Marta Ferrusola es y ha sido siempre el punto débil de Jordi Pujol. Lo que irrita más de su figura no es la doble moral, sino el hecho de que no se ha rendido nunca ni ha perdido nunca del todo el sentido de la realidad, a pesar de tener una educación y una capacidad intelectual más primaria que muchos de los listos que la critican.

La doble moral de la mujer de Pujol no se puede explicar, ni juzgar con justicia, sin reconocer la situación política que ha debido atravesar como catalana. Ferrusola no ha dejado nunca de tratar abiertamente a los españoles como enemigos, y siempre ha recordado a los que se creían que habían conseguido domesticar a Pujol que ella no olvidaba.

Igual que Josep Pla o Salvador Dalí, Ferrusola ha debido sufrir con una intensidad especial la disociación entre el cuerpo y el espíritu que la ocupación española impone a los catalanes con un poco de ambición. El hecho de que la espiritualidad del país se haya visto obligada a encajar en formas políticas extranjeras y hostiles, no se ha tenido nunca lo bastante en cuenta a la hora de juzgar las excentricidades de nuestras primeras figuras.

familia colina ferrusola - efe

Ferrusola ha vivido en la época de la historia más marcada por el poder de los estados-nación. Cuando Pujol dejó la Generalitat en el 2003, todos los líderes del catalanismo habían pasado por el piquete de fusilamiento o la prisión. Además, nunca como en la segunda mitad del siglo XX los estados han tenido un poder tan incisivo y tan sutil sobre la vida, el pensamiento y la libertad de las personas.

A través de la violencia explícita o de las técnicas de propaganda, el Estado ha obligado a los catalanes que no han querido renunciar a ser importantes a hacer todo tipo de equilibrismos para no españolizarse. El problema de Ferrusola es que su marido dijo, para protegerse de los patriotas más valientes que él, que las cosas se tenían que hacer bien, cuando sabía perfectamente que, sin libertad, es imposible desplegar el amor y el talento y, por lo tanto, vivir como Dios manda.

Los discursos de Ferrusola sobre la necesidad de trabajar, de amar el país o de formar a una familia eran sinceros, y no se contradicen con el dinero que, presuntamente, haya podido distraer de las arcas españolas. Nadie que tenga una idea clara de cómo funciona el poder puede creer que Pujol habría podido mandar tantos años en Catalunya sin la complicidad de Madrid y, sobre todo, sin tener una familia rica y poderosa.

Yo he visto a Ferrusola acompañar a su marido a una escuela de verano de la JNC, y cenar en una mesa en medio de un bosque digno de los cómics de Astérix, mientras González y Aznar pasaban las vacaciones en yates y hoteles de lujo. Yo recuerdo oír explicar a mi madre que Ferrusola había aparecido en casa de una amiga pasadas las ocho de la noche para llevarle unas flores que se habían extraviado por un error de una empleada.

No creo que el conde de Godó reparta diarios a domicilio ni que nunca sea investigado por hacienda como los Pujol —o como los Carulla, cuando osaron abrir el diario Ara—. Ferrusola no ha olvidado nunca que la unidad de España se aguanta sobre la discriminación de los catalanes. Pujol también ha sido consciente, pero ha preferido afrontarlo con una falsa modestia cínica y caricaturesca, por motivos electoralistas.

El padre de un amigo que era jardinero, siempre decía que Ferrusola era una bruja y que abusaba de su poder para hacerle la competencia, pero dudo de que estos días piense en ella con la furia sórdida que hemos visto en la prensa y en la televisión. Los políticos y los periodistas que escarnecen a la mujer de Pujol ya se ve que, además de ser unos vendidos, son unos desagradecidos.

Si tú tienes una superior en el trabajo que te hace la vida imposible y aguantas dignamente el tipo, cuando eres mayor y te la encuentras por la calle la ayudas a pasar el semáforo, no le clavas una patada y le robas el bastón. Los escarnios que ha sufrido Ferrusola son hijos de la rabia de los cobardes que se doblaron delante de España o delante de Pujol y que, ahora que se levantan las alfombras, ven hasta qué punto cayeron bajo.

marta ferrusola - ACN

A diferencia de muchas personas que se irritan con la corrupción de CiU y utilizan a una viejecita para desahogar su impotencia de gusano, Ferrusola fue a ver a su marido a la prisión y pagó un precio por luchar contra la dictadura. Nacida en Barcelona en 1935, subió a siete hijos sola, mientras Pujol desafiaba a los militares y a la poderosa influencia que la prensa española —purgada a conciencia durante años— tenía en Barcelona.

