Neus Munté es una mujer práctica y eficaz, con un fondo de romanticismo y de empatía controlado, más adecuado para ayudar a resolver los pequeños problemas cotidianos que para atacar los grandes conflictos o enfrentarse a ellos. Su perfil tecnócrata se revalorizó cuando el clima político empezó a salir de madre e incluso el presidente Mas se comportaba como si hubiera perdido los nervios. La carrera de Munté ha tomado una velocidad tremenda. En los últimos meses, sólo la modestia y la capacidad de contención de la nueva musa convergente han evitado que CDC y la CUP la acabaran convirtiendo en la primera presidenta de la Generalitat de Catalunya.

La carrera de Munté dio el salto el junio pasado, cuando Unió y CDC se separaron y Mas la nombró portavoz y vicepresidenta del Gobierno. Después del tono burlón de Francesc Homs, que tanto irritaba a los periodistas, el estilo de la nueva portavoz gustó los partidarios de templar los ánimos y preparar el terreno para evitar el choque de trenes. Si Homs es un hombre irónico, con un humor de niño travieso que a veces hace pensar en el gancho acelerado y estrafalario de Louis de Funes, Munté es una mujer que tiende al hieratismo egipcio. Alta, delgada, de caderas anchas y carita estirada y triste, Munté tiene un aire de madurez maternal enternecedor. Bajo la expresión de pescado hervido que le da su perfil ejecutivo y tecnocrático, parece que puedas encontrar a una profesora de primaria comprometida con los niños.

La relevancia repentina de Munté hay que relacionarla con dos fenómenos. El primero es la fuerza que ha cogido el discurso de izquierda desde que el presidente Pujol confesó que no era un santo. Desde entonces el partido de Mas ha creído que tenía que enfatizar el discurso social para hacerse perdonar la corrupción y los recortes, y la eficacia discutible del 9N. Munté tiene eso que se llama sensibilidad social y es convergente e independentista. Nacida en Barcelona en 1970, su vocación se forjó en el vivero de la JNC, pero se desarrolló en la UGT. En 1996, entró al sindicato como cuota de partido y, sin pisar ningún callo, poco a poco fue ocupando varios cargos de importancia.

Explican que dice que sí a todo el mundo para no tener problemas

Entre 1998 y el año 2000, Munté fue secretaria general adjunta de las juventudes de Convergencia. Después fue jefe del Gabinete de la Conselleria de Enseñanza y diputada del Parlament. Durante los años de tripartito cultivó su carrera en la UGT con bastante éxito. En el 2010, cuando era secretaria de política institucional del sindicato, Mas la recuperó para las listas del Parlament, y en el 2012 la nombró consellera de Bienestar Social y Familia. En la UGT ha dejado un buen recuerdo. Los antiguos compañeros le reconocen capacidad de trabajar en equipo y de entenderse con todo el mundo. Aun así, algunos colaboradores de aquella época dicen que acostumbra a decir demasiado que sí para no tener problemas con nadie. La verdad es que cuando Mas anuncio el decreto de desconexión, en plenas negociaciones con la CUP, fue el único miembro del gobierno que no se pronunció al respecto.

Este talante refractario al conflicto es el otro elemento que ayuda a entender su carrera fulgurante, junto con su perfil socialdemócrata, y el hecho de ser mujer. El perfil discreto y poco marcado de la vicepresidenta es la metáfora de un país que no sabe qué hacer con su fuerza, una vez agotado el entusiasmo inicial del independentismo. De momento, el valor político de Munté más importante es que tiene un perfil y un currículum difícil de criticar. A pesar de haber llevado la Consejería de Bienestar Social en el peor momento de la crisis, no ha sufrido el desgaste político de los recortes. Cuando ha cometido alguna equivocación se ha disculpado a tiempo, y sus buenas relaciones en el ámbito sindical han hecho el resto.

Munté tiene  ojos de gato que se cree que el piso del Ensanche es la selva

En un clima tan corrosivo, que ha erosionado al presidente Mas y que ha llevado a Junqueras a retirarse en un segundo plano para tratar de protegerse, Munté tiene la fuerza de un currículum virginal y limpio. La ahora consellera de Presidència i portavoz del Govern es una hoja en blanco en la que todo el mundo puede proyectar sus buenos deseos. A mí parece una actualización del presidente Mas, adaptada a los tiempos que corren. El prestigio de hombre coherente y eficaz que Mas tenía cuando emergió como sucesor de Pujol, también partía de la capacidad que hasta entonces había demostrado para jugar dentro de las reglas sin mojarse ni ponerse en problemas. Lo único que le fastidió fue que era demasiado apuesto, para ser un líder catalán, y las izquierdas lo encontraban arrogante.

Puesto en primera línea del conflicto con España, Mas ha acabado destruido por querer preservar esta apariencia de hombre decente, con unos principios y una honestidad indestructible. Munté, que tiene la suerte de no ser tan guapa como Arrimadas ni tan fea como Cristina Almeida, representa bien la patriota catalana de la calle. Sólo hay que ver sus ojos felinos de gato que se cree que el piso del Ensanche es la selva. El problema de Munté es que es difícil ser convencional, cuando te quieres cargar la convención vigente. Veremos cómo lo hará para gestionar sus contradicciones bajo los focos en un momento tan complicado. Ante los que ya querían hacerla presidenta, la conciencia de sus límites y la aparición de Puigdemont la han salvado de una buena. Pero cada vez tendrá menos margen para ponerse de perfil delante los problemas o quedarse quieta como una virgen románica.