"Por lo tanto, president, compartimos con usted que el gobierno que tiene es el mejor que ha tenido nunca Catalunya en los últimos años. Y, por lo tanto, si quiere cambiarlo, está tomando otro riesgo, que es encontrar uno mejor. Nosotros lo hemos acompañado en muchos riesgos. No nos viene de un palmo: también lo acompañaremos en este. ¡Pero cuidado! Porque, como usted sabe, la experiencia es un grado, y sus consellers han adquirido una magnífica experiencia llevando a cabo una tarea que, evidentemente, sin un presidente con liderazgo no funciona".

Quien habla es Miquel Iceta. Lo hace desde el atril del Parlament, en pleno debate de política general el 19 de octubre del 2005. Situémonos. Hace 19 días que el Parlament ha aprobado, in extremis, un nuevo Estatut que no gusta al PSC, pero que a pesar de aprobarlo, ya ha anunciado que presentará enmiendas al Congreso. Y hace justo cinco días Pasqual Maragall, que es president, ha querido cambiar el gobierno. Se lo han impedido. ERC, ICV... pero también el PSC. Y a esta nueva crisis se refiere Iceta. Riñe a su president y, al mismo tiempo, lo enjabona. Por si alguien se pensaba que hechos inéditos no habían pasado nunca antes de que estallara eso que hemos denominado procés.

La anatomía de este instante describe bien quién es Miquel Iceta. Puede reñir y alabar al mismo tiempo a un presidente de su partido. Puede aprobar un Estatut negociado por él y presentar después enmiendas. Puede negociarlo en Madrid y estar en los dos lados de la mesa, en la de Catalunya y la de España. Puede hacer un gobierno de izquierdas que se encuentra en la génesis del actual momento político y, años después, hacerse el selfie con Albiol en la mani donde también está Arrimadas. Puede ser gay y pactar con los que estaban en contra de los matrimonios homosexuales. Puede proponer un referéndum a la canadiense si Catalunya vota no a una reforma constitucional y después olvidarlo. Puede gritar "por Dios, Pedro, líbranos de Rajoy" y que Pedro apoye al 155. Puede ayudar a hundir un partido y después resucitarlo pactando con el diablo en las cuatro capitales.

Dice que se ve liderando un gobierno a la danesa como la protagonista de la serie Borgen —término coloquial con el que se conoce el Palacio de Christiansborg, donde está la oficina del primer ministro danés—, Birgitte Nyborg, la líder de ficción del tercer partido danés que acaba siendo presidenta. Pero Iceta es el Frank Underwood catalán, el maquiavélico protagonista de House of Cards, con el poder como gran hito. Apoya al 155 y se ofrece para resolver el problema.

Y no se tomen esta afirmación estrictamente como una crítica. Iceta disfruta con lo que hace y por eso baila aunque muchos se enfaden porque hay presos políticos. Es su elemento y Ken Robinson, el gurú de la nueva educación, lo tendría que poner de ejemplo. Si ya lo encontró, por qué tenía que seguir estudiando. Así lo ha podido ver todo. Todo. Y ha sobrevivido a todo. Iceta (Barcelona, 1960) se afilió al Partido Socialista Popular a los 17 años y está en el PSC desde 1978. Ha vivido el dominio municipalista, el poder absoluto en los ayuntamientos, la Generalitat y la Moncloa. El declive. Las batallas internas de capitanes y gauche divine. Ha sido fontanero en la Moncloa con Narcís Serra, concejal en Cornellà, diputado en el Congreso y diputado en el Parlament. Ha sido aparato, estratega, speechwritter, vice-primer secretario, defenestrado a la Fundación Campalans, primer secretario y candidato a la Generalitat. Se ha opuesto a Aznar, se ha opuesto a Pujol, ha pactado con todos, ha hecho tripartitos, ha aplaudido y sufrido al PSOE, ha hecho giros catalanistas y giros unionistas, ha visto declarar la independencia al Parlament, la ha visto suspender, es de izquierdas y quiere ser el candidato de los instalados. Es la receta Iceta. Una cosa y la contraria.