Las razones que llevan a activarlo son diversas: desde necesidad de reducir la masa salarial a, también, voluntad de dar entrada a nuevo talento sin tener posibilidad de ampliar la plantilla. Por supuesto, se trata de una práctica reprobable, pero lo cierto es que ahí está: es malo para las empresas y se llama quiet firing o, en nuestro idioma, despido silencioso. Es, en sí, una manera amable de llamar a lo que se lleva haciendo, por desgracia, desde hace muchos años en muchas compañías que quieren, necesitan o desean despedir a alguien y o no se atreven, no tienen el dinero que hace falta para hacerlo o no saben cómo llevar el despido a cabo: Seguramente, amargar la existencia sería un término más adecuado.
No te echo, te convenzo para que te largues tú
¿Os suena lo de qué parezca que ha sido un accidente? Pues, ciertamente y valga la redundancia, se le parece. El Despido Silencioso consiste en crear malas condiciones de trabajo para que alguien renuncie o generar un ambiente denso, pegajoso e insufrible para que suceda lo mismo. Lo contaba esta misma semana la especialista colombiana en desarrollo y marca personal María Begué y hacía, incluso hasta una valoración personal sobre tal proceder: “cuando crees que lo has escuchado todo, el mundo laboral te sorprende con una nueva práctica” y, a continuación, se preguntaba si no sería, antes que activar un proceso de este tipo, “despedir a la persona y ahorrar la toxicidad y el drama”. Ciertamente, sería más fácil, pero una renuncia siempre es más barata para la empresa que un despido y, además, con un trabajador desarbolado emocionalmente tras meses (o años) de ninguneo y maltrato siempre resulta más fácil pactar lo que sea.
¿En qué consiste?
Begué detallaba algunas de las prácticas habituales en estos procesos: van desde encargar tareas tediosas siempre a la misma persona, eliminar cualquier posibilidad de desarrollo, excluir al objeto del proceso de todo tipo de actividades grupales, negar subidas salariales, limitar la información a la que puede acceder y buscar errores menores en su desempeño para magnificarlos. No es moral, por supuesto, pero de cobardes está el mundo lleno. Y no sólo de cobardes: también de idiotas porque un quiet firing se parece mucho a un episodio de acoso laboral y, por tanto, cualquier empleado objeto de tal maniobra con conocimientos y asesores suficientes puede lograr que, quien fue a por lana salga más que trasquilado.