Toni Comín es la última expresión de una izquierda de fachada que se alimentó de los mitos del antifranquismo y que creció por oposición al paternalismo cavernario de Jordi Pujol. Es hijo de Alfonso Comín, un filósofo de orígenes carlistas que evolucionó hacia el comunismo, empujado por la grosería de la derecha española.

El padre de Comín era un psuquero heterodoxo, que dedicó buena parte de la vida a denunciar la instrumentalización de la religión que hacía la dictadura. El abuelo paterno era amigo personal de Franco y, como jefe supremo de la Comunión Tradicionalista de Aragón, tuvo un papel protagonista en el golpe de estado de 1936.

La familia materna de Comín es de Barcelona y tenía buena relación con la familia Maragall, que también se apuntó a este antifranquismo forjado sobre el sentimiento de culpa y la negación de la fuerza. Pasqual Maragall había coincidido con el padre de Comín en Bandera Roja y en FOC. La muerte prematura del filósofo dejó un recuerdo idealizado de su figura, que el hijo aprovechó y sufrió a partes iguales.

Apadrinado por Maragall, en el 2004 entró en el Parlamento como diputado de Ciudadanos por el Cambio, aquel satélite del PSC que el mítico alcalde se sacó de la manga para frenar al aparato de su partido. Licenciado en Filosofía y en Ciencias Políticas, hasta entonces había obtenido una beca de La Caixa, había escrito un par de ensayos para editoriales oscuras y ESADE lo acababa de contratar como profesor de Ciencias Sociales, después de trabajar unos años en el colegio Sagrado Corazón.

En el 2006, Comín volvió a ser escogido diputado y se situó como una de las promesas de la nueva izquierda socialista, junto con Jaume Collboni, Laia Bonet y Rocío Sampere. El mismo año que Maragall era traicionado y asesinato por Zapatero y el Estatuto era refrendado con la oposición de ERC, Comín salía del armario y hacía oficial la relación con su actual pareja, Sergi Corbera. Tiene gracia que nada más había sacado Autoridad mundial. Por un liderazgo planetario legítimo, su último libro hasta ahora.

Siguiendo la línea del populismo estético que después desarrollaría el partido de Albert Rivera, Ciudadanos por el Cambio tenía unos estatutos que no permitían ejercer de diputado más de dos legislaturas. En el 2011, Comín se afilió al PSC, que todavía era el segundo partido del Parlamento. Aun así el independentismo ya se encontraba en un punto álgido y la izquierda pretendidamente urbana y moralmente liberada que Comín había representado por oposición a Pujol iba quedando fuera de contexto.

Con Maragall y Pujol retirados, el independentismo se empezó a identificar con el talento y los retos de la globalización. El PSC no necesitaba figuras como Comín, demasiado catalanistas y demasiado cultivadas por lo que quedaba de su electorado, cada vez más viejo y más centrado en las zonas pobres del área metropolitana. En plena carrera hacia el 9-N, Comín dejó al PSC por incumplimiento del programa electoral e hizo un acercamiento agilísimo a ERC.

Incorporado enseguida al independentismo oficial, participó con brillo en los debates bizantinos que los hombres de Mas y Junqueras llevaban a cabo para mantener la tensión electoralista con España, sin llegar a un punto de ruptura. ERC parecía destinada a sustituir a CiU como partido hegemónico del país, pero seguía devorada por los complejos. Comín se incorporó en el universo político de los republicanos como una estrella anticonvergente de pedigrí, elegante, rico y con estudios de piano

En las elecciones de 2015, se presentó con Junts pel Sí, en un lugar de privilegio en las listas. Hombre de dialéctica ligera y ordenada, enseguida conectó con Oriol Junqueras, con el cual comparte convicciones religiosas. Cuando se formó el gobierno de Puigdemont, después de que la CUP enviara Mas a la papelera de la historia, fue nombrado Conseller de Sanidad, aunque no tenía estudios de medicina ni ninguna experiencia en este ramo.

Como conseller trató de contener la política de privatizaciones de Mas, dando opción a la configuración de un sistema de sanidad pública de raíz más catalana. Acostumbrado a vivir sobreprotegido por el sistema, pero al mismo tiempo presionado por el aura de su padre y la admiración que él le tiene, se dejó arrastrar por el idealismo pueril de Junts pel Sí, que también ayudó a alimentar con su tendencia a confundir a sus deseos personales con su pensamiento y sus ideas.

Primero aceptó una hoja de ruta delirante que preveía la independencia en 18 meses. Después la promesa de un referéndum vinculante, que se tenía que aplicar por arte de magia sin que el Gobierno preparara nada para defender el resultado. Cada vez más atrapado, pero lo bastante inteligente para ver que la carrera entre PDeCAT y ERC no llevaba a ningún sitio, encontró una vía más audaz que Santi Vila. Después de la declaración de independencia del 27 de octubre, apagó los teléfonos y desapareció un par de días.

Distanciado de los republicanos, que habían llevado la jugada de póquer con PDeCAT demasiado lejos, Comín se ha acercado a Puigdemont, en los últimos meses. Como es empático y sensible, tiene una gran habilidad para detectar el centro emocional de las situaciones y para adaptarse a ellas. A diferencia de Quim Forn, que alguien debió engañar para que se entregara a la justicia española, Comín se ha quedado en Bruselas.

Estos días, el conseller cesado por el gobierno español ha vuelto a salir a los diarios porque las cámaras captaron unos mensajes derrotistas de Puigdemont en su móvil. Hace semanas tuvo un pique con Andrea Levy a RAC 1, muy significativo para entender el incendio que irá devorando España y su democracia. Ver a dos personas que hace cuatro días eran amigas y partidarias de resolver el tema catalán con un referéndum haciéndose las víctimas de la manera más baja para poder justificarse y tirarse los trastos a la cabeza me recordó qué pasa cuando los políticos pacifistas juegan demasiado con la verdad para poder mantenerse en primera fila.