La Academia Catalana de Gastronomía y Nutrición (ACGN) invistió el jueves a su primer Académico de Honor. Pasó en una de las flamantes salas de la Casa Palco de Mar y no podía ser ningún otro que Paul Freedman (Nueva York, 1949), el catedrático de Historia de la Universidad de Yale, experto en historia social medieval y un gran conocedor y apasionado por Catalunya, desde que preparó aquí su tesis doctoral. En 1971 se licenció en Historia en la Universidad de California y en 1978 se doctoró en la Universidad de Berkeley. Una beca predoctoral le permitió trabajar en archivos de Catalunya enfocando su trabajo en la historia del campesinado medieval; el libro The Diocese of Vic: Tradition and Regeneration in Medieval Catalonia es la versión publicada de su tesis. De 1979 en 1997 fue profesor en la Universidad Vanderbilt y después a Yale.
Paul Freedman, Académico de honor de la ACGN
En el 2000 gana el Eugen Kayden Prize y en el 2001 el Otto Grundler Prize. En el 2002 ganó el Haskins Medal de la Medieval Academy of America por su libro titulado Images of the Medieval Peasant. Desde 1996 es miembro correspondiente de la Sección Histórico-Arqueológica del Instituto de Estudios Catalanes y desde 2005 de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. La Academia Catalana de Gastronomía y Nutrición, en su reunión de Junta Directiva celebrada el pasado 31 de enero de 2025, y con motivo de la celebración de Catalunya Región Mundial de la Gastronomía 2025 acordó investir como Académico de honor a Paul Freedman, por su vinculación con la historia de la gastronomía catalana.
El profesor Freedman está especializado en historia social medieval, historia de Catalunya, estudios comparativos del campesinado, comercio de productos de lujo, e historia de la cocina. Freedman fue investido miembro de honor por un satisfecho Carles Vilarrubí, presidente de la Academia a quien el ilustre historiador agradeció emocionado la invitación y el reconocimiento antes de iniciar su discurso en un catalán impecable, resultado de su estudio y de las frecuentes visitas a Catalunya desde hace cincuenta años, cuando preparó en Vic su tesis doctoral. Allí pudo consultar innumerables archivos eclesiásticos y profundizar en el conocimiento del campesinado.

También habló de la escasísima presencia de cocina catalana en Nueva York, donde a duras penas hay algún establecimiento de arroces y alguno de tapas, en las cartas de las cuales en realidad ofrecen cocina española o ibérica, y sacó provecho de la importancia del Internacional, una iniciativa rompedora de Miralda y Montse Guillén que permitió que por primera vez en Nueva York se probara el pan con tomate. Finalmente, alarmó de la globalización culinaria y propuso abandonar el término de cocina de las abuelas, “porque hoy las abuelas quizás no tienen tiempo para cocinar, o están de viaje o sus nietos viven en diferentes lugares del mundo”.