Si nos imaginamos a todos los objetos de nuestra casa dándonos información como si de un ordenador se tratase posiblemente nos sentiríamos abrumados. La idea de que un espejo nos aconseje sobre qué zapatos nos pegan más con la ropa que llevamos puede sonar a descabellada, pero como ese hay decenas de ejemplos que nos ayudan a visualizar de qué trata el Internet de las cosas. Un sector que lleva muchos años trabajando en crear objetos inteligentes, que se ha aplicado en su mayoría en el ámbito empresarial e industrial, pero que no ha aterrizado aún del todo en nuestra vida cotidiana.
El Internet de las cosas hace referencia a todos aquellos objetos que se verán afectados por las nuevas tecnologías, que podrán almacenar datos en la nube y que nos ayudarán a estar conectados en todo momento y a consumir información en tiempo real. Las Smart TV son un ejemplo claro de lo que el Internet de las cosas pretende ser y, en este caso, la evolución respecto a la televisión convencional es muy notable. Se trata de un modo completamente distinto de consumir contenidos, llevándolo a otro nivel, más variado, más completo, más rápido, más interactivo y, en definitiva, más conectado. Y como con las Smart TV, la industria tecnológica confía en crear con todos nuestros objetos un ecosistema inteligente.
Por ejemplo, las zapatillas SpeedForm Gemini 2 están diseñadas para registrar las marcas y distancias recorridas por la persona que las usa; y también disponen de un GPS para que el usuario pueda consultar las ubicaciones por las que ya ha pasado o por las que quiere pasar. Además, disponen de una app que permite consultar esos datos desde el teléfono móvil.
Las posibilidades se pueden aplicar a todo tipo de objetos y acciones a realizar. Los smartwatches suponen otro ejemplo: al reloj de toda la vida se le pone una pantalla digital que te permite responder llamadas telefónicas, conectarte a Internet y consultar las notificaciones de tu smartphone.
Porque, al final, todo pretende ser smart (inteligente). A parte del móvil y el reloj, los coches también comienzan a hablar, a aparcar solos y a asumir cierta autonomía a la hora de circular. O las ciudades inteligentes, que disponen de ubicaciones con acceso Wi-Fi y de redes de dispositivos conectados para que en todo momento las personas podamos vivir en ambos mundos: el real y el digital.
Todo eso ya está entre nosotros, pero la ambición es mucho mayor. Que tu nevera te avise sobre el mal estado de un producto o que tus lámparas se enciendan cuando detecten que hay poca luz en la sala son ejemplos de la larga lista de ideas que conforman el Internet de las cosas.
Los peligros del Internet de las cosas
Todo lo que tiene que ver con Internet y tecnología tiene una amenaza: el hackeo. Imaginemos que un ciberdelincuente se hiciese con el control de tu horno o de tu coche. La capacidad para detener ese tipo de ataques dependerá, mayoritariamente, del trabajo que realicen las empresas creadoras de dichos objetos en seguridad. Dicha seguridad ha sido cuestionada por los expertos, considerando que se ha de trabajar en blindar a los objetos inteligentes para que aquellos que quieran robar, extorsionar o asustar a la gente a través de las cosas de sus hogares, no puedan.
Recientemente, un grupo de hackers demostró la vulnerabilidad de este tipo de dispositivos para demostrar y acusar esa falta de seguridad. En este caso, se trataba de unas bombillas inteligentes Phillips Hue que fueron hackeadas por un grupo de estudiantes del Instituto Weizmann de Ciencias y la Universidad de Dalhousie. Tan solo con el uso de un dron y a aproximadamente 70 metros de distancia de donde se encontraban las bombillas, fueron capaces de tomar el control de estos objetos y apagar y encender las luces a su antojo. Con infectar a una bombilla les sirvió para esparcir el virus por el resto de la red y dominar toda la infraestructura lumínica de un edificio. Como este, ha habido más casos de hackeos que pretenden demostrar que el Internet de las cosas tiene que estar preparado de verdad para instaurarse en nuestros hogares.