La figura de Albert Rivera Díaz sale de los residuos de la Transición y es la espoleta que, desde hace ya algunos siglos, hunde el Estado español de manera cíclica. Hasta la última guerra civil, la fuerza residual de Espanya la constituía, en gran parte, el pueblo llano catalán, el que aguantó la guerra del Segadors, la guerra de Sucesión, las bullangues y las guerras carlistas; el que hizo possible la Revolución Gloriosa, la Primera República, el fin del bipartidismo canovista y el 14 de abril de 1931.
Con Franco y sus delirios nacionalizadores, el residuo del Estado ha acabado siendo aquel segmento de la inmigración que Catalunya no ha podido integrar, sea por la utilización política que se ha hecho de sus problemas, sea por otra cosa. La escoria es el subproducto que genera el metal cuando se funde para convertirlo en una pieza sólida. Si la palabra no sonara moralmente tan ofensiva, ayudaría a explicar la volatilidad imprevisible de los colectivos de insatisfechos que siempre son utilizados en las luchas de poder entre Madrid y Barcelona.
Sin esta previa no se puede entender quién es Albert Rivera, y por qué un líder político que es el ejemplo opuesto de todo aquello que dice representar, tiene tantas posibilidades de llegar a la Moncloa. No es casualidad que Jiménez Losantos se haya enamorado de él: "Ciudadanos –escribió el otro día– nace de la lucha contra la tiranía de Pujol". Para Losantos y para mucha gente leída, Rivera encarna la Transición que no fue posible a causa de la existencia de Catalunya y sus reivindicaciones nacionales.
Rivera tiene posibilidades de ganar porque también representa el sector más vivo de una España de cultura precaria y apolítica que quiere sentirse joven, moderna e inocente otra vez, sin afrontar el problema catalán con un referéndum de autodeterminación. Nacido en Barcelona el 1979, en el fondo Rivera apela al deseo más o menos reflexionado o más o menos inconsciente del conjunto de los españoles que esperan resolver aquello que la violencia de Franco y sus antecesores no consiguieron resolver, con las herramientas del PP y la estética de Zapatero.
Para Losantos y mucha gente leída, Rivera encarna la Transición que no fue posible a causa de la existencia y las reivindicaciones nacionales de Catalunya
Es significativo que el éxito del líder de Ciutadans esté tan vinculado a la misma realidad nacional que niega, es decir, a la Catalunya que lo ha educado y que dio una oportunidad a su familia. No es casualidad que el libro de referencia que Rivera siempre cita sea El factor humano, de John Carlin, una obra que relata el papel de Nelson Mandela en la Sudáfrica del apartheid. Losantos y otros medios han hecho grandes esfuerzos por pintar a Catalunya como un Estado racista, dominado por bóers autoritarios y maléficos.
Sin embargo, Catalunya no tiene los mecanismos de un estado y la vida de Rivera no ha sido, precisamente, la de un negro del Johanesburgo de la guerra fría. Los negros del apartheid no se casaban con herederas bóers ricas, ni trabajaban en los servicios jurídicos del principal banco de Sudáfrica. Tampoco eran apadrinados por élites intelectuales. Ni mucho menos tenían medios de vida para ir de cosmopolitas.
Rivera estudió en una escuela concertada y catalanista de Granollers e hizo la carrera a la facultad de derecho de ESADE, adscrita a la Universidad Ramon Llull –que también reivindica la catalanidad en sus estatutos–. El padre de Rivera es descendiente de estibadores del puerto de Barcelona. Cuando se casó con la madre del candidato tenía una tienda de electrodomésticos en la Barceloneta, barrio donde fueron recolocados los habitantes de la Ribera después de 1714.
Entonces la madre era una andaluza nostálgica de 17 años que había llegado a Catalunya cinco años atrás. Según explica ella misma, al llegar a Barcelona se pasó un año entero llorando y dijo en casa que si la familia no venía a hacerle compañía volvería al pueblo. El pueblo (Cútar) es una villa de 600 habitantes marcada por la herencia musulmana, y que tiene por especialidad una variedad de sopa de garbanzos con chorizo. Según el diario Sur: "En el pueblo, Rivera no tiene amigos pero le encanta decir que tiene sangre malagueña".
