Arnaldo Otegi es de Elgoibar, un pueblo de Guipúzcoa de poco más de 10.000 habitantes en el cual hay asentamientos humanos desde que los monos bajaron de los árboles. El líder abertzale nació en 1958, un año antes de que ETA provocara el primero muerto y que se pusiera en marcha el plan de estabilización franquista. Los padres, dos jóvenes enamorados, muy guapos y simpáticos, habían crecido en familias republicanas. Aunque se educó en el ambiente de los vencidos, y que aprendió el vasco en una ikastola clandestina y que el funcionario del registro civil lo debería haber inscrito con el nombre de Armando -que es lo que habían decidido los padres- Otegi tuvo una infancia feliz.
Los maestros lo vieron espabilado y recomendaron que recibiera una buena educación para que no acabara trabajando en una cadena de montaje. En casa le enseñaron a amar la naturaleza y la cultura y no pusieron pegas para que atendiera a clases de ballet, cosa que en los años sesenta debia ser extraña. Con los amigos jugaba a fútbol y hacía montañismo. El fin de semana se marchaba de excursión y el grupo explicaba historias de terror y de misterio al calor de una chimenea. Uno de los amigos era medio sordo de un sopapo que le había dado a un maestro por hablar euskera a la escuela. Como más devoto era el amor de la familia, más malvada le debia parecer España.
Armando parecía un adolescente normal, enamorado de su novia. Pero con 19 años tuvo que explicar a los padres que se había enrolado a ETA
Armando –que es como todo el mundo le conocía entonces- parecía un adolescente normal, enamorado de su novia, Mari Juli. En 1977, con 19 años, sorprendió a sus padres confesando que se había enrolado en ETA y que se tenía que marchar de casa porque la policía lo perseguía. Es el año en que España aprueba la ley de amnistía que el comité de los derechos humanos de ONU ha pedido derogar. Hasta principios de los ochenta, Otegi participa en la organización de secuestros y sabotea infraestructuras; mientras tanto, la policía y la justicia van socializando el nombre de su DNI, Arnaldo. Pronto se tiene que marchar a Francia con Mari Juli, con la cual tendrá dos hijos. Cuando se produce la escisión de ETA se sitúa en el bando duro, aunque él no ha cometido delitos de sangre.
Con el sueldo del militante entra y sale de España con la pistola siempre a mano, mientras estudia filosofía en Bayona y hace una tarea cada vez más política. En 1987, Madrid consigue la colaboración de Francia y Otegi es extraditado a España. Cuando llega a Intxaurrondo, hace poco del atentado de Hipercor. El cuartel está dirigido por el general Rodríguez Galindo, aquel guardia civil que dijo que con seis hombres como los torturadores de Lasa y Zabala podría conquistar todo Sudamèrica. En su libro sobre Otegi, Antoni Batista explica las torturas que le aplicaron: el pasillo, el waterboarding, y los electrodos en los testículos, entre otros.
En la prisión, las visitas son escasas y Otegi no lleva bien que el guardia le regañe con el orden de hablar castellano con los hijos, que no lo dominan. El preso lee, participa en huelgas de hambre y recibe alguna paliza. Cuando pasea por el patio algún guardia lo apunta con el cetme como jugando a tiro al blanco. Una vez cumplidos los seis años de condena, en 1994 entra en el Parlamento vasco para sustituir a una diputada encarcelada. El primer día no se sienta en el escaño, deja unos claveles en recuerdo del 20º aniversario de las últimas ejecuciones de la dictadura. Después se gana un nombre polemizando con Juan Mari Atutxa, el consejero de Interior Vasco, que ETA quería asesinar con un rifle de mira telescópica mientras los diarios de Madrid lo acusaban de ser cómplice del terrorismo.
