Tengo 31 años. Soy periodista especializada en feminismos, escritora e investigadora. También me dedico a tocar los cojones a los políticos procesistas en Twitter. Nací en Barcelona, pero soy manresana de corazón, de adopción y de todo. Ser de Manresa implica poseer la verdad absoluta y evangelizarla al resto de Catalunya en todos los ámbitos posibles. Por otro lado, Manresa es como una película de Woody Allen: todo decadente, autocompasivo, con un potencial altísimo pero desaprovechado. He publicado un libro sobre qué significa querer, enamorarse y desear en el tiempo de las redes, De la manzana a la pantalla: Amor, sexo y deseo en la época digital en Editorial Milenio. En la foto de perfil de Whatsapp tengo a mi cara, sonriendo y muy maquillada, algo que odio y no hago casi nunca.
Enamorarse sólo puede hacerse a la romántica.
El amor romántico se ha convertido en una institución. Como feminista, yo no reniego de su dinámica, es una forma de amor, de conectar con otra persona (o con más de una persona) absolutamente válida. Pero es una fuerza tan poderosa que se ha utilizado para sustentar una serie de sistemas de dominación de géneros, de raza, de orientación sexual y de clase que se deben combatir. Contra el amor institucionalizado, lo más revolucionario es simplemente amar y enamorarse con toda la fuerza del mundo, si hace falta.
No es posible amar sin sumisión.
Tradicionalmente, el hecho de amar se ha basado en la sumisión de la mujer al hombre. Esto continúa prácticamente igual y parece que decir “te quiero” o “me he enamorado de ti” deba ser sinónimo de asumir una derrota. La gracia sería aprender a querer como tu deseas, como verdaderamente necesitas, sin ningún cliché impuesto, y a partir de ahí ver como eres más capaz (cuando sabes qué quieres y por encima de todo por qué lo quieres) de establecer una conexión verdaderamente auténtica con otra persona que no conlleve un juego de tensión. Querer siempre lleva a conflictos porque las personas somos esencialmente problemáticas. Pero yo combato el feminismo de ideales imposibles: la cuestión que me interesa es ver cómo podemos asumirlos y, al mismo tiempo, querer como personas realizadas.
El amor, sinónimo de subversión.
El capitalismo tiene una gran capacidad de absorber los discursos disidentes y así hacerte creer que te puedes realizar de una forma aparentemente alternativa. De esta forma, el sistema acaba normalizando formas de disidencia que son falsas. En el caso de las identidades LGTBI, en Occidente lo primero que se ha dado en cuestión de derechos es la garantía del matrimonio y de la adopción —que está superbién, faltaría más—, pero esto ha apartado otras formas de querer bien legítimas como por ejemplo las alianzas entre personas trans. Cuando éstas eran repudiadas o no entendidas por sus familias, buscaban alianzas entre ellas: en Estados Unidos vivían en comunidades integradoras, combatiendo también fenómenos como el racismo. En Catalunya, esto lo hemos visto en la comunidad LGTBI en lo que llamamos “sexilio”; es decir, la gente que se va de un lugar pequeño como pueda ser Manresa a una ciudad como Barcelona, donde se puede pasar mucho más desapercibido con tal de establecer nuevos vínculos. Esta tendencia parece perder fuerza cuando lo único que se quiere es copiar el modelo familiar heterosexual y se intenta que todas las disidencias se adapten a su dinámica.
El poliamor libera.
No necesariamente, porque el poliamor, también por el efecto del capitalismo, ha derivado en una “fagia” y no una “filia”; es decir, que te impulsa a tener muchas relaciones, a consumir sexualmente a las personas. Lo más perjudicado por esta dinámica es el concepto de cuidado, que últimamente también se está banalizando mucho. El poliamor liberal sólo es una forma de “polisexo”, un consumo rápido de experiencias relativas a la intimidad. Eso de revolucionario tiene poco, porque en el fondo a los hombres siempre se les ha permitido esta poligamia. Pero si el sentido que le damos al término es del romper la idea de que el otro es algo que nos pertenece, y que la mujer sólo es la excusa de carne para mantener el linaje familiar y la descendencia, las cosas sí que cambian. Si el poliamor rompe la idea del otro como una posesión y con la noción que amar a alguien es dedicarle todo tu yo (con la consiguiente romantización de los celos y de la envidia), entonces sí que puede ser una idea válida.
Cuidémonos. Procesismo emocional.
