De momento, la idea es sólo algo que plantea una escritora catalana, Lolita Bosch, que esta primavera ha presentado una novela titulada La veritat no està escrita en la que se habla de cómo Barcelona se convirtió en una metrópolis a finales del XIX gracias, en parte a fortunas acumuladas gracias al esclavismo y en paralelo al expolio de las iglesias del Pirineo. Su planteamiento es audaz, y entronca con el formulado por otros ilustres escritores como Julio Llamazares: las obras de arte procedentes de iglesias rurales que se acumulan en museos como el MNAC o, también, en museos diocesanos repartidos por toda España, estarían mejor en su lugar de origen.
Vírgenes puestas en fila
Lolita Bosch conoce a fondo lo que ella define como “expolio” del arte románico del Pirineo catalán ya que, precisamente un antepasado suyo, fue uno de los responsables del robo de parte de una de esas obras y, además, la conservaba en casa. El arte románico, explica, “ni pertenece a los museos en los que se exhibe ni luce allí adecuadamente”. En este sentido, sus opiniones entroncan con las de Julio Llamazares, autor del recorrido por las catedrales españolas que es su viaje en dos tomos Las Rosas de Piedra. Para Llamazares, las piezas de arte sacro que se acumulan en museos se concibieron para contemplarse en lugares concretos que no eran otros que las iglesias que las acogían originalmente.
¿Qué propone Bosch?
Para Bosch, en un meomento en el que existen medidas de seguridad suficientes para garantizar la integridsad de cualquier obra en cualquier lugar del Occidente, los territoprios tiene derecho a pedir “el regreso de los originales” y que en museos como el MNAC se exhiban copias.