Cristina Cifuentes es la cara progre del PP, una especie de Alberto Ruíz-Gallardón puesto al día, adaptado a los efectos que ha tenido la crisis financiera y el descrédito de la España de la Transición. Si Gallardón era un patricio madrileño que sacó partido de su imagen de intelectual político de los años 30, Cifuentes viene del Madrid de la Movida y hasta ahora ha explotado muy bien su imagen de chulapa metropolitana.

Nacida en 1964, la presidenta de la Comunidad de Madrid es agnóstica, republicana, abortista, partidaria del matrimonio gay y aficionada a los tatuajes y a las motos, hasta el punto que ella misma se define como motera. Dicen que detrás de su ascenso está Marisa González, la que fue jefa de prensa de Gallardón en los mejores años del exalcalde. Además de sus buenos resultados, una cosa que ha alimentado el mito es que el declive de Gallardón empezara justo después de despedir a González, cuando fue nombrado ministro de Justicia en el 2011.

González fue repescada entonces por Cifuentes, que llevaba 20 años de diputada en la Asamblea de Madrid y que corría por las tertulias de la tele pidiendo una oportunidad. Si González consiguió que el electorado viera a Gallardón como el político menos dogmático y más próximo al PSOE del PP, ahora ha aprovechado el empuje de Cifuentes para crear una versión pepera de la épica de Ciudadanos y de Podemos. La presidenta de la Comunidad de Madrid no tiene el pedigrí de Gallardón, pero tampoco la pedantería y los aires de superioridad que tanto lo perjudicaron.

Lista y trabajadora, con hambre acumulada de muchos años de pasar por cargos secundarios, Cifuentes fue nombrada Delegada del Gobierno en Madrid sólo un año después de ponerse en manos de González. A pesar de la mayoría absoluta que el PP sacó en el 2011, Rajoy enseguida notó el desgaste provocado por los efectos de la crisis. El envejecimiento de los cuadros dirigentes, que habían pasado una travesía por el desierto sin renovarse ni tomarse seriamente el independentismo catalán, le puso un puente de plata.

Cifuentes se convirtió en la primera cara de la renovación de la derecha española. La primera respuesta del PP al 15-M fue esta rubia con ojos de gato y nariz de quirófano, que es hija de un general de artillería, lleva cinco tatuajes en el cuerpo y es afiliada del PP desde 1980. La biografía que le ha hecho Alfonso Merlos, Sin ataduras, la presenta como una superviviente desvinculada de las viejas tramas del partido. El libro empieza repasando los tuits que las izquierdas españolas publicaron en agosto de 2013, cuando estuvo a punto de matarse en un accidente de moto. 

La figura de la presidenta de la Comunidad de Madrid no se entiende sin el clima guerracivilista que ha extendido el derrumbe de la España de la Transición. Tampoco se entiende sin la utilización que, en los últimos años, el estado ha hecho de las mujeres guapas y ambiciosas para suavizar su imagen autoritaria. Cuando el PSOE puso a Carme Chacón de ministro de defensa, la confianza de los españoles en sus instituciones vivía el momento más saludable de la historia. 

Cifuentes llegó a la delegación del gobierno de Madrid en un momento mucho más difícil. Como responsable de la institución que reparte los garrotazos en las manifestaciones, sufrió acosos y campañas que la tildaban de asesina. En agosto de 2013, cuando tuvo el accidente de moto, el dirigente de Izquierda Unida Gaspar Llamazares tuiteó: "Cuando se juegan la vida, saben que su garantía es la sanidad pública, cuando se trata de hacer negocio con los demás la privatizan".

El hecho de sobrevivir al accidente y de dar la cara en tiempos difíciles le dio material de sobra para forjarse una imagen de mujer luchadora. La alergia de Rajoy al Madrid patricio que vive como si sus problemas fueran los de toda España, también le dio un espacio para reivindicarse. Aunque Cifuentes trabaja para la aristocracia madrileña, no forma parte de ella, como Gallardón o como Esperanza Aguirre, que hasta hace poco controlaba el PP de Madrid con mano de hierro. 

A diferencia de Aguirre, que es su gran rival dentro del partido, Cifuentes ha vendido enciclopedias y ha trabajado de dependienta. En una época tan marcada por el resentimiento social, el hecho de haberse arremangado le ha dado ventajas. La comunidad de Madrid es un monstruo económico y un gran trampolín, pero es difícil que le sirva para saltar todavía más arriba. Primero, porque Rajoy preferirá dar cuerda a los líderes provinciales, para contener el centralismo dentro de unos límites. Y segundo, porque Cifuentes no crea discurso, sólo vampiriza los tópicos del momento.

El caudillismo decolorado y hedonista de Cifuentes le es útil en el PP para ganar tiempo, mientras España reformula su identidad y su debate político. Así como Fernandez Díaz es el vínculo estético del PP con el pasado franquista, Cifuentes lo es con la España pagana y populista que ha emergido en los últimos años. En la tapa del libro de Merlos, la presidenta de la Comunidad de Madrid aparece vestida de rojo en un despacho de un blanco purificado y futurista. Podría ser Inés Arrimadas o la Chacón de los buenos tiempos. El ascenso que ha ganado dentro del PP enfatiza que la única cosa que realmente importa a la derecha madrileña es la unidad de España.