Pujol no se habría entregado a la policía, ni se habría puesto en la situación de ser torturado, sin la determinación y el empuje de su mujer. Ferrusola es la típica matrona mediterránea capaz de hacer cualquier cosa para defender su tierra y proteger a sus hijos.

Religiosa y combativa, Ferrusola tiene una intuición de la dignidad y la grandeza que ha faltado a muchos catalanes, yo diría que incluso al mismo Pujol. Al mismo tiempo, sin embargo, se le notan las carencias de un país pequeño burgués que a menudo confunde el pragmatismo con la mezquindad y el pollo en su mesa con el pollo en la mesa de los vecinos.

Ferrusola es la típica señora de la calle Balmes que dice que no se tiene que juzgar por las apariencias pero que, después, no puede evitar despreciar a una chica porque lleva la falda corta. Hija del Eixample, que es un mundo disminuido, de egoístas envilecidos por el miedo al fracaso y a los heroísmos aparentemente inútiles de nuestros antepasados, la exprimera dama ha sufrido demasiado por el futuro de su familia.

Prisionera de esta educación de manual típica de las familias sobrevenidas que tienen tanto peso en el país, seguramente no tenía la formación necesaria para canalizar su fuerza y sus miedos en una situación tan complicada. En vez de inculcar su coraje y su determinación a los hijos, como muchos otros padres del país trató de protegerlos, hasta la enfermedad, de la revancha del Estado español.

Después de dejar con un palmo de narices a los intelectuales y a los políticos que habían estudiado a las mejores universidades del mundo y consideraban que la cultura catalana estaba muerta, nadie puede reprochar a Ferrusola que viera a su familia como la encarnación del país. Como primera dama, retornó la esperanza a muchas señoras con la sensualidad secada por la represión y las derrotas de los maridos, demostrando que se podía ser catalana, independiente y poderosa.

Mientras los intelectuales anunciaban la extinción de los nacionalismos, de la familia y de las religiones, ella se mantuvo fiel a sus valores y eso también hizo rabiar a muchos falsos progresistas. Si Pujol despreciaba a los teóricos, pero trataba de comprarlos a través de diarios como La Vanguardia o universidades como la Pompeu Fabra, Ferrusola ni siquiera los ha tenido en cuenta y ha dicho siempre lo que ha pensado pasando olímpicamente de sus críticas y sus burlas.

PUJOL I FERRUSOLA - EFE

Sufrida y maternal no creo que pierda ni un minuto sintiéndose mal por los que lo acusan de racista, de hipócrita o de ladrona. Estoy seguro de que vive los escarnios y la persecución judicial con el mismo sentido trágico de la vida que su tatarabuela habría vivido que una tropa de isabelinos saqueara su masía y matara a su marido. En una sociedad de víctimas ofendidas, Ferrusola nunca se ha lamentado nunca ni se ha dejado acojonar, cosa que también da rabia a los eunucos.

Desde que estalló el caso Pujol hace un par de años que, en algunos círculos policiales, se especula que la justicia española tratará de empapelarla, para desmontar al expresidente. Ferrusola siempre ha sido el punto débil de Pujol y su ancla con la verdad. Si fuera por Ferrusola, Catalunya sería ya independiente o estaría en guerra con España. Ferrusola nunca habría jugado con el 9-N ni ofrecería al PP cambiar la fecha del referéndum, una vez se hubiera comprometido a celebrarlo, como ha hecho Puigdemont.

Sobre los valores de Ferrusola se puede sostener una sociedad, una cultura y un país, por mucha comedia que haya hecho y por mucho que, supuestamente, haya robado. En cambio, detrás de los españoles y los literatos que la intentan ridiculizar no hay nada más que miseria. Una miseria honda, tosca, oscura y profunda, que se pierde en la noche de los tiempos y en la pedantería del eunuco que como no las puede haber dice que las uvas son verdes.

Cuando veo el espectáculo denigrante que se alimenta en torno a la familia Pujol desde que Catalunya pide un referéndum, no puedo evitar pensar en la frase más brillante de Primo Levi, probablemente la más brillante del siglo XX: "Si, desde dentro del Lager, se pudiera enviar algún mensaje a los hombres libres, sería este: 'Vigilad de no acabar sufriendo en vuestras casas lo que hacen aquí con nosotros'".