Lo de la revolución verde, a veces, parece que va demasiado lejos y, tanto es así, que entre exigencias y compromisos, a veces se cuela algún que otro iluminado que; pervirtiendo esa, sin duda, legítima lucha contra el cambio climático y en favor de un sistema energético más limpio; hace bueno aquello de cuando el demonio no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo que repetía mi abuela Ángeles cuando aparecía alguien con una idea de bombero. La última que, no sé si con el rabo, se ha puesto a matar moscas es una pediatra británica de nombre Tamsin Holland que, agárrense, dice en un artículo que ha escrito que regalar carbón dulce en Navidades tiene un “impacto negativo” en la salud mental de los niños.
Argumento demoledor
La mujer en cuestión no parece haberse herniado en exceso para pergeñar el argumento del que extrae tan pintoresca conclusión. La señora afirma, primero, que el carbón (mineral) es malo porque quemarlo tiene un “impacto negativo” en la calidad del aire que “también puede ser perjudicial para la salud de los niños”. A partir de ahí, y a modo de conclusión, sentencia que lo mejor que se puede hacer con el carbón es “dejarlo bajo tierra”, pero va más allá porque, según ella, de carbón, nada de nada, ni siquiera si es dulce y como regalo para los niños malos. Esta pérfida infancia; en lugar de ése u otros dulces también de tramposo aspecto -en Catalunya son populares determinados mazapanes muy singulares que, como el carbón, les engañan sólo hasta que los prueban- debería recibir, según la señora inglesa, “regalos reciclados, alimentos vegetales, paseos por la naturaleza o novelas inspiradoras”.
Delirio
La pediatra en cuestión es británica y todo permite deducir que su ocurrencia deriva, a partes iguales, de su escasa capacidad para asumir que al carbón, y su presidente Rishi Sunak se lo acaba de demostrar, le queda mucho por delante y de su nulo conocimiento acerca de los esfuerzos que, mediante tecnologías como las de captura de C02, están desarrollando numerosos equipos de científicos para conseguir que se pueda seguir quemando negro mineral sin hipotecar nuestro futuro climático. La ignorancia, por supuesto, tiene cura y, por eso, la pediatra no tiene que preocuparse, ya que todo lo que tiene que ver con tal lacra se arregla leyendo y estudiando, pero lo que la señora Holland tiene, lamentablemente, es más serio, porque incluye una tara, esa sí, irreversible que se llama estupidez.
Y es que sólo a un estúpido (o a un bobo) se le ocurriría castigar a su infancia a cargo con juguetes reciclados (seguro que, cuando la lean, a los de Baleària les va a caer la mar de simpática) o con alimentos saludables, pues no hay nada mejor para que alguien considere malo algo que castigarle con ello, así que podemos concluir que esta señora no ha entendido nada, porque lo de traer carbón a los niños malos no ayuda a mejorar la imagen de este mineral, si no al contrario pero, fíjense ustedes por dónde, sí que voy a darle la razón en una cosa: si de lo que se trata es de vencer al ecologismo más cavernícola, es mala idea seguir haciendo que nuestros hijos asuman que el carbón es algo que se recibe cuando uno no se porta como no debe. Por eso, le compro la idea: si mi infancia a cargo viene con malas notas este trimestre, les voy a regalar novelas inspiradoras de Paulo Coelho o un compendio de artículos de esta tal señora Holland, que deben ser todos como para pegarse un tiro. Carbón, a los pobres Reyes Magos, mejor no les pido, que está a más de 600 euros la tonelada.