Antes que Red Dead Redemption 2, existió Indiana Jones and The Fate of Atlantis, antes que Assassin's Creed, existió Prince of Persia y antes que Football Manager, estuvo PCFUTBOL. Seguramente, sin estas piezas seminales de la historia del videojuego no existirían las obras maestras actuales. Como en todo, también si se trata de videojuegos hay que leer (en este caso jugar) a los clásicos, pero, si de videojuegos hablamos, hacerlo resulta a veces imposible, ya que los clásicos se descatalogan y los viejos disquetes o Cd’s ya no se pueden utilizar en los nuevos dispositivos. ¿Qué nos queda entonces a los padres cuarentones para explicarle a nuestra infancia a cargo que si Ezio se sube por las paredes es porque, antes y hace casi 40 años, Jordan Mechner grabó a su hermano corriendo y saltando durante horas? Pues el Abandoware.
¿Qué entendemos por Abandonware?
El término Abandonware nace de la únión de las palabras abandoned y software, términos ingleses que podríamos traducir como abandonado y aplicativos o programas. En sí, se refiere a todo el software digital que, aunque todavía está protegido por derechos de autor, ha sido descatalogado por sus autores y, por eso, está disponible de manera gratuita o a precios mínimos en sitios webs especializados. En sí, son programas que se encuentran en un limbo legal y, aunque sus autores podrían ejercer los derechos que mantienen sobre ellos, no lo hacen. No es software libre y tampoco es software que se pueda compartir, pero la realidad es que se comparte y si accede a él, casi siempre, libremente pese a que algunos títulos que, habitualmente, se encuentran en las webs de Abandonware, están también disponibles en Steam a módicos precios.
Posibles situaciones legales
El software definido como abandonware puede estar en diferentes situaciones. Una, la más habitual, es la de aplicativos que fueron desarrollados en su día por estudios que hoy no existen ya y que no transmitieron los derechos que tenían sobre los productos que editaron a ninguna otra compañía. Otra es la de aquellos programas que pertenecen a compañías que todavía existen y que han excluido estos aplicativos de sus catálogos y han decidido, al tiempo, no gastar ni tiempo ni dinero en defender unos derechos de autor que les pertenecen. Por último, existen también casos en los que no se sabe quién es el propietario exacto de los derechos referidos a un juego o programa concreto.
En la práctica, lo cierto es que la mayoría de productores no se molestan en qué sucede con juegos que desarrollaron hace más de 25 años y, aunque podrían, descartan acciones legales contra las páginas que ofrecen sus juegos para ser descargados. En sí, probablemente, lo hagan porque evitan tener que hacerlo ellos y obtienen un nada desdeñable beneficio: marcas en su día exitosas se mantienen vivas para que, si alguien decide hacerlo un día, puedan volver a convertirse en máquinas de hacer dinero. ¿Le suena a alguien lo que ha sucedido con Monkey Island?