La feminista Mari Luz Esteban ya dice que el concepto de “cuidado” se ha convertido una especie de comodín. Cuando se habla de cuidados, como cuando uno afirma que hay que “feminizar la política”, muchas veces no sabes muy bien de qué se habla. Eso se puede ver en casos como el de Ada Colau, cuando la alcaldesa contó los problemas que había tenido durante el embarazo. Está superbién que lo explique, pero tía, tú eres alcaldesa de Barcelona: tú tienes un poder que no tienen la mayoría de mujeres a las que les ha pasado esto mismo. ¡Utilízalo! Explica, tú, como alcaldesa, lo que ha influido en tu ejercicio político o a la hora de planificar políticas públicas el hecho de que te hayas encontrado con problemas muy concretos durante el embarazo. ¡Tú no eres una ciudadana cualquiera, eres la alcaldesa de la capital del país!
El sexismo ha funcionado a los hombres, entre muchas otras cosas, porque ha destruido o hecho más difíciles las alianzas entre las mujeres
Sororidad. Defínase.
Son las alianzas que tejen las mujeres, en un primer momento, para afrontar todos los problemas que les supone el sexismo. El sexismo ha funcionado a los hombres, entre muchas otras cosas, porque ha destruido o convertido en más difíciles las alianzas entre las mujeres. Existe una idea recurrente según la cual el peor enemigo de una mujer siempre será otra mujer: eso es simple y llanamente mentira, porque quien mata a las mujeres, en un tanto por ciento casi total, son los hombres. Además, el gran enemigo del hombre también es otro hombre, porque la mayoría de las víctimas y de los asesinos son de sexo masculino. La sororidad es una herramienta de ayuda mutua e intenta crear redes no sólo para resistir las consecuencias del machismo sino para, en un segundo estadio, superarlas y que las mujeres ocupemos la parte que merecemos en la sociedad. En un 90% de los casos, al menos en el ámbito catalán, la sororidad ha sido muy positiva. En el 10% restante, es cierto, hemos visto como se ha convertido en la excusa perfecta para esconder el nepotismo clásico y las redes de complicidad que hasta ahora perpetraban exclusivamente los hombres.
Cosificación. Defínase.
La cosificación implica tratar al otro (y definirle) exclusivamente a través de su cuerpo, de su imagen. De nuevo, aquí la economía capitalista afecta mucho más a las mujeres: el valor de mercado de una mujer, tradicionalmente, ha sido el hecho de ser guapa o no. Si tú basas el sistema en el intercambio de mujeres, siendo la mujer el objeto a intercambiar, pues mejor que sea bonita y fértil, porque básicamente es su razón de ser como mercancía. En los hombres, la belleza siempre ha sido y es un atributo; un plus más que les permite acumular cuantas más mujeres mejor. En cambio, en las mujeres ha sido y es un elemento definidor.
El feminismo es revanchista, un resentimiento.
No. Precisamente, a las mujeres se nos ha negado siempre esta posibilidad, y eso nos ha permitido encontrar nuevas formas de establecer justicia o de reclamar nuestros derechos que vayan más allá de la revancha. Por ejemplo, si piensas en la película Joker, lo que le pasa a su protagonista es exactamente aquello que le sucede a la mayoría de trabajadoras domésticas de los Estados Unidos y de Occidente en general. ¿Y cuántas trabajadoras domésticas has visto, en la vida o en el cine, iniciando una revolución para cargarse a la peña? Una de las gracias del feminismo y de los movimientos LGTBI son las revoluciones alternativas. También es cierto que hay muchas feministas que reclaman el derecho a la ira y el derecho a poder enfadarse. A mí, por ejemplo, Cersei Lannister (una de las protagonistas de Juego de Tronos) es una mujer que me encanta porque se permite ejercer el poder y la mala leche sin ningún tipo de complejo. La reivindicación de la rabia también te puede alejar de un discurso victimista, de exponerte sólo como un ente vulnerable.
Sobra información pero las agresiones no se acaban, también en los más jóvenes.
He hecho muchos talleres con jóvenes y te das cuenta de que la teoría la tienen más que aprendida. Es como lo que pasa en Catalunya, donde en teoría todo el mundo es de izquierdas, todo el mundo está a favor del referéndum y se muere por acoger a refugiados y etcétera… pero, a la que rascas un poquito, ves que no es verdad. Es precisamente en el choque entre teoría y experiencia donde se ven las contradicciones; el peligro, si no se percibe esta colisión, resulta en crear un feminismo puramente moral; porque este feminismo básicamente te diría que la forma con la que tú te has visto hasta ahora estaba basada en una alteridad que resulta incompatible a tus ojos. ¿Por qué la masculinidad está en crisis perpetua? Pues porque la mujer va ganando terreno en sus derechos. ¡La masculinidad está en crisis, pero siempre domina! Eso crea una desorientación y una frustración, porque te dicen que lo que tú eras hasta el momento se basaba en unas coordenadas erróneas, y también te dicen que la forma que tenías de relacionarte con las mujeres o con los hombres era absolutamente inadecuada.
