El exministro de Cultura Máxim Huerta es un producto amable y pintoresco de la colonización española. Representa perfectamente la imagen edulcorada que en Madrid quieren tener de la Comunidad Valenciana. Nacido en Utiel, que es una población de origen manchego integrada en los Países Catalanes para borrar fronteras históricas, encarna la ilusión de una Castilla con playa, paella y gente guapa vestida de verano.
Huerta se licenció en ciencias de la información en la Universidad de San Pablo CEU de Valencia. Esta entidad, que es el centro ideológico del españolismo valenciano y representa la derecha católica más rancia del Estado, recoge estudiantes justitos, que tienen padres ricos, o chicos inteligentes que llegan buscando un futuro que no podrían tener por su cuenta, como probablemente fue el caso de Huerta.
El exministro es un animal nocturno. Tiene buenos bajantes y una conversación divertida, salpimentada de un humor al estilo de Boris Izaguirre que va subiendo el nivel como más se acerca la madrugada. Ha escrito varias novelas, todas con títulos de narrativa rosa tipo Susurro de una caracola o Una tienda de París. Aunque empezó haciendo informativos en Canal 9, su carrera dio un salto en 2005 cuando se incorporó al equipo de presentadores del programa de Ana Rosa.
Es una advertencia de cara al futuro que el fichaje más estético de Pedro Sánchez se haya convertido en el ministro que ha durado menos en el cargo de la democracia española. Huerta terminó tan sólo una semana después de coger la cartera de cultura, cuando se supo que había tenido problemas con hacienda. El exministro habría intentado ahorrarse más de 200.000 euros en impuestos a través de estos cálculos que hacen los contables.
La caza de brujas ha llegado tan lejos que el hecho de que Huerta pagara la multa, después de ir a los tribunales, no le ha servido para conservar el cargo. Antes de dimitir ya había sido criticado por algunos tuits demasiado subidos de tono según los estándares puritanos de la nueva España Unida. "Y de repente eres ministro y haces el que el mujer el hambre", le recordaron que había tuiteado. O: "Estar al día con hacienda ya no se lleva". O: "Me cago en el puto independentista".
Cuando Huerta dimitió, Javier Pradera dijo que era una suerte que hubiera durado tanto poco porque habría convertido la cultura en un cóctel. Es verdad que Huerta no se entiende sin la Valencia libertina de Eduardo Zaplana, esta Valencia frivolota en la cual un yate se puede hundir para hacer subir un exceso de prostitutas. Pero su figura no estaba pensada para elevar la cultura sino para dar una idea amable y ociosa de la España que se ha enfrentado al processisme con prisiones y porras.
La dimisión de Huerta ha desencadenado una oleada de bromas que sólo se explica por el artificio que se adivina detrás del gobierno de Pedro Sánchez. Un amigo me decía que, en realidad, le habían hecho dimitir porque no puede ser que el ministro de cultura español tenga un nombre que ningún presentador de Madrid sabe pronunciar bien. Otro me decía que Sánchez sabrá ahora que quiere decir Huerta en su último libro, La parte escondida del iceberg.
Huerta es un tipo simpático y despierto que se ha hecho un personaje a la medida de la España progre madrileña para vivir bien y poder presentar programas como Destinos de Pelicula. Mucho menos bocazas y frívolo que no parece en público, se presentó a la toma de posesión de la cartera ministerial con una libreta que rezaba, en francés, Feuilles de route. Cuando una semana más tarde tuvo que traspasar el cargo al nuevo ministro, dijo, como si fuera un futbolista: "Me voy con la misma humildad que vine."
Aunque había mantenido siempre su vida amorosa alejada de los medios, estos días le han destapado alguna pareja. Acostumbrado a hacer de souvenir valenciano de la España tutti fruti y a caer bien para no decir nada, cuando se ha visto convertido en el cabeza de turco de la rabia soterrada que provoca el nuevo gobierno, ha cerrado tuiter y se ha largado. Al Instagram ha colgado un ala de avión con Londres de fondo y el famoso comienzo de la obra de Dickens, En Tale of Two Cities: "It was the best of times, it was the worst of times".
Quién no se identifica de vez en cuando, en su vida, con esta genial entrada.