Nuestros ordenadores (y nuestros móviles, que son ordenadores al fin y al cabo) son como son y nos relacionamos con ellos como nos relacionamos porque, en su día, el señor Bill Gates y su equipo crearon la interfaz gráfica de usuario que dio lugar a Windows. Fue, como él mismo indica, una revolución en toda regla: la informática, desde el punto de vista del usuario, era hasta entonces algo difícil de entender y usar y, hoy, es accesible para cualquiera. Ahora, señala Gates, estamos ante otro cambio disruptivo y la herramienta no es una interfaz. Y no lo es porque la herramienta que lo cambiará todo (esperemos que a mejor) es la IA.

 

Menos desigualdad

Bill Gates es optimista y, si bien afirmaba que el potencial disruptivo de la IA es comparable al que en su día encarnó la energía nuclear, ahora matiza que, a su juicio, la nueva herramienta ayudará a reducir “algunas de las peores desigualdades”. Gracias a ella, señala, será posible, por ejemplo, salvar la vida de personas que mueren en países pobres por enfermedades fácilmente curables como la diarrea o la malaria. De hecho, bastará con preguntar a un dispositivo: ni siquiera será necesario saber leer. Gates es concluyente: "El desarrollo de la inteligencia artificial es tan fundamental como la creación del microprocesador, el ordenador personal, internet y el teléfono móvil. Cambiará la forma en que las personas trabajan, aprenden, viajan, reciben atención sanitaria y se comunican entre sí. Industrias enteras se reorientarán a su alrededor. Las empresas se distinguirán por lo bien que lo utilicen".

¿A qué ámbitos afectará?

Entre los campos en los que espera avances notables gracias a la IA figuran la educación, el cambio climático, la productividad en el trabajo o la sanidad. Llegarán, cree Gates, nuevas vacunas y medicamentos porque, con la IA, los plazos de desarrollo se acortan y la capacidad de realizar ensayos y simulaciones que no afectarán negativamente a seres vivos se multiplica.

Necesidad de control

Todo, sin embargo, deberá hacerse de manera ética y limitando los riesgos, aunque Gates da por hecho que los problemas que plantea se solucionarán solos.  Da por hecho, por ejemplo, que se generarán inteligencias artificiales capaces de autoregularse pero que, al no controlar el mundo físico, no podrán establecer sus propios objetivos. Ni Skynet ni Hal 9000, cree Gates, están en el horizonte aunque, todo sea dicho, si así fuera y él lo supiese, tampoco lo diría: tiene demasiados intereses en el asunto.