Finalmente, el feminismo busca un buen sueldo. Bienvenidas al capitalismo.
A raíz de la crisis económica y debido al auge de la extrema derecha se hablado mucho sobre este tema, es cierto. Pero este debate ya lo encontrábamos en los diálogos entre Nancy Fraser y Judith Butler, donde se hablaba de temas como la redistribución de la riqueza y el reconocimiento social. ¡Ahora parece que todo esto se lo haya inventado Daniel Bernabé, cuando lo que él dice ya lo habían comentado cincuenta mujeres y veinte veces mejor que él, porque conocían mucho antes de qué iba la peli! También hay que decir que, gracias a los feminismos postcoloniales (gitanos, afroamericanos, etcétera) existe una conciencia interesante de teorías que van dirigidas a mujeres blancas, de clase media o incluso a las élites de mujeres occidentales preguntándoles si realmente quieren ser iguales que los hombres y si su objetivo es copiar las consiguientes estructuras de dominación, o si aquello que quieren es cambiar realmente las cosas. Ésta es una de las grandes tensiones que ha marcado al feminismo en los últimos tiempos; la filósofa Rossi Braidotti afirma que el poder tiene dos caras, la disciplinaria/represiva y la fuerza regenerativa/transformadora. ¡Es ésta segunda vertiente la que nos debería interesar! Se habla siempre del techo de cristal, como decías tú. Pero las feministas suramericanas siempre recuerdan a sus compañeras: cuando vosotros rompéis el techo de cristal, quien recoge las piezas es una mujer migrada.
El feminismo crea un nuevo sentido de felicidad menos dogmática
¿El feminismo ha hecho más felices a las mujeres?
Sí! ¡Sexualmente, sí! Sara Ahmed dice que la felicidad ha sido tradicionalmente una forma de alienación social. A las mujeres se nos decía que debíamos ser el ángel del hogar, todo súper-happy y encantadas de cuidar a la familia. De hecho, ella recuerda como a las feministas siempre se nos ha pintado como unas aguafiestas, pesadas, gruñonas y amargadas… y Ahmed dice que debemos reivindicar nuestra condición de aguafiestas. ¡Pero, claro, también nos lo tenemos que pasar bien! Por eso decimos a menudo esto de “si no puedo bailar, ¡no es mi revolución!”. Mi feminismo, por ejemplo, no me permite ver y gozar actualmente de las películas de Tarantino o Love Actually con los mismos ojos; pero también las disfruto de otra forma, con una mirada más crítica. El feminismo crea un nuevo sentido de felicidad menos dogmática. Como nos enseñan las culturas no occidentales, la felicidad no recaba tanto en un objetivo concreto como en una serie de prácticas, eres tú quien haces el amor, eres tú quien practicas lo feliz. Pero en lo que toca al sexo, eso es indiscutible, las feministas follamos muy bien, porque sabemos lo que deseamos y no tenemos miedo a decirlo. Hay mujeres que quieren follar poco y está bien. Otras queremos follar más, y también está bien. El problema es que hasta ahora nos habían dicho cómo lo debíamos hacer, y por aquí ya no pasamos.
Los hombres todavía no habéis aceptado vuestra condición de agresores potenciales
Los hombres somos todos agresores potenciales. Un poco exagerado…
Los hombres todavía no habéis aceptado vuestra condición de agresores potenciales. Cuando se dice esta frase hay que poner el foco en el sistema, no en los individuos: las mujeres hemos sido menos agresoras porque no hemos sufrido un sistema que nos empujara a ello, como sí que, indiscutiblemente, habéis tenido los hombres. Cuando hablas con grupos de mujeres y pides cuántas de ellas han sido agredidas siempre levanta la mano entre un 75% y un 90%. Pero cuando preguntas a los hombres si alguna vez han agredido o acosado a una mujer, todos callan. Como comprenderás, ¡resulta difícil de creer que un 75% de mujeres acosadas haya sido atacada únicamente por un señor que se haya dedicado a joderle la vida a media Catalunya! Ser hombre también implica ser consciente de esto. Y va para todos. Yo, como mujer heterosexual, he tenido actitudes bifóbicas y es en este sentido que soy una potencial LGTBI-fóbica. Hasta los propios miembros del colectivo LGTBI pueden perpetrar actitudes fóbicas contra sus miembros. La cuestión es qué haces a partir de esta realidad, qué haces en el momento de darte cuenta que tienes creencias tan arraigadas en tu interior que te llevan a menospreciar o incluso a agredir.
