Europa es una potencia exportadora de carne –especialmente España, el quinto productor mundial- pero esta potente industria depende de la importación de grano, que aporta la proteína vegetal que los ganaderos transforman en la más rentable proteína animal con su trabajo. Las autoridades comunitarias quieren reducir esta dependencia, ya que conocen la importancia del sector cárnico europeo y, también, los vaivenes a que el mercado mundial de grano se ha visto sometido en los últimos años.

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Inversiones

El camino, y así lo marca un reciente informe de la Comisión Europea, no es otro que el que implica una mayor inversión en investigación encaminada a conseguir una autosuficiencia productora que los países de la UE están lejos de alcanzar. Durante la campaña 2021/2022, la UE sólo fue capaz de producir el 37% de los productos vegetales ricos en proteína (harina de soja o de semillas oleaginosas como las pipas de girasol) que la ganadería europea precisa. El grano y el forraje (la proteína bruta que consume la ganadería) sí que se producen mayoritariamente en los países miembros. Así, el 77% de los 72 millones de forraje y grano que se consumió en la UE se produjo en alguno de los países miembros.

¿Alternativas?

La investigación debe, considera la UE, ir encaminada hacia la diversificación de las fuentes de proteínas. Ahí, por supuesto, entran otras semillas –colza, cártamo o palma-, pero también fuentes alternativas. ¿Cuáles? Los insectos son una alternativa especialmente interesante, ya que su cría no exige grandes superficies de terreno y puede realizarse en cualquier latitud, a diferencia de muchos cultivos. Y, sí: eso significa que los insectos acabarán formando directa o indirectamente de la dieta humana. O eso, seguir dependiendo de lo que países terceros como Rusia, Ucrania o Argentina quieran hacer con su producción agraria.