Te propongo un juego: coloca tu brazo sobre una superficie plana, extiende la mano y junta el pulgar con el meñique. ¿Sobresale algo parecido a un tendón en tu muñeca? Si la respuesta es sí, enhorabuena: formas parte del 86% de humanos (sí, yo lo tengo) que conservamos un músculo llamado palmar largo. Si no ves nada, felicidades también: formas parte del 14% de humanos que no lo tiene.
¿Qué es?
El palmar largo es un músculo que nace en húmero y se inserta en la palma de la mano. Su ausencia puede ser congénita o resultado de una operación y no tenerlo no afecta a ningún aspecto de la movilidad de la mano. De hecho, no tiene más utilidad conocida que servir como recambio si es necesario: los médicos, que conocen su condición de músculo no imprescindible, utilizan el tendón del palmar largo para reemplazar otros si hace falta. Es cierto que, si lo tienes, te ayuda a flexionar la mano, pero si desaparece, no pasa nada. Otra cosa sería si fueses un orangután: ellos lo utilizan intensamente pero los chimpancés, que también lo tienen como el 86% de los humanos, tampoco lo usan.
No, la evolución no se ha parado
La diferencia que existe entre el volumen de población que tiene todavía este músculo y la que no es todavía notable y a favor de quienes lo tienen; lo que nos permite afirmar que estamos ante una mutación adaptativa: a los orangutanes les viene bien tenerlo para subirse a los árboles mejor, pero a nosotros, que nos subimos poco o nada y acostumbramos a trabajar con las manos, puede hasta generarnos problemas, ya que tenerlo predispone a sufrir el síndrome del túnel carpiano. ¿Por qué unos lo tenemos y otros no? Pues supongo que tendrá que ver con lo que hacían nuestros padres y abuelos. A mi padre (ya he dicho que yo tengo el músculo ese) le llamaban de pequeño el hijo del hombre araña y él también lo tiene. Yo, en cambio, no me he subido a un árbol ni para robar fruta y la historia esa del túnel carpiano me lleva bastante por la calle de la amargura, así que gracias, querido padre aunque, ahora que lo pienso y hablando de mutaciones: yo formo parte de ese 35% de gozosos humanos que no son intolerantes a la lactosa y puedo beber toda la leche que me de la gana. En fin, entre tener un músculo de más o ponerme malo por comer flanes y nata, me quedo con lo primero. O sea, que, al final, resulta que ser hijo de mi padre ha sido un buen negocio.