Estamos acostumbrados, y más estos días en los que a todos nos gusta comprar alimentos algo especiales, a ver cómo determinados productos se etiquetan como orgánicos sin que sepamos muy bien qué les hace merecedores de tal distinción. Su precio, eso sí, es mayor que el de los convencionales. Hoy, para que no te lleves (o te lleven) a engaño, queremos explicarte qué se esconde exactamente detrás de ese etiquetado singularizador.

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Certificación oficial

Orgánico, en realidad, podríamos decir que puede serlo todo, ya que el término, explica la RAE, lo mismo vale para definir a cualquier cosa que incluya carbono en su composición que para denominar a lo que está formado por partes que constituyen un conjunto coherente. De hecho, hay quien lo utiliza como sinónimo de todo lo que se produce o elabora de manera tradicional y no mediante métodos de adición desarrollados en laboratorios o con equipos tecnológicos. La música, por ejemplo, también puede ser orgánica (sin sintetizadores de por medio) y hasta la gasolina obtenida a partir de petróleo convencional (por contraposición a los carburantes sintéticos fabricados en laboratorio) podría definirse como tal. En sí, lo orgánico es, precisamente, lo contrario de lo sintético, que es lo que no se encuentra de manera natural en la tierra y debe fabricarse artificialmente. Con todo, si nos movemos en contextos alimentarios, el asunto se complica un poco porque, siendo ortodoxos, sólo debería etiquetarse como orgánico aquel producto que se ha elaborado mediante unos procederes que establece un organismo especializado que, además, suele ser el que valida la cuestión. De este modo, y según la FAO, lo orgánico es “aquello que se produce, almacena, manipula y comercializa de conformidad con especificaciones técnicas precisas”.

¿Y qué normas son?

Pues todo depende, porque tendrá que ver, como sucede en el caso de las DO y las IGP, con lo que establezca cada organismo certificador. Lo más habitual es que se utilice el término orgánico para identificar aquellos productos que se han elaborado de forma respetuosa con el medio ambiente, lo que excluiría, por ejemplo, el uso de pesticidas, antibióticos y aditivos que se consideren perjudiciales para el medio, pero al final aquí pasa lo de siempre: decide quien otorga el sello y puede, si quiere, hasta exigir que, para que algo se considere orgánico, lo reparta un fulano en bicicleta y no un individuo que va en un camión. ¿Qué es entonces orgánico? Pues todo y nada al tiempo, porque dependerá de lo que decida quien otorga el sello de calidad que se utiliza e incluye dicha palabra o, también, de las ganas que tenga cada productor de utilizar el término porque, porque como más arriba indicábamos, orgánico significa muchísimas cosas. Utilizar o no ese vocablo al etiquetar en producto es, en definitiva, una estrategia de ventas y tú decides si te dejas o no seducir por ella. Ah, y otra cosa: con la etiqueta BIO, pasa lo mismo.