No tiene ningún libro publicado, pero Antoni Vidal Ribera (Barcelona, 1978) es uno de los mejores escritores de Catalunya. Hemos leído artículos a blogs, a medios como Catalunya Diari y, quizás esta es su obra maestra, en su cuenta de Twitter. "La primera premisa de un bar o una tienda", tuiteó no hace mucho, "es asumir que los clientes, así de entrada, nunca tienen razón". Con razón o sin ella, quedo con el Antoni en Santornemi y, entre tragos de cerveza y aroma de fideuá, charlamos sobre gastronomía, cultura y política —si es que no es todo lo mismo.

Antoni Vidal Ribera en el Santornemi / Foto: Montse Giralt

Estamos en Santornemi. ¿Por qué has querido que nos encontremos aquí?
Te he traído porque es bueno. Hacen cocina tradicional catalana a un precio muy razonable. La propietaria, y parte del equipo de sala y del de cocina, vienen del Gelida, que quizás tiene más encanto que el Santornemi, pero que si comparo las últimas veces que he ido allí con las últimas que he venido aquí, diría que ahora mismo esta comida es mejor. Es un lugar donde te ofrecen cocina popular pero donde, además, te hacen sentir como un aristócrata. Te hacen ceremonia, pero sin cargarte mucho. La cocina tendría que tener siempre este punto popular y aristocrático. Cada tres calles tendría que haber un lugar como este, con un letrero de la Generalitat: "Local avalado por la Generalitat de Catalunya con cargo a la subvención del fondo del 1,5 por ciento..." Porque si tú comes y bebes bien... El problema que tiene la gente es que come mal. Toda esta gente que ha ido al Sónar, todos, quizás han visto los mejores DJs y se han drogado con el mejor MDMA, pero estoy seguro de que se han metido unos bocadillos de mierda y una cerveza con tres dedos de espuma. ¿Pero me preguntabas por Santornemi, verdad? Mira, a mí, para empezar, que el restaurante no haga esquina ya me parece una buena cosa, eso ya me gusta.

A mí un restaurante que no haga esquina ya me parece una buena cosa

¿Qué problema tienes, con los restaurantes que hacen esquina?
Quizás es porque de pequeño viví en un bloque de aquellos de Núñez y Navarro, no lo sé. Pero no me gustan los restaurantes que hacen chaflán, como no me gustan las camisas de manga corta. En los chaflanes no tendría que haber ni restaurantes, ni tampoco pisos. El caso es que llegué al Santornemi por recomendación de Joel Díaz, y pensé: "Aquí estaremos bien". Son eficientes, y amables hasta un cierto punto. Pero la amabilidad es producto de la eficiencia, como una cosa que te ofrecen de extra; aquello de la experiencia del cliente, que dicen los cursis. Hay lugares donde son amables pero no son eficientes, y eso es una humillación para mí: la amabilidad como segregación pura y dura, sin nada más detrás. Cuando vamos a un restaurante, tenemos tendencia a querer que sean amables con nosotros. Yo no: yo quiero que sean eficientes. Y si son un poco antipáticos, mejor que mejor. ¿Sin embargo, si no la aciertas ni en la de tres, a mí de qué me sirve que seas amable?

Sobre amabilidad y gastronomía, tuiteaste: Narcís, mi carnicero, me ha dicho que solo aparento cuarenta años. Y claro, yo bien contento, y con el impulso le he pedido un poco de jamón del país para hacer un extra. Con todo esto, lo que os quiero decir es que nos tenemos que ayudar los unos a los otros".
Me gustó, que me dijera aquello. Cuando haces los cuarenta, que te quiten años te estimula la vanidad. Para mí el mercado tiene una dimensión antropológica, donde no solo voy a comprar fruta, verdura o pescado. Yo, desde que voy a mercado, ya no voy al teatro; te lo hacen todo allí. Los paradistas son actores, en cierta manera. El mercado es un lugar extraordinario. De la entrevista puedes poner y sacar el que quieras, pero yo compro verdura a los hermanos Massó de Santa Eugènia, la fruta la compro al Planes, y el pescado lo compro a Peixos Pol de Llançà, que es una las pescaderías más antiguas de Catalunya. Los tres puestos están en el Mercado del León de Girona. Yo compro a esta gente, y no se me pasa por la cabeza comprar a nadie más. Toda aquella mandanga del kilómetro cero, de la soberanía alimentaria; todo eso es verdad. Tú vas allí y compras a personas que somos como tú y como yo, que tienen nombres y apellidos, que tienen el negocio aquí. Prefiero comprar tomates de Fornellls de la Selva, que sé cómo los cultivan, que comprarlos en un supermercado, que ni sé de dónde vienen, ni tienen sabor.

