¿Tus padres son de ésos que anotan la contraseña del correo electrónico o, incluso, la clave de la tarjeta de crédito en un cuaderno para no olvidarse? Si es así, convénceles de que dejen de hacerlo. El miedo al olvido, los problemas de memoria o, también, la simple prevención, convierten a las personas que así proceden en víctimas potenciales de robos y estafas porque, con acceder a esa libreta secreta donde todo está anotado, los delincuentes obtienen acceso a todo lo necesario para perpetrar cualquier delito. Existe, existe embargo, una solución: las contraseñas familiares.

 

¿Qué son?

Las contraseñas familiares parten de un principio: más complejo no equivale a más seguro y echan mano de algo que, en cualquier núcleo familiar o grupo existe y que no es otra cosa que los conocimientos específicos que alguien ajeno no puede tener. Por supuesto, utilizar la fecha de nacimiento como contraseña es un error, pero emplear la fecha en la que se casaron los abuelos es un acierto. O la del día que nació el perro o, también, el número de primos y primas que forman cada núcleo familiar. Combinando esos datos, se consiguen combinaciones de números que nadie que no forme parte del núcleo familiar puede conocer. Otra opción, también, es utilizar el nombre del pueblo de procedencia de la familia o el de la primera mascota que formó parte de ella y combinarla con números conocidos.

Suplantación de personalidad

Las contraseñas familiares adquieren además un valor añadido ahora que se generalizan estafas telefónicas en las que grupos organizados suplantan a familiares o conocidos para solicitar sumas de dinero amparados por supuestas urgencias como accidentes o cualquier otra circunstancia. Las víctimas habituales de estas estafas son personas mayores y una de las mejores maneras de vacunarlos contra ellas es pactar entre todos los miembros de la familia un dato o palabra clave que habrá que revelar en el caso de que exista una urgencia cierta. Así, quien reciba una llamada de este tipo, sólo tendrá que hacer a su interlocutor la pregunta convenida.

-Así que necesitas dinero urgentemente y me llamas de parte de mi nieto, ¿verdad? Dime, por favor, cómo se llamaba el pueblo donde nacieron mis padres.

Ante una pregunta así, lo más sencillo es que el ciberdelincuente cuelgue. Más complicado no equivale siempre a más eficaz. Recientemente, ante un intento de estafa de este tipo en el que se utilizaron incluso tecnologías de clonación de voz, un alto ejecutivo de Ferrari actuó de este modo: tras recibir una serie de mensajes de voz de Whatsapp de, teóricamente, el director ejecutivo de operaciones de la empresa en la que se le solicitaba hacer una importante transferencia, decidió preguntar a su interlocutor por el libro que le había recomendado leer la semana pasada. Por supuesto, los mensajes cesaron.