¿Eres de los que nunca apagan su teléfono móvil? Si las respuestas es que sí y, por tanto, eres uno de esos usuarios que sólo reinician su dispositivo cuando, por la razón que sea, se quedan sin batería, te equivocas porque, si bien es cierto que tu móvil no necesita vacaciones, sí que precisa, como mínimo, cierto descanso cada siete días. Y aunque la Inspección de trabajo no te va a perseguir si no se lo das, si que puede que tu dispositivo acabe funcionando justo como no te gusta porque, cuando no lo pagas periódicamente, el principal perjudicado es tu smartphone y, con ello, tú mismo.

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Cada siete días

Los principales fabricantes de estos dispositivos coinciden en un consejo: el móvil se tiene que reiniciar una vez a la semana como mínimo. No basta además con apagarlo y encenderlo a los pocos minutos, porque lo adecuado para el dispositivo e que repose durante unos treinta minutos por lo menos.

¿Qué se evita?


Seguir el consejo de los fabricantes y los expertos en este cada vez más imprescindible dispositivo permite evitar problemas de sobrecalentamiento y consigue incrementar la vida útil de la batería. La máxima sirve para dispositivos Android e iOS. La duración de la batería, cabe recordarlo, es uno de los factores clave a la hora de que un usuario se decida por un modelo de móvil u otro. También, con reinicios periódicos, se solucionan los habituales fallos al abrir y cerrar aplicaciones y se consigue que el dispositivo navegue por la red más deprisa, ya que se vacía la memoria RAM. Igualmente, reiniciar suele servir también para solucionar los problemas de conectividad a la red.

Aplicaciones

Las ventajas de reiniciar cada siete días tu móvil no terminan ahí: hasta los tan molestos errores puntuales de aplicaciones concretas pueden llegar a desaparecer. Tú mismo: darte un descanso y dárselo a tu móvil sólo tiene ventajas. De hecho, hacerlo no es nada más que aplicar el sentido común: una máquina que funciona durante 24 horas y siete días a la semana acaba fallando tarde o temprano.  Además, conseguirás un tiempo de tranquilidad –siempre que no sufras de nomofobia- que no tiene precio.