Este jueves 25 de noviembre es el Día Internacional de la eliminación de la Violencia contra las Mujeres y como cada año — y tal como pasa también el 8 de marzo—, veremos cómo todo el mundo sacará la bandera del feminismo del cajón. Esto se llama "purple washing", aprovechar la causa de las mujeres como recurso para hacer campañas de marketing hipócritas que no van más allá de un eslogan fácil para sacar rédito. En definitiva, esta semana veremos como compañías e instituciones se tiñen de lila sin descanso ni un momento a cuestionar o deconstruir las redes patriarcales que mueven las empresas y el mundo.
Más allá del marketing
El purple whashing, que literalmente quiere decir "un lavado de cara lila", es, pues, utilizar la excusa de la defensa del feminismo como mecanismo para conseguir otros intereses. Pero eso no sólo pasa cuando hay finalidades publicitarias detrás, sino que muchas veces el "feminismo" también se utiliza para defender indirectamente políticas racistas y xenófobas.
De eso, en nuestro país, vamos sobrados y sólo hay que recavar un poco en nuestro día a día para encontrar décimos de ejemplos. Cuándo el islam sale a debate y un hombre defiende que las mujeres no tendrían que llevar hiyab apelando a su liberación, ¿realmente lo están haciendo para defender a la mujer o para legitimar la islamofobia? O cuando se produce una violación y los partidos de derecha se apresuran a salir para recalcar la nacionalidad del agresor, ¿lo están porque les importa la violencia hacia las mujeres o para criminalizar a un colectivo?
El activista Brigitte Vasallo, pionera en el desarrollo del término "purple washing" pone diversos en su libro 'Pornoburka': "En Colonia hubo denuncias de tocamientos y abusos sexuales la nochebuena y se construyó la imagen de los violadores como refugiados (rapefugees) y de las violetas como blancas. La extrema derecha, bien conocida por su machismo constituyente, pudo soltar un racismo sin trabas para perseguir a estos 'otros hombres' violadores, obviando que la violación es una herramienta de un patriarcado defendido y promovido por la extrema derecha, obviando que es un problema endémico en Europa que no tiene nada que ver con la llegada de nadie, invisibilizando la cantidad descomunal de asaltos sexuales que se producen en Europa por parte de hombres blancos, y creando un espacio discursivo en que las 'otras mujeres' forman parte de los asaltantes. Mientras los diarios seguían propagando la imagen de los migrantes y refugiados como violadores, Amnistía Internacional sacaba un informe donde denunciaba la cantidad de violencia sexual que sufren las refugiadas en Europa, pero este informe a duras penas ha tenido repercusión, y menos entre la extrema derecha", explica al libro.
Más washings
Pero el proceso de instrumentalización de las luchas feministas con la finalidad de legitimar políticas de exclusión contra poblaciones minorizadas no es la única que se utiliza. También existe el pinkwashing, que apela al colectivo LGTBI+; el greenwashing, un presunto compromiso con el ecologismo; el blackwashing, que entre otros utilizaba Obama para hacer ver los nordsamericans viven en una sociedad libre de racismo sólo para tener un presidente negro; o el redwashing, que se usa para hacer tener la percepción que una organización, empresa o persona está comprometida con la igualdad social.
Todas estas estrategias que están en todas partes hacen lo mismo: recordar y utilizar una causa cuando interesa para sacar un beneficio personal o profesional, sea económico o de reconocimiento. Es reforzar la vulnerabilidad de los oprimidos. Es renunciar a los valores éticos y sociales por el impulso de seguir a la ola del capitalismo y consumo. Es, en definitiva, manipular.