El rapero Josep Miquel Arenas Bertran, más conocido como Valtònyc, nació en la tranquila villa mallorquina de Sa Pobla en 1993. De pequeño gritaba "viva España" y "si no té gustan los toros té largas de aquí". En la adolescencia empezó a escuchar Hip Hop. Primero el de los negros americanos, que dice que viven en un estado policial, y después el de Los Chikos del Maíz, un grupo valenciano que hace años que canta contra la monarquía y defiende la revolución armada en sus letras.
La afición a la música lo politizó y lo interesó por la lectura, cosa que los maestros de la escuela no habían conseguido. Siguiendo el ejemplo de sus héroes, se familiarizó con la retórica marxista y con el tono fachendoso del punk y del Hip Hop. En el 2009, se autoeditó el primer disco, Desde el papel. Tenía 16 años y uno de los temas empezaba: ¿"Tienes miedo? Acojonate cabrón. Tengo ganas de volver a matar a esos raperos que se creen buenos en el rap. Odio ya está en la calle."
Desde entonces, Valtònyc se ha autoeditado 13 discos, cinco de los cuales están cantados en catalán. No todas sus letras hablan de política, también escribe sobre desamores y otros dramas. Aun así, incluso sus canciones más dulces oscilan entre el humor negro y este tono de angustia gótica, típica del adolescente anticapitalista enamorado de la justicia: "Las poesías ya no dicen nada, los regalos conquistan a las princesas, las torres no están ocupadas y la llama del amor no volverá a estar nunca encendida."
Con 25 años, Valtònyc se puede convertir en el primer músico que entra en prisión por el contenido de sus canciones desde los tiempos de Franco. Sin que haya aportado nada especial a un género que hace tiempo que funciona, un juez español lo ha condenado a pasar tres años en la trena. Una reforma del código penal votada en el 2015, en plena conmoción por los atentados de Charlie Hebdó, ha servido para convertir a un pobre chico que trabaja en una frutería y canta rap en un supuesto peligro público.
Cuando la Polla Recuerdos vendía montañas de discos cantando "era un hombre, ahora se poli", ETA mataba y secuestraba sin cesar. Ahora que el protagonismo que el terrorismo había tenido en la vida española ha sido sustituido por el discurso del derecho a la autodeterminación, Valtònyc irá a la prisión por frases de una violencia folclórica, que son como el tatuaje que lleva al brazo, un Kalashnikov ruso, de la época de la guerra fría, que no le ha impedido estudiar por técnico informático ni pagar sus impuestos.
Anticapitalista convencido, Valtònyc dice que no acostumbra a cobrar para cantar y que cuando un ayuntamiento le paga demasiado bien en mujer una parte a instituciones que defienden su causa. En la línea de Pablo Hasel, un rapero de Lleida que también tiene números para acabar entre rejas, considera que la democracia española es una continuación del Estado franquista vernissada de consumismo. Si Hasel ha sido condenado por un juez que había sido militante de Falange, Valtònyc lo fue por un magistrado que es partidario de ilegalizar a los partidos independentistas.
Valtònyc dice que querría "combatir el fascismo con sonrisas y piropos", pero que está a favor de la violencia social porque "la derecha no dudaría a servirse de las armas para defender su sistema". También dice que lucha por el establecimiento de una república española que reconozca el derecho a la autodeterminación a los países catalanes. De hecho, poco después de ser condenado colgó en las redes el vídeo de una canción titulada Pido perdón porque he comprendido, que mezclaba imágenes de la vida familiar de Felipe VI con las cargas policiales del 1 de octubre.
A diferencia de los líderes del proceso, el rapero no sólo no ha rebajado su discurso con la persecución judicial, sino que lo ha endurecido. Las letras de sus canciones, igual que las de Hasel, hacen pensar que el Estado ha perdido el control de la retórica revolucionaria que Madrid había atizado siempre en los territorios de habla catalana. Mientras el anarquismo y el comunismo servían para dar una salida sentimental al ensuciamiento que se deriva de la explotación política, económica y lingüística, todo iba bien; ahora que el independentismo se ha normalizado, ya no hacen tanta gracia.
Los discursos que iban bien al Estado cuando los indignados servían para intentar frenar la emergencia del independentismo se han convertido en un problema. Como siempre que Catalunya presiona para romper con España, el Estado se refugia en el oscurantismo y trata de empujar a los catalanes menos sumisos hacia posiciones revolucionarias, que rompan el país en dos mitades. A la vez, es en estas épocas que la vida del país recupera el vigor y la lengua sirve expresarse con un poco de energía y precisión.
Ahora, el mismo sistema que trata de arrastrar a los independentistas intransigentes hacia la CUP, intentará endosarnos héroes comunistas, pero esta vez podría ser que se acabaran integrando en la lucha nacional. Igual que Hasel, Valtònyc sabe que si hubiera cantado que hay que poner a todos los catalanes en una cámara de gas, no le habría pasado nada. Podemos ya se ha encargado de dejar lo bastante claro que la auténtica revolución en España es ser catalán y no acabar actuando como una mosquita muerta o un eunuco.