La historia tiene todos los elementos necesarios para llenar portadas y minutos en los telediarios: un pequeño pueblo que unas veces es agrícola y otras medieval, una perversa compañía multinacional que quiere borrarlo del mapa para agrandar una mina de lignito, una cohorte de aguerridos ecologistas y, cómo no, hasta la singular Greta Thunberg, perejil de toda salsa ecologista que se precie de un tiempo a esta parte. El desalojo de Riaño a finales de los 80 queda en mera broma de patio de colegio y la resistencia de sus vecinos, en simple chiste al lado de lo que Greenpeace define como “línea de frente contra el carbón”. Es, sin duda, una historia de esas que hacen que llore hasta Fumanchú si se la cuentas bien contada, pero tiene un problema: es mentira.

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¿Y por qué es mentira?

Lützerath, allá por 2008, no pasaba ni de 1.500 vecinos que sabían, perfectamente y desde hacía años, que su localidad, como otras vecinas, acabaría desplazada por el avance de las labores de extracción de lignito en la vecina mina de Garzweiler, que toma su nombre de otro pueblo desalojado.

El desalojo de Lützerath comenzó, de hecho en 2005, poco después de que la Rheinisch-Westfälisches Elektrizitätswerk, más conocida como RWE, adquiriese el pueblo entero y su subsuelo, que almacena 1.300 millones de toneladas de lignito, con el propósito legal de ampliar la mina. Las nuevas labores, con todo, no recibieron el visto bueno definitivo hasta 2013, cuando el Tribunal Constitucional Federal, dio luz verde a la ampliación. En 2018 y tras un acuerdo con la empresa, los 900 vecinos que quedaban fueron reubicados e indemnizados y diferentes edificios como, por ejemplo, la iglesia local, se demolieron.

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¿Y los que estaban allí esta semana?

En 2022, del Lützerath original quedaba ya sólo el recuerdo, pero unos 200 autotitulados activistas contra el cambio climático se instalaron en la localidad abandonada, ocuparon casas y convirtieron la antigua población en algo muy diferente de lo que fue en su día. Querían, y parece que lo han conseguido, hacer de ella un símbolo. Y tanto es así, que han hecho sudar a los antidisturbios alemanes que, por no querer emplearse con la contundencia debida para poner fin a una ocupación ilegal, han hecho hasta el ridículo.

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De todo, menos vecinos convencionales

Las imágenes de las últimas semanas, en las que hasta 35.000 personas se enfrentan a la Policía en un pueblo medio desmantelado en el que se alternan terrenos yermos con casas semiderruidas y, eso sí, decoradas con pintadas y banderas diversas vinculadas al ecologismo radical; contrastan con el relato que, desde organizaciones como Greenpeace, se hace del desalojo. Literalmente, y así lo cuentan en su web, hablan de cómo Lützerath “sufre” una de las minas de lignito a cielo abierto más grandes de Europa y definen la ampliación de la misma –validada por el Gobierno alemán, que tiene como vicecanciller a Robert Habeck, de Alianza 90/Los Verdes- como una “debacle climática”. Lo más singular de todo es que, en el relato de Greenpeace, se obvia que quienes han intentado paralizar la ampliación de la explotación no son vecinos del pueblo, sino activistas llegados desde otros puntos de Alemania y Europa.

En la zona, sólo quedaba estas semanas un vecino original: el granjero Eckardt Heukamp. Fue el único que no aceptó las indemnizaciones e insistió en seguir cultivando 17 de las 100 hectáreas que tenía su granja, a pocos metros de la explotación minera. Por las que ya no explota, por supuesto, fue indemnizado debidamente hace años. De hecho, de Lützerath no quedaba a primeros de enero nada más que la granja de Heukamp y algunos edificios sueltos más que ecologistas llegados de media Europa han ocupado. Otros, se han conformado con instalarse en un campamento improvisado junto a la granja y el resto, ya lo hemos visto en la televisión: un cuento que todo el mundo quiere que cuele como algo similar al desalojo de Riaño en 1987, pero con una diferencia sustancial: en la capital de la Montaña Occidental Leonesa los vecinos sí que estuvieron viviendo allí hasta la misma semana del desalojo y las primeras demoliciones. Uno de ellos, Simón Pardo, se acabó suicidando al poco de saber que su casa iba a ser una de las siguientes en caer. Lo hizo, cuentan, porque no sabía ni a dónde ir ni qué hacer con su vida. En Lützerath, los vecinos se fueron hace años y los activistas que estos días han llenado telediarios sí que saben dónde ir: al próximo sitio donde la niña Greta decida representar su próximo teatrillo. Sea como fuere, y puestos a seguir quemando carbón, mejor que sea europeo porque, aunque contamina igual que el australiano, genera empleo y riqueza aquí.

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