Por suerte, la cápsula de cesio-137 que perdió un camión en una carretera de Australia Occidental a finales de enero se acabó recuperando, pero las alarmas que se activaron en nuestras Antípodas no eran cosa de broma. Pese a su pequeño tamaño, si la cápsula llega a caer en malas manos, se hubiese llevado por delante a más de uno. Y no porque pudiera explotar sino porque su contenido era suficiente para generar algún tipo de daño en quien tuviera la peregrina idea de toquetearla. Y no lo decimos porque sí: en 1987, unos inconscientes desgraciados que vivían en Goiânia (Brasil) demostraron qué pasa cuando el material radioactivo no  se guarda a buen recaudo y acaba en las manos de quien ni debe ni sabe manipularlo.

capsula radioactiva con cesio 137 australia
 

Una clínica 

La historia incluye una clínica en ruinas, dos chatarreros y una ciudad, Goiânia, que se construyó en los años 30 para reemplazar a Vila Boa (hoy Goiás), una villa minera que creció al socayo de la explotación de oro en el siglo XVIII y que se quedó pequeña para lo que el Brasil lleno de buenas intenciones del primer tercio del XX pretendía ser. Como casi todo en Brasil, el resultado final fue relativo y la reluciente Goiânia acabó convertida en una metrópolis grande pero, también, llena de desigualdades en términos de renta, niveles educativos y, en general, todos esos elementos que, cuando se ponen a favor de un individuo, le medio garantizan una vida digna y que, si no son como debieran, aseguran justo lo contrario.

A Wagner Pereira y Roberto Alves, protagonistas es esta fea historia les tocó justo lo segundo y, por eso, acabaron dedicándose a recoger chatarra que se pudiera vender para, con lo obtenido, comer caliente. Como las desgracias nunca vienen solas, un buen día tuvieron una mala idea: buscar hierros viejos en una clínica abandonada. Por supuesto, los encontraron, pero lo que ellos no sabían era que, entre esos hierros viejos que se llevaron a casa para desmontar, había una unidad de radioterapia que otro inconsciente –éste más formado que ellos, sin duda, y, por tanto, mil veces más culpable- dejó allí abandonada.

Un desastre tras otro

Los chatarreros llegaron a casa y, como siempre hacían con todo lo recogido, se pusieron a desmontar aquella máquina tan vistosa de la que daban por hecho sacarían un buen dinero. No sabían que, en su interior, guardaba una cápsula poco más grande que un dedal con 93 gramos de cloruro de cesio, justo el mismo elemento que contenía la cápsula extraviada y después hallada en Australia. Pereira y Alves desmontaron la máquina, vendieron las piezas que pudieron rescatar y, al retirar la carcasa que protegía la cápsula, notaron náuseas y no la abrieron. A los pocos días, sí que lograron hacerlo, al menos en parte y con la ayuda de un amigo. Accedieron al cesio, que emitía una profunda luz azul que quisieron mostrar a sus vecinos. Les gustó tanto aquel material para ellos extraño que pensaron incluso, en repartirlo entre familiares y conocidos.

Tanto fue así que, por supuesto, lo toquetearon cuanto les vino en gana y hasta uno de ellos mandó hacer una sortija para su mujer. Una niña de seis años, incluso, llegó a frotarse aquel polvo azul por la piel y el autor del hallazgo colocó la cápsula en un lugar preferente de su domicilio para poder enseñársela mejor a las visitas.

Al cabo de unos meses, varios vecinos de la zona empezaron a enfermar. A todos les pasaba lo mismo: diarreas, vómitos, fiebre y hasta pérdida de cabello. La mujer de uno de los chatarreros ató cabos, cogió la cápsula o lo que quedaba de ella y se acercó a una oficina gubernamental, donde comprobaron estupefactos qué era aquello que llevaba la buena señora en una bolsa de plástico. La historia acabó con 250 personas irradiadas y unas tareas de descontaminación física de viviendas y espacios que tuvo que pagar el erario público. Murieron cinco personas, entre ellas, la niña de seis años, a la que tuvieron que enterrar en un ataúd de plomo que se sepultó en cemento. Hoy, además del horror, nos queda una canción de dos cantautores uruguayos compusieron para explicar esta historia de ignorancia, pobreza y desidia.