Lo de Elon Musk es digno de admiración, mal que les pese a sus detractores: además de comprar Twitter, alquilar cohetes a la NASA, fabricar los coches eléctricos más deseados y estar dispuesto a revolucionar en transporte por ferrocarril con un invento que no acaba de arrancar; también pretende curar la ceguera y la parálisis con implantes. Por desgracia, este último proyecto tendrá que esperar, porque la Food &Drug Administration no le da permiso para empezar con las pruebas del implante cerebral que ha diseñado Neuralink, su compañía de dispositivos médicos para conseguir tales fines.
¿Y por qué no le dan permiso?
En realidad, gran parte de la culpa la tiene la propia Neuralink, que pese a tener todo listo para desarrollar los ensayos y haber empezado con las fases previas a éstos en 2019, no solicitó a la FDA el preceptivo permiso hasta principios del año pasado. La FDA acabó rechazando la petición porque, entre otras cosas, el implante incluye una batería de litio, existe la posibilidad de que los cables migren a otras zonas del cerebro del paciente y, también, existe (a juicio de la FDA) la posibilidad cierta de que el dispositivo dañe el tejido cerebral de la persona a quien se le implante. Ahora, Neuralink trabaja para solucionar todas estas cuestiones y espera obtener en breve permiso para iniciar ensayos con humanos.
¿Quién tiene la culpa?
En este caso, todo señala a Musk y, más en concreto, a su costumbre de fijar plazos demasiado ajustados para sus proyectos. Le ha sucedido con el Hyperloop y, ahora, pasa también con Neuralink. El fallo también deriva de una circunstancia no probada que en Estados Unidos se da por cierta: Musk y Neuralink creían tener contactos en la FDA que, a modo de un Tito Berni cualquiera, podrían facilitar las cosas. Al final, todo fue de otra manera porque, si algo tienen claro en la FDA es que con determinadas cosas (y una son los implantes cerebrales) no se juega. Estados Unidos es un país muy distinto al nuestro.