Tenemos constancia de su existencia desde 2004  y sus restos se localizaron en la isla Indonesia de Flores, donde se supone que habitó hasta hace unos 60.000 años. Se extinguió al colonizar el Homo sapiens la zona pero, de un tiempo a esta parte, algunos investigadores barajan la posibilidad de que estos homínidos de en torno a 1,20 metros de altura y con cerebros de unos 400 cc pero tan inteligentes como los Homo habilis de los que descendían, ya que la relación entre el volumen de su cerebro y su tamaño era idéntica. Nos referimos, claro, al Hombre de Flores. ¿Siguen vivos estos homínidos en la isla que les da nombre? Un antropólogo canadiense ha editado este año un libro en el que habla de esa posibilidad. No está traducido al castellano, pero es un regalo excelente para estas Navidades si dominas el inglés.

En 2010

Uno de los testimonios más recientes que así lo indican data de 2010, momento en el que un grupo de mujeres que volvían de un oficio religioso en esta isla católica por herencia portuguesa en un país de mayoría musulmana como es Indonesia localizó el cadáver de un pequeño humanoide cubierto de pelo gris. El hallazgo fue comunicado a Tegu, un ingeniero agrónomo de la zona y comprobó que lo que decían aquellas mujeres era cierto y procedieron a dar sepultura al cadáver, fuese lo que fuese. Esta historia y otras similares (hasta 30) forman parte del libro Between Ape and Human, una obra del antropólogo Gregory Forth que formula una tesis inquietante: el Hombre de Flores aún existe. Flores es una isla aislada con un tamaño algo superior al de la provincia de Lleida en la que viven 1,8 millones de personas, qpero que incluye zonas boscosas aisladas y con cuevas en las que podría haber permanecido esta especie de hombres.

hombre de Flores

Testimonios múltiples

Con todo, los testimonios a los que se refiere Forth en su libro, no son los únicos: en la mitología de los nage, una tribu local con cerca de 70.000 miembros, existen unas criaturas, los ebu gogo –en nuestro idioma se podría traducir como abuelos hambrientos, porque al parecer comían cualquier cosa- que miden en torno a 1,5 metros, son peludos, caminan y corren, tienen narices anchas y planas y bocas grandes, se comunican entre ellos en un lenguaje propio y repiten lo que se les dice. Al parecer, y según sus testimonios, estaban vivos en el siglo XVII (época de la colonización holandesa) y aparecían esporádicamente a principios del siglo XX.

Según sus testimonios, fueron objeto de genocidio o exterminio durante el siglo XVIII cuando, tras engañárseles para que aceptaran como regalo fibras de palma para hacer vestidos, los aldeanos nage lanzaron antorchas a las cuevas donde vivían para asesinarlos. De los incendios, huyeron algunos individuos, que se adentraron bosque adentro. También, en el folklore local, existen otras historias más amables en las que los ebu gogo secuestraban niños -o lo intentaban- para intentar que les enseñasen a cocinar u otras habilidades sencillas pero los niños, siempre, burlaban a sus captores. ¿Era un descendiente de aquellos ebu gogo aquel cadáver que encontraron unas mujeres al volver de la iglesia hace doce años? Sea como fuere, hay muchas razones para leer a Gregory Forth y una, también, para tener en cuenta que esta historia tan turbia y triste cuenta algo que siempre deberíamos tener en cuenta: quien a hierro mata, a hierro suele morir. Y, si no, que se lo pregunten a los nage, que en su día consideraron poco menos que animales a aquellos ebu gogo y, después, con la colonización europea, acabarían siendo ellos considerados salvajes.  En Sumatra, isla cercana a Flores, también existen leyendas que hablan del Orang Pendek, un pequeño homínido que, también, podría ser el Homo floresiensis, que menguó de tamaño no para ser más incapaz que el homo habilis del que (como nosotros) desciende) si no para adaptarse mejor a las limitaciones de alimentos y recursos que tenían aquellos mundos insulares prehistóricos. Recordemos que el gigantismo (lo que hizo que, en el Cretácico todos los animales fuesen enormes) es una estrategia de supervivencia. Y el enanismo no es otra cosa