La inflación baja (porque la gasolina y la electricidad lo hacen), pero en la cesta de la compra no se nota. ¿Por qué? Algunos economistas como Gonzalo Bernardos dicen que es culpa de los supermercados, que están haciendo su particular agosto, y otros, caso de Luis Garicano, prefieren pensar que todo sucede porque la alimentación es, precisamente, uno de los ámbitos que más tardan siempre en adaptar sus precios a nuevas situaciones, ya que las cadenas de producción de lo que compramos en las tiendas son muy largas. Sea como fuere, lo cierto es que, durante este año, el azúcar, el aceite, la leche y los huevos han subido una auténtica barbaridad.
Cifremos esa barbaridad
En los últimos doce meses, el azúcar ha subido un 50,25%; el aceite, un 31,5% y la leche lo ha hecho un 30,9%. Los carburantes, las materias primas, el gas y la electricidad están detrás y, como bien dice Garicano, hay muchos pasos desde que un litro de leche sale de una vaca hasta que llega a nuestra casa: de hecho, la leche que compramos hoy puede haberse tratado y envasado con la gasolina a precios estratosféricos y la electricidad en cifras prohibitivas y, sí, como él dice, las rebajas no se trasladan de inmediato y, menos aún, cuando los márgenes son tan ajustados como en el sector de la distribución alimentaria.
Otros productos
El problema está en que, además del azúcar, el aceite y la leche, también han subido muchísimo los huevos (27,1%), los cereales (22,9%) y las patatas (21,5%), sólo por citar tres productos básicos. ¿Hay solución? Para Garicano, esperar es buena idea, pero Bernardos quiere que se fije un precio tope para determinados productos. Luis Planas, el ministro de Agricultura, está por la labor. Ojalá funcione y no acabemos aquí como en otros países donde también se fijaron precios tope para según qué y, al poco, llegaron las restricciones o, llamémoslo por su nombre, el racionamiento.