Otro tuit dentro de los límites del mercado: "Me he cruzado en el mercado con uno al que ya no le compro la fruta, y qué mal rato. Retirada de saludo, cara de perro mal paseado, solo le ha faltado escupir en el suelo. Ninguna exnovia me ha hecho nunca eso".
Excepto si ha pasado alguna cosa grave, con las ex siempre te acabas saludando. Pero cuándo hablamos de alguien a quien has comprado la fruta; a quién has tocado las peras, hablando claro, y de repente te empieza a vender género que no es bueno... Te vas al puesto de al lado, claro está, pero es muy violento. Después te acabas encontrando, y claro está, es complicado. Os saludáis, pero no deja de haber un gran cinismo detrás.

Yo, desde que voy a mercado, ya no voy al teatro; te lo hacen todo allí, los paradistas son actores

Antes hablabas de soberanía alimentaria, pero de vez en cuando haces descansos. El otro día te leí: "Bolsa de Pelotazos y una Alhambra para celebrar el caos". O que la terapia te había llevado a ser menos estricto con respecto a tus hábitos culinarios y sociales: "Hay días que llego a casa y no sé qué cenaré. Es bestia".
He tenido que ir a terapia para deshacer cosas, porque no estaba muy fino. He pasado un primer semestre que no veas. El psicólogo me dijo que tenía que cambiar pautas y abrazar el caos de vez en cuando. Porque la vida que llevo es muy estricta; ya me la he tenido que buscar así. Cuando había llevado una vida más excitante, más divertida, tampoco la sabía gestionar. Acababa sobrepasado. Lo bueno de la vida que llevo es que yo la cotidianidad la disfruto muchísimo. Pero tiene un reverso de rutina que puede ser peligroso, donde las emociones no salen y deja de haber entusiasmo. Tengo que vigilar mucho, porque ha habido fines de semana que me he quedado en casa de viernes a lunes, saliendo solo para ir al mercado, que dices: me he aburrido como una ostra. También es verdad que en Girona no pasa nada muy emocionante. Es la ciudad más aburrida de Catalunya, con una tensión emocional cero. Pero estos últimos tiempos estoy mirando de hacer cosas que no haría nunca. Llamo a amigos, que es una cosa que no me gusta mucho, porque siempre tengo miedo de molestar, o que me digan queden por compromiso.

"A veces llamo a amigos y los digo: ¿vamos a hacer una cerveza? Y dicen que sí".
Para mí hacer eso, o improvisar una cena, me hace sentir un puto malote de Harley Davidson y chupa de cuero. Ahora porque me he ido relajando, pero yo había llegado a tener programadas todas las comidas del mes. ¿Sabes a los niños, que tienen el menú allí en la nevera? "El lunes, judía tierna y patata..." El terapeuta me dijo: "No eres un servicio de catering, tranquilo. Si llega un día que no sabes qué cenarás por la noche, no pasa nada". Para mí, esta incertidumbre de no saber qué cenaría era un problema de primer orden. Además, uno de los retos que me autoimpongo es no repetir platos la misma semana. Es algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo.

Antoni Vidal Ribera en el Santornemi / Foto: Montse Giralt

¿Quién te enseñó a cocinar?
Yo vengo de una familia donde mi madre cocinaba, y mi padre no tenía idea de hacer nada. Aprendí de ella, pero ella ya cocinaba peor de lo que cocinaba mi abuela. Quiero decir: que hemos ido perdiendo sábanas a cada colada. Yo me acuerdo de entrar en casa de los abuelos, en Arbúcies, delante de la rectoría, y sentir el olor de leña, de encina y de arroz blanco con mantequilla. El arroz que hacía mi abuela era crujiente, y para mí es como aquello de la magdalena de Proust. O un panecillo de viena relleno de salsa de tomate, huevo, gambas, que metía al horno pocos minutos y quedaba buenísimo. Aquello no lo he vuelto a ver en ningún sitio más. Son platos que se han perdido; mi madre ya no les sabe hacer. Pasa un poco como los restaurantes. ¿Sabes cuándo le pidieron un deseo a Josep Pla, y él dijo que le gustaría tener dieciocho años y hacer el primer viaje a Italia? Pues yo estos últimos años he ido al Disfrutar, al Gresca, al Al Kostat, pero si a mí me dijeras de hacer un viaje en el tiempo, pediría tener dieciocho años e ir a Can Sitra. Ir en Enramades, que es la Patum de Arbúcies, a beber porrones de vino en verano con los amigos. Pediría eso exactamente.

