Rondaba 2008 y, en Ponferrada y Puertollano; dos ciudades que crecieron gracias al carbón y mantenían minas abiertas en su área de influencia y una más que notable capacidad de generación de energía gracias a sus centrales térmicas, parecían estar haciendo algo grande. Para garantizar el futuro de unas y otras, en ambas localidades se investigaba para activar una tecnología, la captura de CO2, que nos iba, se suponía, a permitir seguir quemando carbón y generando electricidad sin contribuir al calentamiento global y al efecto invernadero. Tan avanzados llegaron a estar ambos proyectos que fuimos capaces, gracias a aquellos investigadores que trabajaban por el futuro de todos, de activar hasta dos diferentes sistemas de captura (uno por ciudad) de dióxido de carbono.
Así, mientras en Ponferrada los expertos de Ciuden, la Ciudad de la Energía, se decidían por la oxicombustión, en Puertollano los expertos de Elcogas, la térmica que se construyó para demostrar que el carbón podía no contaminar, optaban por la precombustión. El resultado era el mismo: el dióxido de carbono se interceptaba y no llegaba a la atmósfera, pero los experimentos acabaron de manera abrupta cuando, poco antes de 2018, se decidió liquidar en medio año todo el sector del carbón. De todo aquello, hoy no queda nada: Elcogás se derribó y hoy promueven allí una central de biomasa, Ciuden busca reconvertirse como centro de desarrollo de la economía verde, las térmicas españolas se han desmantelado casi todas y las minas están cerradas. Todo parece perdido ya pero, en medio de una crisis energética mundial, alguien vuelve a reparar en todo el esfuerzo hecho y, de repente, resulta que la captura de CO2 no eran tan mala idea y puede hasta servir para dar nueva vida a los coches de combustión y los antiguos sistemas de generación de energía, visto ya que los eléctricos de baterías no son lo que se esperaba y las renovables tampoco son la panacea.
¿Qué es la captación de CO2?
El plan inicial que se activó en España durante la primera década de este siglo era casi perfecto: las térmicas seguirían funcionando quemando carbón nacional y extranjero y en ellas se instalarían sistemas que interceptarían el CO2 antes de su llegada a la atmósfera. Con el CO2 captado podrían desarrollarse combustibles sintéticos y, si no era posible, bastaría con enterrarlo en antiguas minas de carbón o pozos de petróleo clausurados. La tecnología se desarrolló, pero las prisas por ser los primeros de la clase en la que se enseñaba los que decía la Agenda 2030 hicieron que todo cayese en saco roto. Ahora; como parece que a la gente - a la de verdad- no nos acaba de convencer ni el precio ni las limitadas autonomías de los coches eléctricos (el transporte es la principal fuente de contaminación) y, si no median subvenciones mayores, vamos a querer mantener nuestros coches de gasolina o gasóleo; hay quien se acuerda de la captura de CO2. La pregunta es cómo se implementaría todo eso.
¿Quién lo defiende?
De momento, no hay ningún gobierno europeo que haya hablado de nuevo de aquel sistema que tanto prometía y que, de no haberse abortado, nos habría vacunado contra la actual crisis energética y evitado al tiempo la ruina de las comarcas mineras que hay repartidas por toda Europa. Quien sí habla es un organismo internacional, el Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) y lo hace para proponer lo que ya se sabía: si el CO2 no llega a la atmósfera e ideamos algún sistema para aprovecharlo (en Estados Unidos saben cómo convertirlo en etileno) nuestros queridos motores diésel y de gasolina pueden tener más años de vida por delante. Plantear miles de plantas de captación repartidas por todo el mundo puede parecer difícil porque, si bien resulta sencillo capturar el dióxido de carbono que produce una instalación industrial fija, capturar el que produce el motor de un vehículo será sin duda más complicado, pero seguro que hay una manera. De hecho, el CO2 capturado, si se mezcla con hidrógeno verde, serviría para producir metanol, un hidrocarburo fácilmente transformable en gasolina. Según Porsche, esta gasolina sintética y no contaminante costaría unos 2 euros litro que es, si quitamos los 20 céntimos que nos descuentan ahora, lo que vale un litro de combustible convencional. Pase lo que pase, hay una pena que nadie nos quita: en 2008, España era líder en sistemas de captura de CO2.