Esta semana hemos conocido la terrible noticia del asesinato del pequeño Mateo, en la localidad toledana de Mocejón. Un crimen que ha puesto sobre la mesa el debate relativo a la creación de delitos de odio, debido a los comentarios, afirmaciones y mentiras difundidas en redes que señalaban a los menores inmigrantes no acompañados como culpables del asesinato, a pesar de no disponer de ningún elemento que permitiera hacer esas valoraciones. La fiscalía ha salido planteando la necesidad de legislar en el sentido de crear un nuevo tipo delictivo y de regular también la participación en las redes sociales por parte de la ciudadanía. Dos asuntos que se han presentado juntos, y que deberían, en mi opinión, ser abordados por separado y con el necesario debate público. 

La sociedad actual se ve empujada a un ritmo vertiginoso por la política de las emociones, la política irracional que busca enemigos en lugar de debates sosegados y productivos. La política de los bandos. La de la cancelación de la oposición. La del señalamiento del enemigo. Legislar a golpe de emoción es peligroso. Como también lo es no querer asumir responsabilidades como ciudadano y parapetarse en el anonimato para ser impune ante delitos ya existentes en nuestro código penal. Sin capacidad de razonar, de debatir desde el respeto y en una sociedad inmadura que tiene miedo de dar la cara, el futuro que ya está aquí no pinta bien.