En España, si las próximas elecciones generales no lo remedian, nos vamos a quedar sin centrales nucleares activas en 2035. Los partidos que hoy sustentan el Gobierno tienen claro que la energía nuclear está demás y, por eso, la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha vuelto a explicitarlo: en 2027, las centrales nucleares empezarán a cerrarse y en 2035 no quedará ni una. La Unión Europea, mientras, intenta convencernos de que la energía nuclear es una energía verde y en China nos vuelven a demostrar de lo que son capaces: en 20 días, te construyen una nuclear nueva. ¿Por qué aquí necesitamos hasta 20 años para activar una de estas instalaciones?
No siempre ha sido así
Lo curioso es que, en los años sesenta, todo era más rápido: la central nuclear de Zorita, primera de nuestro país y hoy clausurada, se empezó a construir a mediados de los 60 y en 1969 ya estaba conectada a la red, inaugurada (por Franco) y funcionando. Ahora, los plazos son otros y no tienen que ver tanto con la obra civil como con los permisos, evaluaciones y estudios de impacto previos a la puesta en marcha. Según la World Nuclear Association, construir una central nuclear con los actuales estándares de calidad costaba en 2021 siete años y tres meses, como media. Otro organismo, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático, facilitaba en 2018 otro dato: desde que se decide construir una nuclear hasta que se activa, pasan entre 10 y 19 años. Y esa horquilla tan amplia deriva de las diferencias entre países: mientras China construye centrales, hospitales y, prácticamente, cualquier otra cosa, en pocos días, en Europa y Estado Unidos tardamos mucho más. De hecho, los chinos nos adelantan también en otro tipo de instalaciones energéticas: sus parques eólicos y solares están listos en dos años y aquí no bajan de los cinco. ¿Cuál es problema? La legislación vigente en nuestro país, excesivamente garantista y decantada hacia los intereses de los particulares afectados, según muchos expertos.
La cuestión de la seguridad
Desde que se produjo en accidente nuclear de Fukushima, los tiempos se han ralentizado todavía más en occidente. Francia, por ejemplo, construyó de forma muy rápida todas sus centrales en los años setenta y ochenta, en paralelo a la reconversión del sector del carbón y el cierre progresivo de la histórica Charbonnages de France, que cerró su última mina en 2004. En España, el desmantelamiento de la capacidad productiva de Hunosa (nuestra Charbonnages) no se ha hecho en paralelo a un despliegue suficiente de energías alternativas. Nuestras centrales nucleares, todas de los años setenta y ochenta, se construyeron también de manera muy rápida, pero ahora eso no sería posible: los estándares de seguridad son mucho más exigentes desde Fukushima y, por supuesto, desde Chernóbil. Por eso, los países que más rápido construyen centrales nucleares están, invariablemente, gobernados por regímenes más o menos autoritarios. Como alternativa para España quedan los minirreactores modulares pequeños, que se fabrican en serie, podrían ubicarse en los terrenos de las actuales centrales y exigen, como mucho, tres años de obras. Para eso, sin embargo, hace falta voluntad política y, ahora, no existe porque, al menos en Europa, la energía nuclear sigue teniendo muy mala imagen. ¿Se puede arreglar? Claro, todo es cuestión de dinero. Si no, que nos expliquen cómo puede ser que todos soñemos con un coche eléctrico a pesar de que, sin duda, están todavía en capacidades, precio y autonomía a años luz de un coche con motor de combustión. Sí, la solución se llama marketing.