Greta Thunberg me cae bien lo justo; pero, visto lo que defiende, hay que alabarla por lo consecuente que es: allá a donde va, viaja siempre utilizando medios de locomoción que contaminan poco o nada e, incluso, ha hecho recientemente un esfuerzo de pragmatismo y ha considerado que, a lo mejor, alargar la vida de las nucleares no es tan mala idea. En cambio, nuestros presidentes y, lo que es peor, todos los apóstoles de la revolución verde que tanto hablan estos días y tan estupendos se ponen cada vez que algún país construye una central térmica o estira un poco más de esos honestos combustibles que son el carbón y el petróleo, se han ido en su mayoría en avión privado a la COP 27, la conferencia sobre el cambio climático que organza estos días las Naciones Unidas en Sharm el Sheikh

 

 

Todos por el aire

Ya pasó el año pasado: hasta 400 jets privados viajaron a la COP26, la conferencia sobre el clima que se celebró en Glasgow en 2021 y ahora, cómo no, ha pasado lo mismo: un aluvión de pequeños aviones privados que contaminan hasta catorce veces más que un avión comercial han volado hasta Egipto. Son, todos ellos, aviones caros, ineficientes y, claro que sí, rápidos y cómodos, pero sumamente inadecuados para la imagen de unos individuos que, durante estos días, se dedican a pontificar sobre lo que se supone tenemos que hacer para frenar el calentamiento global. Casi parece que hayan hecho suyo aquello de “en casa del herrero, cuchillo de palo” que decían nuestros abuelos.

Cuidado: ir en avión va a ser prohibitivo para el ciudadano común

Y todo ocurre, además, en medio de una coyuntura endiablada para la aviación comercial, que se enfrenta a regulaciones cada vez más estrictas a las que sólo puede responder de una manera: con incrementos de precios que, de nuevo y como en los ochenta, colocarán fuera del alcance del ciudadano común los viajes en avión no ya intercontinentales (esos ya lo están), si no también domésticos.

La red de aeropuertos regionales, sostenida por las compañías de bajo coste, se revela ahora como lo que, seguramente, siempre fue: una infraestructura pensada, más que para el ciudadano común (que la ha pagado con sus impuestos) para unos privilegiados que van a poder ir a conferencias supuestamente de interés general gracias a esos aeródromos y a sus aviones privados pero que, también, van a poder emplearlos para sus viajes de placer mientras nosotros, muy probablemente, vamos a tener que conformarnos con pasar las vacaciones en el pueblo, porque ir de fin de semana a Londres o Roma saldrá carísimo y lo de tener un apartamento en la playa se va a poner también cuesta arriba. Mientras, a ese mandatario portugués apellidado Guterres que parece ser fan de AC/DC y que nos repite con voz de monseñor que estamos todos en ruta por una carretera al infierno y con el pie en el acelerador, seguro que le han servido hace nada un zumito de naranja mientras,cómodamente, miraba lo bonitas que se ven las pirámides desde la ventana de un avión privado, por supuesto.