Ahora citabas Pla, pero tus seguidores también te hemos leído referencias a Cheever: "Hay una hora feliz de los hombres libres que se inicia justo ahora con una cerveza y unas patatas del churrero. Eso lo dijo John Cheever en sus diarios, pero bien escrito y en versión alcohólica". Cal Carré acaba de publicar su cuento más famoso: El nedador.
John Cheever era un hombre a quien le costaba resistirse a los impulsos alcohólicos, y tuvo que determinar una hora legal para empezar a beber, que eran las cinco o las seis de la tarde; decía que allí empezaba la época más bonita de su vida. Sea Pla, sea Cheever, yo siempre trato de cogerme a referentes, adaptarlos y ponerlos en perspectiva. Pero nada de lo que escribo es mío. A mí ser original no me interesa nada. Como siempre habrá alguien que ya ha escrito aquello que querías escribir tú, pero mucho mejor, la única cosa que puedes hacer es adaptarlo y reinterpretarlo a tu manera. A Pla lo he copiado tanto como he podido... Ostras, está Jaume Sisa en la puerta. Quizás entra y todo, eh. (Jaume Sisa entra en el Santornemi y lo hacen pasar a la sala interior) Es claramente uno de los grandes. Quiero decir: este tío porque es catalán, pero si Qualsevol nit pot sortir el sol fuera un disco francés o italiano, todo el mundo diría que es uno de los mejores discos de la historia. Si no fuéramos una cultura minorizada, lo habrían llevado a Las Vegas, al Sisa. Es fuerte que en los ochenta él y una serie de peña se tuviera que exiliar artísticamente a Madrid porque aquí no les hacían caso. Quiero decir: el pujolismo no acogió de la misma manera a Sisa que a Núria a Feliu.

¿Crees que es por eso, que en Sisa siempre hablaba bien de Pasqual Maragall? Recuerdo que incluso dio apoyo a la campaña municipal de Jordi Hereu.
No lo recuerdo, todo eso. Pero sí que tengo claro que en aquella época había facciones y que la polarización era muy grande. Pero mira, te diré una cosa: antes las cosas estaban más claras. En la primera fila de los mítines socialistas estaban Loquillo, Serrat y Boadella, que cargaba contra los convergentes; iba contra Pujol. Ahora la sátira política quiere cargar contra todo el mundo y repartir el mordisco. Eso que hace Toni Soler, por ejemplo, a mí no me convence. Lleva desde 2006 con una moto que ya está vendidísima. Prefiero que se haga sátira política más dura, y que se haga contra alguien. Dispara contra quien quieras, pero no dispares contra VOX y contra la CUP de la misma manera. No todos los políticos son iguales, ni todos se merecen lo mismo.

Si a mí me dijeras de hacer un viaje en el tiempo, pediría tener dieciocho años e ir a Can Sitra a beber porrones de vino en verano con los amigos

En general, tus tuits me gustan mucho, pero me gustan especialmente aquellos donde hablas de limpieza: "Si hace los zócalos de rodillas es de los buenos".
Los zócalos se tienen que hacer. A mí, de pequeño, mi madre me dijo que de mayor tendría dos opciones: "Hacer como tu padre, que le tengo que hacer todo yo, o hacértelo tú". Yo aprendí a planchar con quince años, y con diecisiete ya habría podido ir a la universidad de la plancha; era un puto crac. Con respecto a la limpieza, no lo sé, yo siempre he sido muy ordenado. Si me preguntas por las virtudes, las objetivas-objetivas, me te diría que soy limpio y ordenado. Con este tema también me he tenido que relajar, porque yo era de limpiar poniéndome cronómetro para ver como podía optimizar al máximo el tiempo. Había llegado a hacer marcas de una hora, treinta y siete minutos, cincuenta segundos.