Politizado por su madre, amante de las tertulias, Rivera empezó a trabajar en los servicios jurídicos de La Caixa en 2002. Un año más tarde, exploró la posibilidad de militar en el PSC y el PP
La infancia y la adolescencia de Rivera fueron como la de muchos otros chicos de su época que empezaron a politizarse durante los años decadentes del pujolismo. Rivera creció en una casa bilingüe sin muchos libros, pero con un respeto reverencial a la educación que su familia no había podido recibir. Durante la adolescencia, empezó a salir con la hija de una familia rica de Granollers muy nacionalista, con la cual acabaría casándose y teniendo un hijo. Politizado por su madre, que es una amante de las tertulias –no habla el catalán, "pero tú háblame en la lengua que quieras"–, empezó a trabajar en los servicios jurídicos de La Caixa en 2002.
En 2003 Rivera exploró la posibilidad de militar en el PSC y el PP. Cuando Francesc de Carreras le ofreció entrar en el equipo directivo de Ciutadans, le dijo emocionado a uno de los jefes que tenía en La Caixa: "Caramba, me ofrecen entrar directamente en la secretaría general de un partido". Entonces todavía no sabía que lo harían presidente, ni qué ideología tendría Ciutadans. Este mismo alto ejecutivo recuerda que era un chico inteligente y ambicioso, que "no tenía ninguno de los problemas con el catalán y con el nacionalismo que tiene ahora".
C's consiguió el primer local y el primer dinero de un andaluz y amigo de Alfonso Guerra que es el propietario de Festina, una marca de relojes suizos malos
A partir de aquí la historia es conocida. Hasta el 2012, Ciutadans fue un partido chillón y marginal que daba vuelcos ideológicos y dejaba a mucha gente en el camino. El primer local y el primer dinero los sacó de un andaluz amigo de Alfonso Guerra que es el propietario de Festina, una marca de relojes suizos de poca categoria. Convergència también alimentó el partido para hacer daño a los socialistas y para parecer más independentista que no era ante Solidaritat y Reagrupament.
Mientras el paradigma autonómico disfrutó de buena salud, la oratoria de Rivera brilló aprovechando los miedos y los complejos del discurso hegemónico pujolista. Su virtud principal, pero, no ha sido la retórica. Su retórica siempre ha necesitado del apoyo del poder constituido para que su palabra preferida, "realidad", tenga un mínimo de contenido y de apariencia de ecuanimidad. Su gran virtud ha sido aguantar al frente de Ciutadans hasta que el crecimiento del independentismo lo ha hecho necesario en las oligarquías de Madrid y Barcelona.
Rivera y su partido ahora son una solución de compromiso para parar la independencia. Tarde o temprano, sin embargo, la rivalidad entre Madrid y Barcelona lo pondrán en el ojo del huracán
Albert Rivera y su partido son ahora una solución de compromiso para parar la independencia. Rivera sirve para justificar, con el atractivo de la novedad, el discurso que dice que Catalunya es España. Tarde o temprano, pero, la rivalidad entre Madrid y Barcelona pondrán a Rivera y su partido en el ojo del huracán, como pusieron a Pujol, Companys, Cambó o al general Prim. Si estas figuras provocaron un descalabro político es fácil imaginar lo que provocará Ciutadans.
Los españoles utilizan el partido de Rivera como un cemento para unificar el Estado contra el independentismo catalán. El problema es que el partido de Rivera no se sustenta sobre ninguna realidad profunda –por eso su discurso tiene esta flexibilidad diabólica y ese tufo de abstracción vacía y pedantesca, a veces vagamente totalitaria–. Cuando los españoles descubran que el cemento que están utilizando no es Portland, sino un cemento falso, que no cuajará nunca, un amasijo con una proporción excesiva de elementos volátiles y dispersos, Rivera quizás será ministro. Pero ya será muy tarde para arreglar nada.
Cuando los españoles descubran que el cemento que están utilizando no es Portland, Rivera quizás será ministro. Pero ya será muy tarde para arreglar las cosas
Si alguien cree que un político formado en Barcelona podrá sustituir el PP o cambiar un Estado en el cual un señor como Rodolfo Martín Villa lleva 54 años en coche oficial, es que no tiene ni idea de qué es Madrid ni qué es España. No es por capricho que los hijos de los diplomáticos españoles tienen hasta un 222 por ciento más posibilidades de aprobar las oposiciones del ramo que los aspirantes sin antecedentes familiares. Cuando Madrid le pida a Rivera que suicide su partido para poder pactar la pacificación de Catalunya, que se acuerde de Jordi Pujol. Él también creyó que podría convertirse en uno de los amos del casino. Y eso que aspiraba a una parte mucho más pequeña.