Convertido en líder por sorpresa, Otegi encontró el momento de promover el discurso de que sin paz no habrá nunca independencia
Con el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la presión sobre el mundo abertzale se multiplica y el Estado hace un favor a Otegi deteniendo a la cúpula de Herri Batasuna. Convertido en líder por sorpresa, Otegi aprovecha para promover el discurso de que sin paz no habrá nunca independencia. Euskal Herritarrok, el partido que sustituye a Herri Batasuna, reivindica un referéndum de autodeterminación y pacta con el PNV, el partido que poco antes él mismo denominaba Partido de los Negocios Vascos. El pacto de Lizarra es el gran momento de Otegi. Hace casi 10 años que el Muro de Berlín ha caído y la fuerza de la UE se basa en la fama que tiene en el mundo de espacio democrático y pacífico.
Otegi transmite una imagen más limpia y moderna que sus antecesores y el gobierno español empieza a presionar a diarios y a hablar de “tregua trampa” antes de que ETA pueda entregar las armas de forma honorable. Con Otegi la política vasca cambia de eje. La frontera entre violentos y demócratas pasa a dividir independentistas y unionistas. Si Ian Paysley y Martin McGuinness podían tomar una taza de té después de ordenar matarse mutuamente, en el País Vasco eso no es posible. La transición banalizó tanto el franquismo y toda la historia anterior que el español medio se vuelve muy primario en torno a palabras talismán como ley y democracia.
El pacto de Lizarra no irrita sólo a Madrid y los sectores de ETA que no quieren la paz o temen pudrirse en la prisión. También inquieta al entramado vasco que vive de los presupuestos dedicados a combatir el terrorismo. El Partido Socialista, marginado de la teta vasca, compra el discurso del PP. El negocio de la pena cae sobre Otegi y las fuerzas de Lizarra. Otegi es seguido e investigado. Unos policías disfrazados de técnicos de Euskaltel llenan su casa de micrófonos. Los etarras partidarios de la paz o bien son detenidos o bien tienen que huir. La Asociación de Víctimas del Terrorismo se convierte en la ANC de Mayor Oreja. Los diarios van a la una y, cuando se despistan, reciben una llamada del mismo Aznar.
Otegi es el único político que desde el principio apuntó a la autoría islámica en los atentados de Atocha
De nada sirve la huelga de hambre que Otegi hace para apoyar a los presos vascos. Cuando ETA rompe la tregua después de 15 meses, parece un hombre acabado. Durante cuatro años lo acribillan con querellas judiciales y menosprecios que se cuecen en la histeria pacifista que genera la guerra de Irak. Entonces se poducen los atentados de Atocha y Otegi es el único político que desde el principio apunta a la autoría islámica y descarta que ETA tenga nada que ver con la carnicería. El PP envía mensajes a las cancillerías para decir que Otegi miente, los diarios españoles lo insultan y, como premio, un mes después es detenido por apología del terrorismo. El delito es un discurso pronunciado en un entierro unos años antes, grabado por un policía disfrazado de borroka.
Desde entonces el esquema se irá repitiendo. Cada vez que ETA rompe una tregua, la justicia rescata un caso y Otegi pasa una temporadita en la prisión. Al final ETA deja de matar y Otegi es condenado a seis años y medio por pertenencia a banda armada. Otegi ha cumplido la pena íntegramente, a diferencia del general Galindo, que sólo cumplió tres de 72. Suena bestia decirlo pero ahora parece que si ETA no hubiera existido el discurso español no se hubiera identificado tanto con los valores pacifistas y democráticos y el independentismo catalán no habría podido hacer mella con una simple urna. En el País Vasco las heridas que intentó cerrar la Transición todavía laten en carne viva, y no hay ningún político con una trayectoria tan perfecta como Otegi para hacer esta pregunta:
- ¿Es verdad que sin violencia se pueden defender todas las ideas o el tiempo acabará explicando demasiado bien la larga y dolorosa existencia de ETA?
Aún así, está claro que toda llave que sirve para abrir una cerradura, también es útil para inutilizarla.