"He limpiado a fondo la habitación del niño. Cama desarrinconada, armarios, cajones, zócalos". Este contenido también me gusta mucho: los tuits donde hablas de tu hijo. "De aquí una hora viene el mejor momento de la semana: recojo a Andreu y merendamos".
En muchas de las cosas que escribo, hay un punto de hipocresía; no me escondo. La hipocresía es el lubricante social de la convivencia. Pero cuando escribo sobre mi hijo soy plenamente sincero, al cien por cien. Tengo muchos defectos, pero creo que soy el mejor padre del mundo. Amo a mi hijo incondicionalmente. Todavía es mi mejor plan. Es mi primera opción, y yo también lo soy para él. Cuando piensas en el amor de tu vida, la concepción que se tiene es la de la media naranja, el amor romántico para toda la vida. Yo durante un tiempo estuve muy frustrado por no encontrar eso. Mis parejas eran efímeras, y decía: quizás nunca lo encontraré. Y, ostras, lo tenía allí delante. Era mi hijo amándome a mí y yo amándolo a él. Solo tenía que cambiar el filtro. Nunca me habría pensado que la paternidad me cambiaría tanto. Da sentido a la vida.

"Cuando el niño se marcha nada me consuela". Este tuit me hizo añicos.
Yo pensé que me separaría y que sería fantástico. Que me lo pasaría muy bien. Y no. Lo que pasa es que tenía mucha leña por quemar y muchas ganas de hacer el burro. No lo sé. Yo llegaba a casa y tenía mi pareja, mi hijo y dos gatos. De un día para el otro, llegas a casa sobre las siete y media y estás solo. Quiero decir: es duro. Tenerlo a él, que es pequeño, y que se va y te da un abrazo muy grande y un beso. Y vuelves a estar solo. Me pasé tres años llorando. Lloraba media hora. Después me reponía, porque sabes que estás actuando bien; que estás haciendo lo que es mejor para él. Pero hasta que no va creciendo y te das cuenta de que el vínculo que os une es muy fuerte, lo pasas mal.

Antoni Vidal Ribera en el Santornemi / Foto: Montse Giralt

¿A qué te dedicas, Antoni?
Llevo un gabinete de comunicación en una patronal de residencias de personas mayores. No tiene la emoción de un medio tradicional clásico, pero sí que te da la oportunidad de tocar muchas teclas. Me permite hacer muchas cosas y muy diferentes. Para llegar al trabajo cojo el AVE cada día desde Girona. Me lo tengo que pagar yo, pero piensa que ahora está a mitad de precio. El AVE también tiene tela; de allí también sale cada historia... Lo bueno del AVE es que nos conocemos todos, y allí todo el mundo sabe de qué pie calza a cada uno. Yo hablo en catalán con todo el mundo en el AVE, soy muy militante con eso. Y todos los revisores hablan en castellano: Pedro, Carlos... Son muy divertidos. Si te duermes, te despiertan: “Venga, hombre, al trabajo, que ya hemos llegado a Barcelona”. Dicen "Gerona". Hacen mucha gracia.

Esta militancia con el catalán entiendo que no la tienes solo en el AVE.
Yo hablo catalán en todas partes. Porque soy catalán. Con nuestra lengua hay un genocidio cultural en marcha, y gente que ve opresiones en todas partes|a todas partes, con este tema miran hacia otro lado. Sin un estado detrás, si no nos independizamos ya, perderemos el catalán. Ahora dicen que vendrá la extrema derecha, y si viene plantaremos cara. Pero la agresión es clara: está contra el catalán aquí, en el País Valencià y en las Islas Baleares. Porque saben que el catalán da identidad: si una persona migrada llega aquí y habla español, no tiene por qué sentirse; pero si viene aquí y habla catalán, se siente catalán. Que ni esta persona ni tú ni yo nos podamos pasar veinticuatro horas hablando nuestra lengua, es muy fuerte. Que mis padres escriban mejor en castellano que en catalán es muy fuerte. ¿Por qué tenemos que aguantar toda esta mierda? Sí: soy nacionalista, me sabe mal. Con ganas de dejar de serlo, que decía aquel. El día que seamos independientes, lo dejaremos de ser.

El amor de mi vida es mi hijo amándome a mí y yo amándolo a él

¿Tenemos que volver a hacer un referéndum?
No: votamos y ya salió que sí. ¿Qué es eso que dicen ahora, de volver a votar? ¿Qué mierda es esta? Votamos y ganamos, ¿no? ¿Ahora por qué tenemos que volver a votar? Los escenarios para independizarnos son tres: el democrático, que es el referéndum; el de desobediencia civil, que pasa por una huelga general indefinida con gente que esté al pie del cañón, y de los dos millones que éramos, veremos cuántos aguantan; y por último, cuando tú ya has paralizado el país con la huelga, negocias con el estado los términos de la secesión. No son tres escenarios alternativos: son consecutivos. Y el referéndum ya lo hemos hecho.