Como articulista, se te valora menos por ser tía.
¡Claro! Es muy evidente. Yo siempre soy la niña repelente, vaya donde vaya. Mira, hace tiempo escribí un artículo en el que analizaba la mentalidad del PSC hablando del burócrata que sale en Mulan y mucha gente me acusó de ser frívola. Hacia sólo una semana, Enric Vila había publicado una disertación sobre el procés a partir de Coco, que también es una película de Disney. ¿Yo soy una repelente porque escribo “heteropatriarcado” en un artículo y en cambio Raúl Fernández o Pau Llonch son unos putos genios simplemente porque hablan de plusvalía? ¡Mire usted, ya basta! ¡Y me jode porque incluso me lo dicen las propias feministas, a veces! Hagas lo que hagas, siempre tienes las de perder. En las tertulias me llaman parlanchina: ¡dime un señor tertuliano en Catalunya que no sea parlanchín!
Nunca me voy a pelear con una feminista por una cuestión de egos teniendo en cuenta que las dos trabajamos en temas por los cuales, literalmente, hay mujeres que mueren asesinadas
Hay guerra de feministas en Catalunya.
No. A ver, ya sabes que dicen aquello de que si quieres debilitar un movimiento lo mejor que puedes hacer es darle subvenciones y que sus agentes se peleen entre ellos. Eso, en el marco del feminismo, sí que sucede alguna vez. Pero la clave de todo es el contacto que tienes con la sociedad. Yo puedo ser orgullosa, chula o engreída… lo que quieras. Ahora bien, hay algo que tengo muy claro: nunca me voy a pelear con una feminista por una cuestión de egos teniendo en cuenta que las dos trabajamos en temas por los cuales, literalmente, hay mujeres que mueren asesinadas. Todas compartimos el hecho de tener diez mil traumas por culpa del machismo. ¿Competimos entre nosotras? Sí. ¿A veces hay luchas de egos? Sí. Pero eso pasa en todos los sitios, como en las ONG o en los movimientos políticos más progresistas! Las feministas no somos ángeles. La cuestión es saber qué hacer cuando te das cuenta de esto. No puedes convertir tu ideología en una moral, en una especie de carnet por puntos. ¿Yo puedo estar celosa de una compañera feminista? Sí. ¿Nos podemos pelear? También. La cuestión es que haces con este cabreo y con qué responsabilidad utilizas el hecho de ser visible en los medios o en la red, que es un auténtico privilegio.
La masculinidad catalana se construye en la incapacidad de defender a la nación
Los hombres catalanes.
Hay un capítulo en Terra de ningú (perspectives feministes de la independència) de la editorial Pol·len en el que se habla de cuando Ortega y Gasset, entre otros intelectuales españoles, definían la identidad masculina nacional como algo relacionado con la figura del conquistador y del guerrero. Respecto a este ideal, los catalanes siempre quedaban como hombres afeminados, porque les gustaba negociar, el comercio, el pacto… Pero Vicens Vives, por ejemplo, defendía que esto también podía considerarse muy viril, como pasa en algunas culturas asiáticas o africanas. Tradicionalmente, en lo que toca al concepto de nación, se ha tendido a pensar que los hombres la defienden y las mujeres la encarnan. La masculinidad catalana se construye en la incapacidad de defender a la nación. De hecho, si consultas las grandes obras sobre la Guerra Civil que se hacen en Catalunya, muchas veces están protagonizadas por mujeres. Porque tras una derrota sólo te queda mantener la relación con la tierra, y eso lo hace esencialmente la mujer. Si te fijas, los intelectuales catalanes que salen en la tele siempre hablan de los españoles como los cuñaos, como los machos ibéricos y tal y cual, mientras tú les ves a ellos también rodeados sólo de señores y dirigiendo revistas donde no escribe ni una sola mujer.
Mujeres y política.
Hay mujeres potentísimas. Clara Ponsatí, Anna Gabriel, incluso Marta Rovira cuando no le obligaban a hacer el papel de llorona. En todos los partidos, hasta en los españoles hay tías importantes. Si miraste el debate político que hicieron algunas de las líderes de los partidos españoles en las últimas elecciones, sólo hacía falta un minuto para ver que eran veinte veces mejores y más potentes que los respectivos señores.