En entornos mineros, se le llama gandinga a los menudos lavados de escasa calidad y difíciles de aprovechar a los que, en épocas de carestía, se les daba un uso doméstico previa recogida en los lechos de los ríos, lugar en el que acababan tras desecharse en los lavaderos y plantas de tratamiento de carbones. También, según la RAE, el término identifica los despojos de reses y otros animales.
En general, gandinga no es más que una de las múltiples palabras que se utilizan en castellano para identificar a lo que no se aprovecha ni valora pero que en situaciones de necesidad puede servir para mucho. Así, y por ejemplo, dicho término sirve también para dar nombre a los guisos que se preparan con los despojos de que arriba hablábamos y que, como tantos otros platos de origen humilde, son hoy mucho mejor valorados. Con todo, no es de cocina de lo que se trata hoy, ya que lo que nos ocupa es la arquitectura o, mejor dicho, la sostenibilidad de ésta porque la gandinga –la mineral- fue protagonista hace más de 75 años de una historia que merece contarse y que evidencia que lo del reaprovechamiento no es invento de ahora. Pasó, en concreto, a finales de los cuarenta y en Barruelo de Santullán, la capital minera de la Palencia de entonces.
Font Bedoya
El protagonista del asunto fue Antonio Font Bedoya, arquitecto palentino nacido en 1910 y fallecido en 1973 que fue, durante la compleja posguerra, arquitecto de la Diputación de Palencia y, también, teniente alcalde en Palencia capital de 1942 a 1947. La provincia entera, dada su condición de arquitecto de la Diputación, está llena de obras suyas y, así, encontramos desde gasolineras, cines y escuelas, hasta restauraciones de iglesias y diseños de cementerios, laboratorios, fábricas y ayuntamientos. Con todo, quizá lo más interesante de su obra sean las viviendas o, más en concreto, las barriadas que levantó en la propia capital y en municipios mineros del norte.
En Barruelo de Santullán, el más importante de ellos en aquellos complicados años 40, Font Bedoya recibió el nada sencillo encargo de levantar un barrio entero de 250 hogares para acabar con una escasez de vivienda –Barruelo rondaba los 10.000 habitantes y obreros con familia y sueldos medios no podían acceder a nada más que habitaciones con derecho a cocina- que superaba lo asumible. Diseñó, junto al que fuera arquitecto municipal de Palencia Cándido García Germán, un polígono de viviendas de dos alturas y tres dormitorios estructurado en torno a una plaza central porticada que, aún hoy y con las minas ya cerradas y una población de menos de 1.500 vecinos, es uno de los barrios más poblados de la villa.
De hecho, estas viviendas que no son otra cosa que verdaderos chalets adosados, se venden por en torno a 50.000 euros y son de lo más decente que puede ofrecer en materia de vivienda Barruelo, población situada a 14 km de la industriosa Aguilar, villa de 7.000 vecinos sin vivienda suficiente para acoger a los más de 2.000 empleados de las galleteras Gullón y Siro.
Estas viviendas, conocidas en Barruelo como Casas Baratas, son, además de un ejemplo de buen diseño, una evidencia de que lo de la sostenibilidad (aunque no con tan ampulosa denominación) no es invento de ahora: se construyeron con arcilla, cal, algo de cemento y la denostada gandinga, que en Barruelo no era otra cosa que los desechos del carbón.
Aprovechamiento
De primeras, nadie lo vio bien. Según se explica en la tesis doctoral La Arquitectura de Antonio Font Bedoya presentada por Juana Font Arellano, hija del arquitecto, ni las autoridades locales ni los propios mineros a quienes se suponía iban a destinarse las viviendas entendieron el invento. La gandinga, junto a la arcilla, la cal y el cemento se compactó en tapiales para levantar los muros y en adobes para los tabiques.
Pronto, unos y otros comprendieron, vistos los ensayos in situ, que el material no sólo era seguro, sino que garantizaba un óptimo aislamiento, permitía limpiar el valle de desechos y abarataba el precio final de unas viviendas que inspiraron otros polígonos similares en San Cebrián de Mudá o Velilla del Río Carrión, cerca de Guardo y donde se clonaron.
De Font Bedoya, pese a los muchos trabajos ejecutados en Barruelo, pocos se acuerdan en la villa y, tanto es así, que ni siquiera en el año de su centenario se hizo nada para recordarle. Quizá, de aquí a 24 años, cuando sus Casas Baratas –nominalmente el barrio se llama Viviendas Protegidas- cumplan 100 años, alguien lo remedie pero, mientras, ahí está su obra para demostrar que lo de reducir, reutilizar y reciclar ya se hacía hace 75 años en Palencia con maestría, inteligencia y eficacia y, por supuesto, sin alardes y sin más ideología que la de servir a quien lo necesitaba. Barruelo, por cierto, es mi pueblo y gandinga, además de lo antes explicado y en Canarias, quiere decir también descaro e insolencia. Eso, justo, es lo que le sobró hace 75 años a aquel genio que fue Font Bedoya.