Jaume Collboni es uno de los pocos supervivientes de la hornada de jóvenes políticos del PSC que quedaron atrapados por la emergencia del independentismo justo cuando todo hacía pensar que el socialismo se convertiría en la ideología hegemónica de España y la solución para controlar Catalunya.
Nacido en Barcelona en 1969, saltó a la primera línea de la política coincidiendo con la gestación del movimiento social que organizó las consultas populares por la independencia, del 2009 a 2011. Junto con Maurici Lucena, Rocío Martínez-Sampere, Laia Bonet, Jordi Martí o Núria Parlon, Collboni encarnaba el triunfo de la España de la Transición y de la Catalunya estética y desnacionalizada que el PSC promovió durante su larga hegemonía en Barcelona.
De aspecto aseado y agradable, en una época marcada todavía por el estilo rancio de los Pujol, los Maragall, los Aznar y los Felipe González, Collboni apareció con su aire de gentleman sin afeitar, como George Clooney en el anuncio de Nespresso. Pensado para triunfar en una sociedad encantada de haberse conocido, su imagen de joven acomodado, guapo y comprometido no fue suficiente para mantener la ficción de un país construido sobre una memoria y una economía excesivamente especulativas.
En 2008, el año en que The Economist publicaba su famoso número sobre España, The party is over, Collboni entraba en la ejecutiva del PSC. Desde el 2005, coordinaba el grupo parlamentario socialista en el Parlamento, es decir, que vivió el drama del Estatuto muy de cerca. En 2010, José Zaragoza le cedió la dirección de la campaña electoral del PSC, que tuvo el primer porrazo electoral de los muchos que vendrían después. El 2010, también fue el año de la primera gran manifestación independentista y de la entrada de Solidaritat en el Parlamento.
El segundo teniente de alcalde de Barcelona y su grupo generacional pronto se encontraron atrapados entre dos corrientes muy fuertes y antagónicas. En 2011, el PP de Rajoy sacaba mayoría absoluta, mientras que el electorado de CiU y de ERC se decantaba hacia posiciones cada vez más independentistas. En diciembre del mismo año, Collboni era nombrado secretario de comunicación y portavoz del PSC. Pocos meses antes, el partido había perdido el Ayuntamiento de Barcelona, después de 30 años de hegemonía.
Collboni y compañía recibieron el golpe de gracia en noviembre del 2012, cuando el presidente Mas convocó elecciones anticipadas después de la negativa de Rajoy de revisar el sistema de financiación de Catalunya. Atrapados entre el independentismo de su electorado y la presión de un PP que intentaba evitar que España fuera intervenida y, de pasada, aprovechaba para recentralizar el Estado, CiU abandonó al PSC a su suerte y renegó del autonomismo para prometer la celebración de un referéndum.
La institucionalización de la idea de que Catalunya podía ser independiente sin una guerra, acabó de destruir el prestigio inmerecido del federalismo. La imagen de formalidad fresca, un poco publicitaria, de Collboni y su grupo pasó a verse como un elemento más de la comedia del sistema. Entre el 2013 y el 2015, las corbatas desaparecieron del Parlamento y, con la irrupción de Podemos, la estética del Congreso también se vio afectada por la fiebre de las camisetas.
Detrás de la fachada de político hedonista y urbanita, Collboni tiene una trayectoria como sindicalista. Licenciado en Derecho, en 1996 impulsó el gabinete técnico de la UGT de Catalunya y formó parte de la dirección estatal del sindicato entre 1998 y el 2005. En la universidad fue secretario general de l'AJEC (Asociación de Jóvenes Estudiantes de Catalunya) y miembro del claustro de la UB entre 1992 i 1995. Es entonces cuando los incombustibles Miquel Iceta y José María Álvarez se fijan con él.
Si los abuelos y los tíos andaluces conectaron a Collboni con el mundo de la inmigración, que ha tenido un papel tan importante en el imaginario del PSC, el sindicalismo lo conectó con el núcleo duro del partido y su cultura del poder, tremendamente pragmática y resistente. Por otra parte, los años en la AJEC también le debieron permitir conocer bien a la FNEC y a algunos elementos del independentismo que tanta influencia han tenido en la transformación del panorama político de los últimos años.
En plena caída libre del PSC, y con el árbol del autonomismo sacudido por la corrupción y el autoritarismo de Madrid, en 2014 Collboni ganó las primarias de su partido para ir de candidato a la alcaldía de Barcelona. Competía con compañeros de su generación como Martí, Bonet o Martinez-Sampere, más flojos y más crédulos -más deslumbrados por los cuentos de Maragall-, pero que también se habían ido quedando sin aire dentro de un PSC en retroceso, y buscaban una salida.
Fueron unas primarias sórdidas y Collboni fue acusado de comprar votos de paquistaníes. En las municipales, Collboni obtuvo cuatro concejales, aunque las predicciones más pesimistas preveían cinco. Sus malos resultados estropearon la estrategia de CiU, que contaba con los socialistas para evitar la victoria de Ada Colau. Aun así, el hecho de que la mayoría de votantes socialistas fueran a Barcelona en Comú a la larga ha dado una nueva oportunidad tanto al PSC como al mismo Collboni, que en el spot electoral se presentaba como un boxeador golpeado por la crisis.
Antes del verano, Colau pactó con el grupo socialista un gobierno estable. Nombrado segundo Teniente de alcalde de Empresa, Cultura e Innovación, Collboni ha pasado de haberlo perdido casi todo -en 2015 fue imputado por el caso Mercurio y se separó del creador de Sálvame, su pareja desde 2011- a controlar el poder duro de la capital de Catalunya, con sólo cuatro concejales. Mientras Colau explota el discurso buenista, el PSC tiene ahora la oportunidad de prepararse para presentarse como el partido de la orden y el dinero en las próximas municipales.
Si el PDeCAT no encuentra un discurso creíble y ERC no espabila, Collboni se puede encontrar liderando el partido de los negocios y de la marca Barcelona. Naturalmente, todo dependerá de lo que pase este 2017. Aunque las encuestas dicen que la relación con Madrid es el tema que más preocupa a los barceloneses, si el independentismo no remata sus jugadas, el proceso degenerativo que complicó la carrera de Collboni y del resto de promesas del PSC, lo vivirán ahora los partidos soberanistas y, más tarde, también el PP.