No nos engañemos:  aunque el Ejército de Ucrania esté logran contener el avance ruso y consiga hasta recuperar algunos territorios, Rusia sigue teniendo un arma imbatible: la llave que puede dejar a media Europa sin gas. Las alternativas al gas ruso, habida cuenta el limitado despliegue de las renovables y su incapacidad para cubrir el 100% de las necesidades de suministro, son muy pocas: el carbón, en aquellos países donde todavía se explota o funcionan térmicas o la energía nuclear. De las dos opciones, la más limpia es la segunda, pero hay un problema muy serio: Rusia también domina el uranio enriquecido.

central nuclear / Europa Press

 

Más del 40% de las infraestructuras productoras

Actualmente, Rusia concentra en su territorio hasta el 40% de las infraestructuras mundiales de conversión de uranio, pero el problema va más allá: el 62% de las minas de uranio actualmente en explotación se sitúan en antiguas repúblicas soviéticas o en China, Irán y Pakistán, países próximos política y geográficamente a Rusia. Occidente, por el contrario, sólo produce un 19% del óxido de uranio necesario para que funcionen los reactores nucleares instalados en Europa, Japón y el Sudeste Asiático y Norteamérica. O sea, que nuestra dependencia es doble y Putin, si quiere, puede dejar fuera de producción nuestras nucleares.

 

¿Qué hacer?

La coyuntura es endiablada y, por eso, ya hay quien dice que, aunque soñemos con una victoria de Ucrania, sería bueno pensar que una derrota de Rusia abre la puerta detrás de la que se encuentran nuestras peores pesadillas. Hasta España, que no depende del gas ruso, importa cerca de un 40% de los derivados del uranio que consume desde Rusia. Si a ese 40% le añadimos el 13% adicional que importamos desde Kazajistán y Uzbekistán, ya podemos ir encomendándonos no a la Virgen María, que aquí pinta poco, pero sí a San Nicolás, el santo más venerado en Rusia.