construir una red de amigos y compañeros, la desconexión es mucho mayor. Martí Giralt, estudiante de primer curso de Ciencias Políticas en la Universidad de Girona, admite que es casi imposible hacer amigos si sólo ves sus nombres, o en algunos casos a penas sus iniciales en la clase online. "Estamos a noviembre, y no conozco a nadie de mi clase", se lamenta este estudiante que reconoce que esta situación le ha impedido también "poder vivir todo lo que va ligado a la vida universitaria".
Y no sólo son los estudiantes quienes discrepan de las restricciones impuestas. También desde el profesorado se ha mostrado preocupación. Joan Julibert, periodista y profesor de la Facultad de Filología y Comunicación de la Universidad de Barcelona, lanzó una señal de alarma a través de Twitter el mes de octubre cuando se dictó de nuevo nuevo el cierre de las aulas i advirtió que "la universidad es un servicio esencial". "A estas edades la socialización es esencial en la construcción de la identidad", advertía.
Los últimos en volver
Desde los centros universitarios, se ha hecho una inversión para adoptar las medidas higienico-sanitarias y los protocolos de seguridad pertinentes, pero con el cierre, este esfuerzo ha resultado inútil. Según el plan de reapertura de la Generalitat, hasta el cuarto y último tramo las universidades no podrán volver a recuperar la docencia presencial.
Bajo el lema de Las aulas son seguras, grupos de estudiantes han reivindicado en los últimos meses que sus espacios están preparados y adaptados para que se puedan dar clases con normalidad. "No nos sacamos en ningún momento la mascarilla y nos ponemos gel hidroalcohólico cada vez que salimos del aula", asegura Laura, estudiante de Turismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ella es una de las alumnas que desde principio de curso apostaba por la presencialidad y asegura que los grupos burbuja sí que funcionan porque ya eran muy reducidos.
El riesgo: la movilidad
Sin embargo, los expertos argumentan que hay un factor muy difícil de controlar: La entrada y la salida de los estudiantes. "El problema es que si tienes treinta o cuarenta aulas que empiezan a la misma hora, por muy seguros que estén dentro, la movilidad es el riesgo" apunta Victoria Girona, directora general de Universidades de la Generalitat de Catalunya.
Hasta después de Navidad
Ante estas medidas y la demanda de los universitarios, la directora declara que se está teniendo en cuenta la petición de los estudiantes, pero que los datos sanitarios de la pandemia no son suficientemente buenos como para reabrir las facultades. "Estamos pidiendo abrir un poco más, pero seguro que hasta después de Navidad no tendremos una situación de presencialidad como en septiembre", señala. La previsión, por lo tanto, es que los alumnos los alumnos no volverán a las aulas hasta el año que viene.
No sería motivo de rebaja
Esta situación ha provocado otro debate entre los estudiantes. El inicio del curso se vio marcado por la rebaja del treinta por ciento de las tasas universitarias, después de repetidas reivindicaciones de los estudiantes en este sentido, que incluso dio pie a una Iniciativa Legislativa Popular en el Parlament. Con motivo de la docencia en línea, algunos estudiantes han vuelto a pedir una nueva rebaja, pero desde los centros no se plantea esta posibilidad.
Victoria Girona asegura que una nueva rebaja de tasas tendría que ir acompañada de un aumento de la financiación pública, pero que el motivo sería ajeno a la pandemia. Argumenta que "aunque de otra manera, se está cubriendo la formación de las universidades" y valora positivamente la efectividad de la docencia virtual.
Calidad de la enseñanza
A pesar de admitir que hay actividades que requieren presencialidad y que hay que mantenerlas, la directora de Universidades considera que el aprendizaje en línea no tiene que perjudicar la calidad de la formación y que la gran mayoría de herramientas para trabajar de manera virtual funcionan satisfactoriamente.
Admite, sin embargo, que la falta de socialización de los estudiantes constituye un problema y señala el sentimiento de angustia y soledad que se ha dado entre muchos de los universitarios por el hecho de no poder relacionarse entre ellos, en especial entre los estudiantes de primero.
Crear vínculos
Los psicólogos muestran especial preocupación por el efecto de este sistema de trabajo. A nivel técnico, la docencia virtual es viable, pero el impacto resulta más complejo dado que desde el mes de marzo pasado, las facultades se han convertido en píxeles y los estudiantes se relacionan a través del campus virtual.
Según Alba Cunill Gartmann, experta en psicología, psicomotricidad y terapia familiar sistémica, esta situación "afecta a la salud mental, porque los universitarios también necesitan crear vínculos sociales para poder estar sanos".
Esta doctora que trabaja desde la psicomotricidad racional, una rama de la psicología que analiza cómo las emociones quedan representadas en el ámbito corporal, advierte que "el nuevo día a día de los universitarios es pasarse seis horas sentados delante de una pantalla, sin interactuar físicamente con nadie", lo cual "provoca un impacto psicológico negativo" y "crea sentimientos de depresión y angustia". “Las universidades han pasado de ser un espacio social a un mero lugar de aprendizaje”, añade, además de referirse a una sensación de olvido de los estudiantes al constatar que el cierre continúa mientras otros sectores se van reabriendo.
Vivir la universidad
Los docentes universitarios también han detectado este efecto. Olga Pedregosa, profesora de la Facultad de Educación y Ciencias Humanas y adjunta al vicerrectorado de ordenación académica de la Universidad de Vic, explica que "hay un cierto cansancio del alumnado debido a la actividad en línea", que ha derivado en situaciones de estrés y angustia. En este centro, según apunta Pedregosa, se ha constatado con "un incremento del 20% de la demanda de los servicios específicos de orientación pedagógica y de atención al alumnado".
También el profesor de psicología y vicerrector de la Universidad de Girona, Josep Maria Serra, admite que la prórroga del cierre no tiene en cuenta la imposibilidad de vivir plenamente lo qué significa ir a la universidad, ya que "la vida universitaria es muy importante, y es una pena que eso se pierda".
La vida de la universidad tal y como era entendida hasta ahora, forma parte de un mundo en suspenso. Mientras otros sectores económicos y sociales van recuperando las actividades que se habían interrumpido, en la universidad las pantallas han sustituido a las aulas, la interacción es totalmente virtual y los estudiantes se sienten cansados, angustiados o desamparados a causa de lo que consideran como poca consideración del Gobierno.