Según como (y según para quien) ChatGPT puede ser un peligro: brinda a los estudiantes vagos la posibilidad de intentar tomar el pelo a sus profesores, permite a los docentes sin muchos escrúpulos no tener que prepararse las clases y faculta, también, a cualquiera que gestione una web que precise de contenidos, para llenarla de textos invirtiendo menos tiempo y dinero del que nunca antes habían imaginado. La herramienta está ahí y del nivel de autoexigencia y de los escrúpulos de cada uno depende darle uno u otro uso, pero tampoco estamos ante nada muy distinto de lo que ya se hace con otras habilidades antes exclusivamente humanas como dibujar o locutar. Con todo, hay quien considera que tenemos que dotarnos de herramientas que nos permitan, como mínimo, saber cuántos de los textos con los que nos enfrentamos a diario han sido redactados por máquinas. Para ello, un estudiante de Princeton, Edward Tian, tiene la solución: una aplicación denominada GPTZero que, además, es gratis y se publicita con una frase lapidaria, Humans deserve the truth, que, en nuestro idioma, significa que los humanos (o sea, nosotros) merecemos la verdad.
En principio, para docentes
En principio, la herramienta se ha diseñado para uso docente después de que, en la propia universidad de Princeton, el cuerpo docente detectase estupefacto que había alumnos que presentaban trabajos que cualquiera un poco avezado en esto de juntar letras podía entender que no habían salido de mano humana. Los indicios estaban ahí; más o menos como en las tesis que, de por aquí en esto, han utilizado algunos de nuestros líderes políticos para doctorarse o posgraduarse; pero hacía falta demostrarlo con fehaciencia. Y eso implicaba desarrollar una herramienta; también informática y, por tanto, sospechosa de nada; que certificara que detrás de esas frases regulares, correctísimas y, casi siempre, vacías que llenaban los trabajos sospechosos había un vago que, en lugar de aprovechar el dinero que sus padres invertían en educarle, prefería echar mano de una herramienta que se concibió para otros menesteres. Y, ahí, estaba Edward Tian: en el laboratorio de proceso del lenguaje humano de Princeton.
¿Cómo funciona GPTZero?
El sistema es simple: basta con copiar un fragmento de texto, acceder a la web de GPTZero y pegarlo en la caja reservada para tales usos. A continuación, clicas en el botón que permite a al aplicación evaluar el texto y se produce el análisis. Principalmente, se valoran dos cuestiones: la espontaneidad y la aleatoriedad. Cuando quien escribe es uno de nosotros, las frases sencillas se combinan con otras más complejas y, a menudo también, se introducen cuestiones secundarias que vienen al caso (o no) a modo de subordinadas. La longitud de párrafos y frases también varía y, de este modo, pueden combinarse frases largas como ésta que estoy escribiendo ahora con otras muy cortas como, por ejemplo, la que ahora os indicará el final de este texto: se acabó. Bueno, no, en realidad no he acabado. Y no lo he hecho porque, todavía, me falta hacer una cosa: darle las gracias a Edward Tian, un chico de 22 años que nos va a salvar -o va a intentarlo- de esa plaga que intentan colarnos desde hace años y se llama lenguaje llano. Que nadie tenga miedo porque la IA sólo es una herramienta. El problema real son los que, con esa y con otras, quieren que escribamos menos y peor.