Diez meses después de llegar al Palau de la Generalitat, Puigdemont parece que lleve toda la vida y, aunque no sea a su amada Girona, se nota que se siente como en casa. Es un hombre normal llevando el peso de un momento histórico en un escenario histórico. El presidente pero no se deja impresionar. Al contrario. Transmite la tranquilidad de aquel que está seguro de lo que hace y que lo defenderá hasta el final, ya sea en reuniones en los despachos de Palau o en conversaciones espontáneas en cualquier calle de Barcelona.
 

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