Elsa Artadi no se ha creído nunca que la independencia fuera posible, igual que no se pensaba que el referéndum del 1 de octubre se llegaría a celebrar. Aunque es inteligente, dominante y muy despierta sólo cree aquello que ve. Encaja bien en una cita de Voltaire que dice que la gente se ríe de las causas invisibles, cuando justamente se habría que reír de los que no tienen en cuenta hasta qué punto son importantes.
Toda la trayectoria de Artadi parece construída sobre una concepción muy actual de la economía que lo acaba secando todo porque no ama nada concreto, aparte del beneficio. Doctorada en Harvard, desembarcó en la política catalana en 2011, de la mano de Mas-Colell. En 2012 participó en la elaboración de la propuesta de pacto fiscal de CiU y apareció en algunos mítines de las autonómicas de aquel año.
En 2013 fue nombrada directora general de Tributos y Juegos, desde donde se impulsó la Grande de Fin de Año, que no acabó de tener éxito. Algunos distribuidores se sintieron presionados por la Generalitat y, en el estreno, el premio quedó desierto, cosa que obligó a Artadi a reconocer que habría que hacer una reflexión. En 2015 fue nombrada secretaria de Hacienda del departamento de Economía, que entonces hacía ver que preparaba a la Generalitat para recoger impuestos.
Cuando Puigdemont llegó al gobierno en el 2016, Artadi se incorporó al núcleo del presidente como directora general de Coordinación Interdepartamental. Su tarea era coordinar las consejerías para que prepararan el gobierno para aplicar las leyes de desconexión después del referéndum. Aun así, enseguida se vio que algunos consellers se pasaban alegremente por el forro el compromiso adquirido en las urnas y en el parlamento, convencidos de que el país iría a unas nuevas elecciones.
Como gestora, Artadi es mejor haciendo relaciones públicas que sacándose el trabajo de encima. Sabe repartir amor entre los subordinados y enemistarlos entre ellos para tenerlos controlados. Educada en esta idea del poder tan convergente de quien día pasa año empuja, forma parte de una generación de mujeres jóvenes liberadas que sirven al sistema para vender una épica de saldo, en el sentido que no se han enfrentado ni se enfrentarán nunca al estatus quo.
Los últimos días, Artadi ha sonado como posible candidata a presidir a la Generalitat. En cuanto saltó la noticia se organizó una polémica sobre su currículum que despertó apasionados discursos feministas. Hasta ahora, su currículum lo había protegido y le había dado bula, aunque, en el equipo de Mas-Colell, había otros doctores en Harvard que no pasaron por el tubo. Dejando de lado sus grandes méritos, su carrera académica ayuda a entender su trayectoria política y a adivinar su futuro.
Da la impresión que Artadi sabe ponerse retos y conseguir hitos difíciles, pero que después no sabe muy bien qué hacer con ellos. Exprofesora de la universidad de Bocconi, donde pasó cinco años sin publicar nada destacable, el economista vive ahora otro momento álgido. Artadi llevó la campaña electoral de Juntos por Catalunya pidiendo la restitución de Puigdemont, mientras se encargaba de coordinar la aplicación del artículo 155, una duplicidad que es valorada en los entornos del PP y de Convergència.
El presidente en el exilio mintió diciendo que volvería a Catalunya, si era investido, y ahora trata de ser nombrado por el Parlamento sin moverse de Brussel-les. La campaña de Artadi tenía los pies de barro y funcionó no tanto porque fuera buena como porque los electores votaron al candidato independentista que estaba en condiciones mejores de defenderse y de volverle el golpe a España. Ahora Artadi suena como alternativa a Puigdemont, que no está muy contento con la forma como su colaboradora ha llevado las negociaciones de su investidura con ERC.
Todo apunta que, cómo le pasa al espacio convergente de unos años para acá, tarde o temprano Artadi quedará ahogada en su propia estrategia curterminista.