Sistemas de construcción sostenibles hay muchos y aplicarlos es tendencia en un sector que no es ajeno a la renovación tecnológica que exige la transición verde. Con todo, la aplicación de técnicas constructivas que implican el reaprovechamiento de residuos no es nada nuevo: en Palencia, hace casi 80 años, ya lo aplicaron para construir una barriada completa de viviendas en el pueblo minero de Barruelo de Santullán. El material utilizado para hacerlo se llamaba gandinga y no era otra cosa que los menudos lavados de carbón de escasa calidad. El responsable del proyecto fue Antonio Font Bedoya, arquitecto nacido en 1910 y fallecido en 1973 que fue, durante la compleja posguerra, arquitecto de la Diputación de Palencia y, también, teniente alcalde en Palencia capital de 1942 a 1947.
Viviendas obreras
En Barruelo de Santullán, el más importante de los municipios de la cuenca carbonífera de la Montaña Palentina en los años 40, Font Bedoya recibió allá por 1947 el nada sencillo encargo de levantar un barrio entero de 250 hogares para acabar con una escasez de vivienda –Barruelo rondaba los 10.000 habitantes y obreros con familia y sueldos medios no podían acceder a nada más que habitaciones con derecho a cocina- que superaba lo asumible. Diseñó, junto al que fuera arquitecto municipal de Palencia Cándido García Germán, un polígono de viviendas de dos alturas y tres dormitorios estructurado en torno a una plaza central porticada que, aún hoy y con las minas ya cerradas y una población de menos de 1.500 vecinos, es uno de los barrios más poblados de la villa.
De hecho, estas viviendas que no son otra cosa que verdaderos chalets adosados, se venden hoy por en torno a 50.000 euros y son de lo más decente que puede ofrecer en materia de vivienda Barruelo, población situada a 14 km de la industriosa Aguilar, villa de 7.000 vecinos sin vivienda suficiente para acoger a los más de 2.000 empleados de las galleteras Gullón y Siro.
Estas viviendas, conocidas en Barruelo como Casas Baratas, son, además de un ejemplo de buen diseño, una evidencia de que lo de la sostenibilidad (aunque no con tan ampulosa denominación) no es invento de ahora: se construyeron con arcilla, cal, algo de cemento y la denostada gandinga, que en Barruelo no era otra cosa que los desechos del carbón.
Aprovechamiento
De primeras, nadie lo vio bien. Según se explica en la tesis doctoral La Arquitectura de Antonio Font Bedoya presentada por Juana Font Arellano, hija del arquitecto, ni las autoridades locales ni los propios mineros a quienes se suponía iban a destinarse las viviendas entendieron el invento. La gandinga, junto a la arcilla, la cal y el cemento se compactó en tapiales para levantar los muros y en adobes para los tabiques. Pronto, unos y otros comprendieron, vistos los ensayos in situ, que el material no sólo era seguro, sino que garantizaba un óptimo aislamiento, permitía limpiar el valle de desechos y abarataba el precio final de unas viviendas que inspiraron otros polígonos similares en San Cebrián de Mudá o Velilla del Río Carrión, cerca de Guardo y donde se clonaron.
De Font Bedoya, pese a los muchos trabajos ejecutados en Barruelo, pocos se acuerdan en la villa y, tanto es así, que ni siquiera en el año de su centenario se hizo nada para recordarle. Quizá, de aquí a 23 años, cuando sus Casas Baratas –nominalmente el barrio se llama Viviendas Protegidas- cumplan 100 años, alguien lo remedie pero, mientras, ahí está su obra para demostrar que lo de reducir, reutilizar y reciclar ya se hacía hace casi ochenta años en Palencia con maestría, inteligencia y eficacia y, por supuesto, sin alardes y sin más ideología que la de servir a quien lo necesitaba. En Canarias, por cierto, gandinga ( el material de desecho que utillizó el arquitecto en Barruelo) quiere decir también descaro e insolencia. Eso, justo, es lo que le sobró hace 75 años a aquel genio que fue Font Bedoya.