Ni eólica, ni mareomotriz, ni solar, ni térmica: los estadounidenses creen que el futuro de la energía es nuclear y, por eso, impulsan un plan para sustituir las térmicas de carbón de las que ahora disponen por 300 reactores nucleares de última generación. El único problema que hay para hacerlo posible tiene que ver con el uranio: el 50% de la producción mundial lo controla Rusia.
El peligro chino
En una situación como la actual, con una guerra abierta en Ucrania, la única alternativa que se le presenta a Estados Unidos es China, pero a los norteamericanos no les hace demasiada gracia cambiar su actual dependencia del petróleo árabe por otra igual o peor en la que China se convertirá en socio incómodo. El gigante asiático, además, también quiere más nucleares y entre ellos y los rusos han construido el 87% de las centrales nucleares que se han puesto en marcha en todo el mundo desde 2017. ¿Qué hacer entonces? Pues contemporizar y dejar el uranio ruso al margen de las sanciones que pesan sobre el que, se supone, es ahora el enemigo número uno de Occidente. Cada año, Estados Unidos compra uranio enriquecido a Rosatom, la empresa pública rusa de la energía atómica, por valor de más de mil millones de dólares. Por tanto, las sanciones al gas, al petróleo y al carbón ruso se mantendrán, pero las sanciones al uranio no están ni siquiera previstas, aunque ya tienen un plan alternativo: han reservado 700 millones de dólares para construir en suelo estadounidense fábricas de uranio enriquecido o plantas de reciclaje de uranio, ya que el gobierno estadounidense estima que tratando adecuadamente los residuos nucleares de los que dispone tendrá combustible suficiente para un siglo. Mientras, eso sí, seguirán importando uranio ruso.
90 Gigavatios
Y es que lo que está en juego en Estados Unidos es mucho más importante para los intereses de la primera potencia mundial que el futuro de Ucrania: los 300 nuevos reactores nucleares previstos serán pequeños, modulares y de potencia limitada. De hecho, los 1.100 megavatios de un reactor tipo se convertirán en 300 y todos ellos se ubicarán en los espacios que, hasta ahora, ocupaban centrales térmicas de carbón para provechar las infraestructuras de refrigeración y las líneas eléctricas que permitirán hacer llegar la nueva potencia generada a los hogares norteamericanos. En España, mientras, desmantelamos térmicas y nucleares sin sustituirlas por nada, ya que los desarrollos solares y eólicos previstos están condicionados por las leoninas exigencias de una legislación conservacionista que se impone al interés general. Y, por si fuera poco, nuestra última mina de uranio cerró en el año 2000 y el proyecto que impulsa la empresa Berkeley en Salamanca está bloqueado por el Gobierno.