Era cuestión de tiempo: en un mundo en el que la eficacia de personas y organizaciones se mide según rankings que nadie sabe muy bien con qué criterios se elaboran, alguien tarde o temprano diría no a un sistema opaco que favorece muy a menudo prácticas inadecuadas. Quien lo ha hecho, además, no es un cualquiera: es la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, que ha dicho basta.
¿Por qué la negativa?
Como si de Raimon (diguem no) se tratase, la Facultad de Medicina de Harvard ha explicitado a través de su propia página web y con palabras del decano George Daley que no quieren saber nada de estas clasificaciones. Según explica él mismo, “los rankings no pueden reflejar fielmente las altas aspiraciones a la excelencia educativa, preparación de los graduados y cuidado compasivo y equitativo de los pacientes que luchamos por trasladar en nuestros programas de educación médica”, justifica. En definitiva, que les ha soltado que ellos, los de Harvard, no son “d’eixe món” y los ha dejado con un palmo de narices.
Sospechas fundadas
Daley considera además que los rankings pueden llegar, incluso, a deteriorar el funcionamiento del centro puesto que, al basarse éstos en criterios concretos que suelen explicitarse, el profesorado puede decidir primar unas actividades y obviar otras movido por el afán de sumar puntos. La calidad de la enseñanza, concluye, se puede resentir. Viene a ser, en definitiva, lo que le pasó a Luis Enrique en Qatar: le obsesionaba tanto la posesión que, al final, acabó olvidando que, de lo que se trataba, era de meter más goles que el contrario. En Harvard han decidido y lo de las listas y los puntos les da lo mismo porque lo que quieren ellos es muy sencillo: formar a los mejores médicos posibles.