Mariano Rajoy Brey es el único candidato de estas elecciones que ha tenido responsabilidades directas en la España anterior al apogeo del independentismo. Nacido en Pontevedra en 1955, su abuelo paterno era un académico galleguista represaliado que no perdonó nunca a Franco que hubiera fusilado a dos de sus mejores amigos, impulsores del Estatuto de Autonomía. Su padre, hizo carrera de juez bajo el régimen franquista y llegó a ser conocido por haber protegido a un hermano del dictador en un caso de corrupción que acabó archivado después de varias muertes misteriosas.

No sé hasta qué punto el carácter miedoso, cínico y perezoso que se atribuye a Rajoy está poco o muy relacionado con la Galicia de su infancia. En todo caso, este carácter, que tan bien le ha ido para prosperar en la política, enseguida encontró fundamentos intelectuales. Sus lecturas de juventud preferidas eran, por una parte, los grandes clásicos del pensamiento antirrevolucionario, moralistas biliosos y brillantes como De Maistre o Charles Maurras; y del otro, intelectuales grises de origen gallego como Fernández de la Mora y Luis Moure Mariño, que tuvieron su momento de gloria en medio del desierto franquista. Rajoy no es un inculto y la manía de reducir su visión del mundo al diario Marca es una prueba más del miedo que en Madrid todavía hace la historia.

Rajoy no es ninguno inculto y la manía de reducir su visión del mundo al diario 'Marca' es una prueba más del miedo que en Madrid todavía hace la historia
Fernández de la Mora es autor de un libro titulado El crepúsculo de las ideologías que ha sido bastante influyente en España. Sin este libro no se entiende el PP de Aznar, ni el discurso que da fuelle a Ciutadans. Al inicio de la transición Fernández de la Mora creó un partido y lo integró en AP, pero acabó rompiendo su carné porque la Constitución del 1978 le parecía demasiado liberal. Con respecto a Moure Mariño, era un falangista de ideas darwinistas que Rajoy todavía reivindicaba en artículos en la prensa cuando era diputado del parlamento gallego, en los años ochenta. En la etapa autonómica, Rajoy destacó por sus menosprecios al himno de Galicia y a la lengua de sus abuelos, idioma que no quiso aprender bien, a pesar que Manuel Fraga, así se lo aconsejó.

Decidido a hacer carrera en Madrid, Rajoy entró en el Congreso en 1986, más contento que unas castañuelas. Enseguida tuvo que volver con el rabo entre las piernas a la política autonómica porque Fraga lo quería de vicepresidente en la Xunta. Es con la llegada de José María Aznar que Rajoy da el salto definitivo a la capital de España. Con Aznar en la Moncloa, será ministro de Administraciones Públicas, de Cultura, de Interior y de la Presidencia, además de portavoz del Gobierno durante la guerra de Iraq. En Madrid también se casa, coge el costumbre horterón de ir de vacaciones al Caribe y aprende a poner cara de póquer en la corte de Aznar, mientras el vedetismo y los ataques de dignidad van matando a sus rivales.

En la etapa autonómica, destacó por el menosprecio al himno de Galicia y a la lengua gallega, que no quiso aprender bien, a pesar de los consejos de Manuel Fraga
Con las crisis de Perejil y de Iraq, Rajoy se consolida como el sucesor, gracias a su capacidad de representar el papel de chihuahua del amo. Su apoyo incondicional a la política militarista y proamericana de Aznar, que hizo enfadar tanto a los países de la Unión Europea y que algunos ministros veían excesiva, convenció al líder de los populares de que sería un presidente fácil de manipular. La derrota en las elecciones del 2004, propiciada por la gestión de los atentados de Atocha, lo dejaron en una situación difícil. Sin autoridad dentro del partido y controlado por Acebes y Zaplana, los dos bulldogs de Aznar, Rajoy tuvo que escuchar aquello de "maricomplejines", "blandiblú", además de otros escarnios.

Desacreditado por el apoyo a la guerra de Iraq, durante la cual acusó a Zapatero de ser cómplice de los islamistas, y atrapado en el juego de insistir en la vía etarra del 11M ("tengo la convicción moral de que ha sido ETA"), Rajoy tuvo que buscar a enemigos más bajitos para hacerse respetar. Por suerte Catalunya pasaba por allí, junto con los homosexuales, las lesbianas, las abortistas, los inmigrantes y toda cuanta causa pudiera excitar la caverna española. Hasta que no llegó la crisis, Rajoy no pudo adoptar el papel de señor moderado, amigo de Europa, que actúa con proporcionalidad. Entonces, el independentismo ya había cogido demasiado impulso, y los servidores del Estado en Catalunya estaban muy desacreditados.

La estrategia de Rajoy con Catalunya ha sido la misma que ha utilizado para prosperar. Ponerse al servicio de un amo más poderoso, en este caso Merkel, y ganar tiempo
La estrategia de Rajoy con Catalunya ha sido la misma que ha utilizado siempre para prosperar. Ponerse al servicio de un amo más poderoso que él, que en este caso ha sido Angela Merkel, y ganar tiempo. El tiempo siempre va a favor del poder y de la gente que cree poco en el progreso y en el hombre. Hace falta tener en cuenta que Rajoy fue el registrador de la propiedad más joven de España y que los registradores son en el mundo del derecho lo que los tecnócratas son en la política, gente de un sentido práctico infalible y aterrador. Si Catalunya quisiera ser independiente, Rajoy sabe que ni él ni nadie podría evitarlo. Por eso, en vez de hacer el gorila como Aznar, ha preferido asegurarse que todo el mundo quedaba bien desmoralizado y manchado. Su idea es que solo hay que esperar tranquilamente que el separatismo se vaya ahogando en la mediocridad humana.