Decia hace unos días Bill Gates que la inteligencia artificial viene a ser algo tal que la energía nuclear: una tecnología disruptiva con capacidad para cambiar casi todo que, si se utiliza bien, nos ayudará a vivir mejor y, si no se usa como es debido, hará que acabemos peor que en Terminator. De momento, lo cierto es que vistas las prestaciones de aplicativos como ChatGPT, más de uno anda preocupado con la posibilidad de que su empleo peligre. ¿Quién debe temerla?

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Todos

En realidad, temerla debemos temerla todos porque, si para algo sirve ChatGPT, es para elaborar textos neutros, dar respuestas anodinas y generar imágenes, canciones y productos supuestamente culturales similares a los que pergeñan personas que no ponen en su desempeño mucho más que lo estrictamente imprescindible. Dedicarnos a calentar la silla es algo que, en un momento u otro, hacemos todos; pero el problema viene cuando dedicas a tan noble actividad más tiempo del debido y el resultado de tu trabajo deviene mediocre. Entonces, por supuesto, es cuando debes temer a la IA que, de momento, cuando se pone a hacer algo tan difícil como un tebeo sólo consigue medianías.

Una lista amplia

En la lista de potenciales afectados caben programadores informáticos, ingenieros de software, analistas de datos, economistas, publicistas, dibujantes,  docentes, redactores y, por supuesto, agentes de atención al cliente. Seguro, por supuesto, que nos dejamos a alguno más por el camino porque, si para algo sirven artefactos como ChatGPT es para cubrir el expediente. ¿Qué hay que hacer entonces? Pues lo de siempre: lo mismo que, cuando hace años aparecieron las primeras máquinas de vapor hicieron nuestros tatarabuelos. Y eso no es otra cosa que intentar aprender cómo funciona lo nuevo, tomar lo que de bueno pueda tener para tu desempeño y mejorar tu rendimiento con ello. Si no eres capaz, que a alguno le pasará, no te quedará otra que cambiar de ocupación pero, bien pensado, ¿queda en pleno 2023 alguien que gane su sueldo haciendo sólo una cosa? El apocalipsis llegará, por supuesto, pero en peores plazas se ha toreado. Y, si no, que se lo pregunten a los que quemaban spinning jennies o a los jornaleros a los que Jethro Tull (el agrónomo, no Ian Anderson) dejó sin trabajo con su sembradora. El tren está en marcha y no se va a parar a esperarnos.