El de las criptomonedas es un mundo oscuro y confuso que genera dudas serias en el profano. Sus puntos en común (son valores fundamentados en la confianza y sin aval real) con las estafas piramidales genera desconfianza en el ciudadano de a pie y la reciente bancarrota de FTX, una de las mayores plataformas de intercambio de criptomonedas del mundo, puede haber sido el golpe definitivo que hará que las dudas que generan las criptomonedas se extiendan a una tecnología, el blockchain, que nadie que no sea un experto sabe muy bien en qué consiste pero que, siempre, aparece en las noticias asociada a estos valores opacos. ¿Cómo hacer para que recupere la confianza de la gente normal una tecnología que, además de para realizar intercambios dinerarios seguros puede, explican los expertos, servir hasta para garantizar votaciones online imposibles de manipular?
¿Qué es el blockchain?
Para saber qué es el blockchain hay que explicar antes cómo funciona actualmente la intermediación bancaria: hoy, si mi padre quiere, por ejemplo, enviarme mil euros, lo más normal es que formalice esa operación utilizando los servicios de su banco, que retirará los 1.000 euros de su cuenta y comunicará a mi entidad financiera que los anote en la mía y todo estará solucionado. Con suerte, no nos habrán cobrado comisiones pero, si quisieran, podrían hacerlo porque son ellos y no nosotros (mi padre y yo) quienes controlan el proceso y, por eso, el dinero no llegará a mi cuenta hasta dentro de 48 horas, en el mejor de los casos, que podrían convertirse, si media un fin de semana, hasta en 72 o más sin que ni mi padre ni yo pudiésemos hacer nada.
¿Y qué pasa si no podemos esperar? Pues que toca pagar unas comisiones que los bancos fijan. Así, y por ejemplo, si yo necesito esos 1.000 euros antes de las doce de la noche de hoy porque ése es el momento en que debo pagar (también vía transferencia) unos señores a quienes les debo dinero y me amenazan con sucesos desagradables, deberemos satisfacer hasta dos comisiones: una la pagará mi padre para que el dinero me llegue hoy mismo y otra la pagaré yo para que el dinero llegue a mis acreedores y, encima, por el camino mi banco se habrá enterado de que mi padre me ingresa dinero y de que yo pago después a unos señores poco recomendables con él. ¿Bonito, verdad? Pues, sí: sobre todo porque la posibilidad de que el dinero llegue antes pagando comisiones demuestra que todo puede hacerse de una manera más ágil (casi inmediata) y que, si no se hace, es porque no se quiere. Y, ahí, precisamente, es donde entra el blockchain.
¿Y con el blockchain?
El blockchain elimina de la operación a los intermediarios y en la fiesta sólo quedamos, en principio, mi padre, yo y mis acreedores. La magia la hace la cadena de bloques o blockchain, que es un libro de cuentas en el que se apuntan diferentes registros que se enlazan y cifran para proteger la seguridad y privacidad de las transacciones. Cada cadena de bloques se configura así como una base de datos descentralizada y segura que sirve para realizar cualquier tipo de transacción, da igual si lo que circula es dinero o votos. Todo funciona, además, gracias a usuarios que se denominan nodos y verifican cada transacción y la validan junto a otras para que se registren.
¿Cómo funcionaría todo en este caso? Os lo explico: mi padre y yo (y mis acreedores poco recomendables) formamos todos parte de un gran grupo de usuarios y, antes de nada, mi padre comunica al grupo que quiere transferir 1.000 euros a otro usuario que soy yo, pero nadie conoce nuestras identidades: sólo saben que un usuario quiere enviar una cantidad a otro. Todos los usuarios de la red comprueban entonces que mi padre tiene dinero en su cuenta para enviármelo y, si ven que sí, lo validan y la transacción se anota en un bloque de datos y tiene lugar, explicándolo muy a lo bruto. Hemos eliminado así los intermediarios, porque todos formamos parte de la red y no hay que pagar comisiones a nadie.
Todo, hasta aquí, es fantástico, pero en la ecuación entran también otros agentes como, por ejemplo, los llamados “minadores”, porque con la validación primera no es suficiente. Una vez creada una cadena o bloque de datos formada por diferentes transacciones hay que sellarla y, para hacerlo, compiten entre sí diferentes usuarios que, si sellan una cadena, reciben algo cambio, normalmente, bitcoins u otras criptomonedas. La existencia de estos minadores introduce, al menos para el profano, la incertidumbre que se deriva de lo desconocido, porque en esta competencia (leal en principio) gana quien dispone de un ordenador o grupo de ordenadores más potente y nadie sabe, a fecha de hoy, dónde están esas computadoras ni en qué manos. Para un usuario convencional, por tanto, es normal que poner sus transferencias (y su dinero) en manos de Ana Patricia Botín o Josep Oliu y sus empleados inspire más confianza que ponerlas que en las de unos individuos propietarios de extraños ordenadores que hacen cosas que no comprendemos con monedas que no se ven y no sabemos dónde están.
Difícil dilema
Si a todo el invento le añadimos la reciente bancarrota de FTX y la circunstancia de que Teodoro García Egea, aquel infausto secretario general del PP que hundió en tiempo record la carrera de su supuesto amigo Pablo Casado, haya encaminado sus pasos hacia este desconocido (e inquietante mundo), parece difícil que mi padre, mis acreedores poco recomendables o yo mismo podamos confiar a corto y medio plazo en esta supuestament fabulosa tecnología que nos iba a hacer más libres a todos y que, de momento, sólo ha servido para hacer más ricos a unos pocos y más pobres a quienes confiaron en ellos. ¿Les suenan de algo Fórum Filatélico, Carlo Ponzi, Baldomera Larra Wetoret (la hija del articulista Mariano José, sí) o, también, Bernard Madoff? A mí, sí. Y cuando oigo hablar de blockchain me acuerdo de todos ellos. ¿Cómo recuperamos la confianza para una tecnología que, seguramente, es fantástica pero que sólo entienden cuatro? Pues como diría Coque Malla; de momento, no hay manera